SABADO Ť 24 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Si fracasan las pláticas reanudaremos los ataques, advierte la Alianza del Norte
Suspenden ofensiva sobre Kunduz para que el talibán considere rendirse
Ť Fallidos intentos para penetrar las defensas; EU intensifica los bombardeos contra la ciudad
Ť Cuando la provincia caiga será inevitable un baño de sangre, alerta el presidente de Pakistán
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Tashkent, 23 de noviembre. La Alianza del Norte afgana decidió hoy suspender la ofensiva sobre la ciudad de Kunduz, que intenta tomar sin éxito desde hace varios días, para dar tiempo hasta la tarde de este sábado a las milicias talibán para que consideren su rendición.
Así lo anunció el canciller aliancista, Abdullah Abdullah, quien di-jo esperar que las pláticas den resultado, pero advirtió: "Les di-mos más tiempo, hasta mañana por la tarde. Si fracasan las pláticas, reanudaremos los ataques".
La decisión de suspender la ofensiva se dio a conocer después de que durante hoy aviones estadunidenses B-52 bombardearon posiciones talibanes y los soldados aliancistas emprendieron varios fallidos asaltos, apoyados por el fuego de su propia artillería.
Sacada de contexto, la noticia sólo hace más confuso lo que está pasando en Kunduz y elude el problema de fondo: no si va a caer o no esa ciudad del norte de Afganistán, sino que todo apunta a que cuando ello suceda será inevitable un auténtico baño de sangre.
Esta preocupación fue expresada hoy en Islamabad por el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, al reunirse con el secretario británico de Relaciones Exteriores, Jack Straw.
"Estamos haciendo todo lo posible para ver si podemos evitar una masacre", comentó Straw poco antes de regresar a Londres.
No son temores infundados. Aunque insistan en decir que se está negociando una capitulación, los dirigentes aliancistas saben mejor que nadie que una parte im-portante de los milicianos talibanes que permanecen en Kunduz, y usa a los habitantes como escudos humanos, jamás aceptará rendirse.
Porque hacerlo significaría una muerte segura y prefieren morir en combate que degollados por soldados del general uzbeko Ab-dul Rashid Dostum y del general tadjiko Mohammad Fahim, que por otro lado no acaban de ponerse de acuerdo en cuál de los dos grupos ha hecho más méritos para entrar primero en Kunduz.
La legión extranjera, condenada
Son entre 3 mil y 5 mil, y saben que no tienen otra alternativa que luchar. Odiados por los aliancistas, que claman venganza por las matanzas de civiles cuando instauraron el régimen talibán, y perseguidos en sus países de origen, donde les esperan juicios sumarios, estos combatientes carecen ya de la posibilidad de escapar.
Un número indeterminado logró replegarse a las montañas, antes de que las tropas tadjikas de la Alianza del Norte, reforzadas con los soldados de Dostum, rodearan Kunduz. Los que se quedaron ya no pueden hacerlo, pues en su huida serían acribillados por la aviación estadunidense.
Es la llamada legión extranjera, que defendía Kabul y, ante el re-pliegue ordenado por el mullah Mohammad Omar, máximo dirigente talibán, optaron por avanzar hacia el norte con la idea de perderse en las montañas de Tadjikistán, pero acosados por aviones de Estados Unidos, acabaron expulsando de Kunduz a los soldados aliancistas de Mohamed Daud, que habían tomado la ciudad.
Integrada por uzbekos, kirguices, chechenos, árabes, paquistaníes y uigures de origen chino, la legión extranjera mantiene como rehenes a habitantes de Kunduz.
Hasta ahora resisten los ataques aliancistas, pero si se sienten acorralados y antes de sufrir la humillación de la derrota pueden provocar una masacre de civiles, igual en proporción a la que habría en su contra de caer prisioneros.
Tashkent no ha confirmado ni desmentido la versión de que ha-bría muerto el comandante en jefe de esta fuerza extranjera de los talibanes, Dzhuma Namangani, lí-der del proscrito Movimiento Islámico de Uzbekistán.
El rumor lo difundió hace unos días Dostum, quien aseguró que Namangani y los 24 miembros de su escolta personal murieron en un bombardeo estadunidense.
