SABADO Ť 24 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť La Compañía Nacional de Danza se presentó la noche del jueves en el Auditorio Nacional

La bayadera, obra en la que las mujeres dominan el escenario

29af1.jpgLa noche del jueves, en el Auditorio Nacional, las bailarinas de la Compañía Nacional de Danza dominaron la escena. Finas, espigadas, frágiles, pero de potente fuerza interpretativa, interpretaron La bayadera, historia de un amor imposible, ballet romántico que hizo vibrar al publico.

Es una obra en tres actos, que seguramente Marius Petipa creó para lucir el esplendor de las mujeres. La palabra bayadera viene de balladeiras, que en portugués significa bailarina. El nombre original es devadasis, que significa favorecidas de Dios, por lo cual las devadasis o bayaderas son consideradas bailarinas del templo o bailarinas sagradas.

La historia: una bayadera que paga con su vida el amor a un hombre que el destino y las tradiciones han reservado a otra mujer y, al mismo tiempo, el rechazo a otro hombre.

A la hora señalada comienza la música de Leon Minkus, que a través de altavoces inunda el recinto, y minutos después se levanta el telón para dar inicio a esta obra, basada en el libreto de Sergei Khudekov, con la coreografía de Caroline Llorca, según el original de Petipa, y que ha reunido a un público amigo de la CND, entre el que se distinguen niñas y jovencitas que se inician en ese arte y en cuyos rostros y esfuerzo por mantenerse despiertas a altas horas de la noche se adivina el amor a la danza.

Comienza la obra, el encuentro, el Festival del Fuego: Solor, rico sultán y destacado guerrero (Jorge Vega) y Nikiya, la bayadera (Sandra Bárcenas) se juran amor. Los bailarines se desplazan sobre el escenario. Son cuerpos en movimiento que dibujan en el espacio y el tiempo las palabras que dan vida a la historia. Se funden con la música. El primer acto trancurre lento, pero la danza recrea, privilegia la vista, despierta las sensaciones.

En el segundo acto la obra va subiendo de tono, exige más movimiento y fuerza, mayor entrega del bailarín. Se realizan los festejos de la boda de Solor con Gamzatti (Jacqueline López) y Nikiya debe bailar para ellos. La bayadera danza y su sufrimiento estremece a quien la mira. En conmovedora escena muere envenenada.

Llega el clímax de la obra, el tercer acto, el más hermoso de fondo y forma: la sensación de pérdida se disipa porque del más allá hay una respuesta amorosa para el protagonista y para el espectador. Solor, presa de los remordimientos y del dolor, fuma opio y en sus alucinaciones ve a Nikiya, que viene del reino de las sombras a reconfortar a su amado, a quien le asegura que siendo fiel a su amor estará protegido por siempre y encontrará la paz.

En medio de una atmósfera profundamente azul, las sombras bajan despacito, por una vereda, hasta llenar el escenario. Blancas como sus tules, lucen espléndidas, delicadas, sobre sus encantadoras puntas, haciendo realidad la magia y belleza del ballet.

Al salir del palacio de concreto, la noche tan azul, estrellada y con la luna en alto, prolongó el hechizo del ballet, del amor, del reino de las sombras.

ROSARIO JAUREGUI NIETO