LUNES Ť 26 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť Vilma Fuentes

El sentido de las palabras

Si no fuera por el número de víctimas civiles, de uno y otro lado, que provoca una guerra, muchas de las declaraciones de políticos y de los análisis de expertos en los periódicos deberían sacar de quicio a cualquiera que ponga atención en sus palabras. Pero el luto humano, el ambiente bélico, el miedo y el terror impiden, acaso, fijarse en ellas. Las palabras vuelan enloquecidas sin estrellarse contra torre alguna ni caer como bombas mortíferas.

Sin embargo, cabría mencionar algunas para calcular el nivel de insensatez en que puede caerse bajo la pasión que despierta una guerra.

Un corresponsal de prensa dice con emoción que, para los habitantes de Nueva York, su alcalde es un héroe. Oigo la frase en el radio preguntándome por qué es un héroe y si subió a las torres, como tantos bomberos muertos, para alertar a la gente y empujarla a bajar con rapidez. No, nada de eso: el alcalde es un héroe porque es el hombre que ha asistido al mayor número de entierros... No va a quedar más que condecorar a todos los empleados de funerarias y guardianes de cementerios como héroes de la nación.

Sin poner de ninguna manera en duda el auténtico gozo de los afganos, gracias a las perspectivas de libertad que parecen abrírseles con la caída del bárbaro régimen talibán, no pudo dejar de sorprenderme la ligereza del discurso informativo generalizado. Después de la toma de Kabul por las tropas de la Alianza del norte, los comentaristas de los diversos medios de comunicación en Francia expresaron con dicha su sentimiento de victoria ante la precipitación de los afganos para hacerse cortar la barba. Un joven entrevistado declaró incluso que él quería ser joven y guapo, que se dejaba simplemente una pequeña barba de chivo para parecerse a los nuevos líderes. Cuestión de look. En fin, afirmaba un gran número de comentadores, las mujeres pueden descubrir sus rostros, la belleza femenina puede admirarse de nuevo. Ellas, más prudentes, con miedo a verse rodeadas de inmediato por un buen grupo masculino, prefirieron conservar, si no la burka, al menos las vestimentas que los mantuviesen alejados con respeto. Pero los afganos podrán volver a ver la tele, a escuchar la música, a comprar reproducciones de muchachas en bikini... Sin embargo, el corte de barba fue el acto más celebrado. Como para preguntarse si los cientos de bombas lanzadas durante un mes por los terribles B-52 no cayeron sobre Afganistán sino por cuestiones de look, al menos para una buena parte de los reporteros y comentaristas de prensa.

Sin hablar del delirio verbal del mullah Omar -en busca de ''un gobierno sin pecadores''-, o de las declaraciones intempestivas de Berlusconi y otros dirigentes que, fanatizados -cada quien a su manera- por sus propias palabras, las vaciaban de sentido, puede decirse que aún más extraña fue la actitud general, confirmada por los cambios en la Bolsa mundial, ante la caída del avión de American Airlines en el barrio neoyorquino de Queens el 12 de noviembre, que causó la muerte de un mínimo de 262 personas. La noticia provocó el pánico general y la caída de los valores en las Bolsas de todas las capitales de Occidente. La gente, los periodistas, todos creían en otro acto más de terrorismo. ''Por fortuna'', al día siguiente, se supo que se trataba de un simple accidente. Suspiros de alivio, subida de las Bolsas, declaraciones casi triunfalistas y olvido total de las víctimas, metamorfoseadas post mortem en tasa de plusvaía. Daba la impresión macabra de ser el avionazo más celebrado. Moraleja: si quiere usted que su recuerdo no se pierda en seguida, más le vale morirse en un atentado que en un accidente.

Palabras, actitudes y conductas que parecen alejarse de la realidad en una civilización donde prevalecen el look y las imágenes. Deformación de los valores en un mundo que habla de Dios y ha extraviado el sentido de lo sagrado.

Así, parece revelador el deslizamiento de la palabra ''humanitarismo'' desde hace algunos años, y que llevó a cabo un giro de 180 grados durante el bombardeo de Afganistán. En efecto, las ricas naciones de Occidente esperaban impacientes el fin de los bombardeos y la consiguiente destrucción para llevar su ayuda a uno de los pueblos más pobres del planeta. Los estadounidenses se les adelantaron lanzando al mismo tiempo bombas y costales con provisiones. Los corredores de esta competencia parecían, sin embargo, más preocupados por ganar una imagen. Un nuevo look. La imagen exhibida es el complemento de un vocabulario desvalorizado. Las épocas de guerra dejan muchos cadáveres. Entre éstos también el sentido de las palabras.