Nada se sabe del segundo en la jerarquía de mando, el también uzbeko Tahir Yuldash, pero -a río revuelto- la agencia noticiosa rusa Itar-Tass informó hoy, al citar fuentes anónimas en Roma, que el propio Osama Bin Laden encargó encabezar la legión extranjera al jefe militar jordano Jattab, a quien se creía en Chechenia, donde ha estado los últimos años.
La coyuntura de caos es favorable para cualquier especulación de ese tipo, ya que está fuera de toda discusión que los miembros de la legión extranjera se formaron mi-litarmente en los campamentos de Al Qaeda, la red de Bin Laden.
Tan cierto es esto como que los opositores de la Alianza del Norte y los talibanes, incluida la legión extranjera, tienen un origen co-mún: son producto de los tiempos en que Estados Unidos veía Afganistán como parte de la guerra fría y no escatimaba recursos para financiar a los mujaidines que lu-chaban contra los soviéticos, sólo que ahora los primeros son sus compañeros de viaje y los segundos el enemigo a vencer.
La legión extranjera no guarda relación alguna con los voluntarios paquistaníes -fanáticos religiosos pero no combatientes ex-tranjeros- al servicio del régimen talibán, que entraron a Afganistán acudiendo al llamado de emprender una jihad para ayudar a repeler el ataque que lanzaron los "infieles" el pasado 7 de octubre.
Tampoco hay que confundir a la legión extranjera con los talibanes que están en Kunduz, descendientes muchos de ellos de los pashtunes que llegaron en los años 40 y 50 como parte de la política de repoblación del norte afgano aplicada por el entonces rey, quienes no excluyen alcanzar un entendimiento bajo ciertas garantías.
En realidad entre cien y 500 pashtunes originarios de la región de Kunduz, menos beligerantes que los del sur, ya lo han hecho a partir del pasado jueves.
Como sucedió en Mazar-e-Sharif, esos pashtunes no serían los primeros que, cortadas las barbas, se cambiarían de bando o se entremezclarían con la población hasta que algún cacique regional los vuelva a llamar a tomar las armas.
De igual manera, poco tienen que temer los pashtunes del sur que el destino llevó a Kunduz. Así lo dio a entender este mismo viernes el gobernador talibán de esa región, que curiosamente se llama igual que el líder supremo integrista, Mohamed Omar.
En declaraciones por teléfono satelital al canal 4 de la televisión británica, Omar afirmó: "Los hermanos talibanes que son de otras provincias afganas pueden irse sin problemas. Como resultado de las negociaciones con Dostum, ellos pueden salir de Kunduz de manera pacífica y desarmados".
Pero la amnistía que ofrece Dostum, que además irrita a los tadjikos, lo cual se traduce en una caótica falta de coordinación y en ataques por su cuenta que minan la confianza de los pashtunes, no abarca a la legión extranjera.
El trabajo sucio de Dostum
En ese punto no puede haber concesión de ningún tipo de parte del general: es el compromiso que adquirió con el gobierno de Islam Karimov por todo el apoyo recibido de Uzbekistán, que pretende deshacerse de los radicales islámicos uzbekos por medio de Dostum, cuya fama de sanguinario se corresponde con el propósito.
La dramática ironía de Kunduz, cuya toma por la Alianza del Norte puede ocurrir de un momento a otro, es que cientos o quizás miles de civiles están en serio riesgo de morir en aras de lo que se presenta -sin serlo todavía- como el penúltimo capítulo de la guerra de Afganistán, dando así por sentado que Kandahar sería el último.
A tan sólo unos kilómetros al sur de Kabul, en la región de Maidan Sharh, un grupo de combatientes talibán hizo huir hoy en desbandada a los soldados tadjikos que quisieron tomar la posición que éste ocupaba en las montañas.
Desde que el mullah Omar ordenó el repliegue de Kabul, por la razón que haya sido y que aún se desconoce, se puede hablar sólo del colapso del régimen talibán, pero a los talibanes no se los tragó la tierra: siguen en Afganistán, unos acumulando fuerzas en las montañas para la guerra de guerrillas y otros reconvertidos temporalmente a opositores; otros más, insertados en la población civil.
Lo más difícil, y riesgoso, está por venir. De la negociación de un arreglo político postalibán depende que Afganistán supere las se-cuelas del régimen fundamentalista, vuelva a verse inmerso en una guerra civil, como la que a mediados de los 90 hizo posible el as-censo talibán, o se convierta en un conglomerado de reinos de taifas, donde cada caudillo o jefe tribal sea amo y señor de su región.