LUNES Ť 26 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť Hermann Bellinghausen

Faro

E vexo o mar mais grande cada hora, vexo ese mar que bate contra a costaunha gran serra de ondas aserrando, una fermosa destruición que chega.

Bernardino Graña, Carta en una botella para los emigrantes gallegos

 

ƑTú qué sabes dónde queda Finisterre? Tú no sabes nada. Animal de tierra, no conoces el mar. Lo imaginas, lo sueñas, lo lees, lo inventas. Lo ignoras. Estar allá, las aguas picadas, el viento aullador, una niebla que ocupa el aire y los huesos. Qué puedes saber tú, topo de Metro, hijín con los ruleteros, inmerso en una movida sin nada que ver con el fin del mundo, geográficamente hablando. Cómo hay lugares que son ombligo, verdaderamente. Y este valle donde sigues lo es a plenitud. No hace falta ser Proust para entender que también los microcosmos son el mundo. Y que aquí hay mucha tela de dónde cortar.

Sí, ya sé lo que opinas. Que dilapidé en la navegación los años de concentración, que me tiré a las aguas así nada más. No sé cómo recuerdes la tarde en Puerto Progreso, haz favor, qué lugar improbable, cuando en mi barquito me fui a la mar por primera vez y dejé el Distrito Federal. Una vuelta al Caribe, llevando unas gentes que pagaban el viaje, era el plan. Como todo, se alargó.

No me volviste a ver, aunque yo a ti sí. Estuve entre el público el día de tu honoris causa, en la pelotera. No te alcancé para el abrazo, pero me sentí contento, no creas. Desde cuándo te enclaustraste, te casaste un par de veces, te educaste sin parar. Y hoy con tu Internet estás realizado. Ya no sales ni por pan.

No es que me dé el taco, pero neta no me cuentes de Finisterre. Allí me las vi negras una vez. El abismo era un dragón frío con su aliento de muerte. El barco era japonés. Veníamos del norte, rebosantes de pesca ilegal del círculo polar. ƑQué cómo fui a dar ahí? Tendría que explicar demasiado. Otro día. Basta que sepas que esos años fui un completo y vil brasero, hice de todo, no me cansé de cansarme hasta la extenuación con tal de no regresar.

ƑRecuerdas cuando Diana te dijo, delante de mí, esa tarde en Progreso: "Él se va porque es un hombre libre", y tú te pusiste mal, muy mal? Te mareaste sin tocar el mar. Lo pude ver en tus ojos. La claudicación, y el dolor. Supongo que allí fue que aceptaste no vivir una vida, sino construirla. Dejarías obra. Y vaya que sí, y te felicito. Elegiste mejor que yo. En todo caso, elegiste. Tú sí.

Nomás ahórrate la vara doctoral. ƑConoces el Atlántico? Conoces un carajo. Tente que, así como son sonrientes los japoneses, los vi desesperados. Uno corría por la cubierta, una flaslight en una mano, un cuchillo grande en la otra, gritándole a ciegas a la tormenta.

Contaban con que por ahí habría un faro, que los farallones no nos iban a tocar. Pero la costa se acercaba, era todo tan estrecho, los relámpagos nos dejaban ver lo negro de las rocas. No había nada que hacer, salvo esperar. Aminorar la marcha. Apuntarle a la corriente. Y los que rezaban, rezar.

Entonces no sabía cosas que ahora sé, pero ni con todo lo que he aprendido de navegación hubiera sabido qué hacer esa noche. Pocas veces la he visto peor. Era joven e insolente, según yo no me importaba morir. Pero la sudé. Sí, tal vez lo cuente en mis memorias. Tal vez se me ocurra un día escribirlas. Es lo que nos queda a los, Ƒcómo los llamábamos en la facultad, vitalistas?

Conste que reconozco que la existencia pude ser muy tupida en un claustro singular y una ciudad exagerada como ésta, desde tu trasero de semialcohólico, desde tu estupenda capacidad de observación y síntesis. No nos vemos, pero te he leído, tú qué crees. Que yo no haya escrito nada serio no tiene nada que ver. Es mi problema. Tengo mis diarios, no sé cuántos cuadernos, en dos o tres baúles en lugares distintos, y a uno al menos no sé si sabría llegar. Ni lo pretendo. Lo que fue, ya fue.

Hoy visto, mañana no, pasaba por aquí y decidí tocar. ƑVeinte años sin vernos? No diré que estás igual, pero te ves bien. Me encanta tu estudio. Ese Tamayo del rincón. Pero de buenas a primeras, como si nos hubiéramos despedido ayer o te lo permitiera el jaibol, me tiras un choro de Finisterre, con aire docto, completamente sordo a lo que no sea tu voz y la novela que escribes. Por eso te interrumpí, disculpa.

Los novelistas son dados a creer que la vida real atraviesa sus historias, que la referencia es su invención. Mentiras. Y sí, en la literatura la mentira está bien. Es quizás el único lugar del mundo donde está bien, donde puede ser verdad, y duradera. Pero tú de Finisterre no tienes nada que contar.

Inmóvil sobre cubierta, inerme, cerré los párpados a la lluvia oscura. Y con la conciencia en blanco, lentamente los abrí. Un punto de luz que hacía ojitos desde la costa me descubrió el corazón. La tripulación japonesa se puso ruidosa de pronto. El del cuchillo se calmó. Por mi parte, hasta antes de ese faro no sabía yo nada de la luz. En fin, ese es un asunto aparte. Ahora háblame de otra cosa, camarada. Anda, cuéntame de ti. Prometo que me voy a callar.