LUNES Ť 26 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť Humor, fusiles, confesiones y textos emotivos, en el reconocimiento de la FIL al autor

García Ponce a Rulfo: ''sigo escribe y escribe, por eso gané tu premio''

Ť Juan Gustavo Cobo Borda, Rafael H. Moreno Durán y Sara Bermúdez, participantes del acto

Ť La obra del narrador y ensayista, ''un canto de homenaje a la vida'', califica la titular del CNCA

CESAR GÜEMES ENVIADO

Guadalajara, Jal., 25 de noviembre. La noche del sábado fue de Juan García Ponce. Para él solo o casi. De todo hubo, como en su obra, desde el fino humor hilvanado por el prosista colombiano Juan Gustavo Cobo Borda hasta una cita de esta sección cultural en boca de Sara Bermúdez cuando pronunció su discurso oficial. Todo ello para llegar al plato fuerte que representó el texto del propio García Ponce, leído por su hijo, Juan José García Oteyza.

garciapone2Cobo Borda, después de hacer un breve aunque conciso recorrido por los galardonados con el Premio Juan Rulfo de Literatura y del Caribe, que iba a entregarse minutos después a García Ponce, recordó haber trabajado arduamente en un volumen donde se narrara justamente la historia del reconocimiento y de sus premiados. Es un libro ya mítico, dijo el escritor, sobre todo porque es el día en que el Fondo de Cultura Económica no lo ha publicado. Ahí empezó la risa, los comentarios por lo bajo entre los diversos editores que asistieron a la entrega del Rulfo y la necesaria antisolemnidad con que era preciso reconocer la trayectoria del narrador y ensayista yucateco.

Rafael H. Moreno Durán reconoció de forma pública, al hacer la glosa de las obras del premiado, que recibió en especie los beneficios que de la lectura de El Gato le hizo una bella mujer, quien lo confundió con el propio García Ponce.

La titular del CNCA, Sara Bermúdez, no tuvo empacho en citar una declaración que de forma por demás reciente hizo García Ponce a La Jornada: ''Rulfo le enseñó dos lecciones fundamentales: primera, hay que escribir bien; segunda: no se puede seguir lo hecho por otros escritores, aunque se comience a caminar a partir de ellos''.

Más allá de las alusiones, recordó Bermúdez: ''A lo largo de cuatro décadas, Juan García Ponce ha reincidido, con apasionada constancia, en la publicación de novelas, cuentos y relatos, obras de teatro, ensayos, artículos periodísticos, crítica de arte y traducciones. Lúcido e instintivo, moroso y arrebatado, gran escritor en cada uno de sus párrafos, Juan García Ponce ha hecho de su vasta obra ?como dice el acta del jurado? una apuesta y un riesgo personales; ha explorado en sus textos zonas secretas de la sensibilidad humana, y ha sabido levantar, desde los más profundos abismos, un canto de homenaje a la vida''.

Con la presencia de autoridades tanto universitarias como de la Feria Internacional del Libro, más un Salón Juan Rulfo repleto en su amplia magnitud, Juan García Ponce recibió, ciertamente feliz, el premio que lleva el nombre del autor de El llano en llamas. Le correspondía responder tanto a los discursos brillantes de Cobo Borda y Moreno Durán como a sus lectores. Cumplió con creces con un texto de casi ocho cuartillas a renglón seguido que llegó a los presentes a través de la voz de su hijo Juan José.

El texto, de hecho un ensayo en primera persona sobre lo que la literatura ha sido para él, da cuenta de las muy diversas circunstancias en las que se ha ido gestando su obra. La pasión por la escritura y la lectura, por ejemplo, fue vista así por García Ponce: ''Este es un conocimiento adquirido a lo largo de mucho tiempo, y sin embargo, desde un cierto momento lo practiqué intuitivamente. He sido un lector tan fanático que puede decirse que soy un vicioso de los libros, y desde los 18 años aspiraba en secreto a ser escritor sin decidirme a escribir nada en serio hasta que me denunciaron algunos acontecimientos públicos. Este también es un gran respeto por el don, sin explicación racional, que implica el hecho de tener que estar en disposición de oír las voces de la inspiración''.

A lo largo de su extenso recorrido por la obra propia, el escritor fue dando cuenta de peripecias, amistades, cercanías y distancias con el mundo literario que le tocó en suerte. Al llegar, por razones de la cronología, al delicado momento en que su salud se vio quebrantada, no se quebrantó su explicación: ''Después de consultar a un médico particular al principio de mi enfermedad, quien fue el que me dijo que tenía esclerosis en placas, me interné en Neurología por consejo de Augusto Fernández Guardiola. El médico que me atendió fue el doctor Rubio, quien predijo que me iba a morir muy pronto y como gran consuelo me recetó valiums. Valiente consuelo. Me doy el gusto ahora de decir que el doctor Rubio era un imbécil que trataba a los enfermos con una falta de tacto absoluta. Salí de Neurología y no me morí, pero tenía la amenaza de muerte todo el tiempo. Yo escribía a mano, aunque tenía una letra inmunda y pequeña y mala. De escribir a mano, por mi enfermedad, pasé a escribir a máquina. Por fortuna ya estaba acostumbrado a eso pues los ensayos sí los escribía directamente a máquina. Al salir de Neurología escribí sin parar en un solo año La vida perdurable, El nombre olvidado, El Libro y mi relato La gaviota. Desde El gato y La cabaña, todo muy relacionado con la transgresión al orden establecido''.

El cierre del discurso de recepción, emotivo, cubierto de aplausos, fue para el autor de Pedro Páramo. Dijo Juan García Ponce desde la garganta de su hijo, refiriéndose a Juan Rulfo: ''Si pudiera hablarle por teléfono, le diría: sí, sigo escribe que te escribe y gracias a ello hasta he ganado el premio que muy merecidamente lleva tu nombre, un nombre inmortal dentro de la literatura''.