WOJTYLA: DISCULPAS INCOMPLETAS
Si
hubiera que definir la última etapa del papado de Juan Pablo II,
probablemente habría que caracterizarla como el tiempo de pedir
perdón. En su tramo final como pontífice, Karol Wojtyla ha
presentado disculpas, a nombre de la Iglesia católica, por algunas
de las atrocidades cometidas por esta institución a lo largo de
su historia.
Entre otras, la persecución, tortura y asesinato
de practicantes de otras religiones, antisemitismo, satanización
de los descubrimientos científicos y evangelización a sangre
y fuego de muchos pueblos.
Ayer, siguiendo esa línea de acción, el
Papa pidió perdón en un mensaje transmitido por correo electrónico
a las diócesis católicas por "los abusos sexuales por algunos
clérigos y religiosos", en aparente alusión a reportes internos
sobre cientos de violaciones perpetradas por curas y misioneros contra
monjas en al menos 23 países.
En tales documentos se señala que algunos de los
violadores obligaron a sus víctimas a realizarse abortos cuando
resultaron embarazadas. El reporte más conocido al respecto es el
que elaboró la monja Maura O'Donohue en 1995.
Las disculpas ofrecidas a quienes padecieron estas atrocidades,
aunque ofrecidas "sin reservas" por el pontífice polaco en nombre
de los integrantes del sínodo en diciembre de 1998, en el que se
discutió el tema, son, sin embargo, parciales, insuficientes e incompletas.
Por lo que hace a las monjas violadas, es claro que la
reparación del daño deberá ir más allá
de una petición de perdón: si el Vaticano pretende hacer
creíble el arrepentimiento institucional de la Iglesia católica,
debiera comenzar por alentar la impartición de justicia, y ello
implica denunciar a los curas sospechosos ante los tribunales seculares
correspondientes para que fueran juzgados conforme a las leyes. Asimismo,
tendría que compensar e indemnizar a las víctimas de las
agresiones referidas.
En otro sentido, los delitos sexuales cometidos en la
Iglesia católica no se limitan a las violaciones de monjas.
Existen innumerables testimonios de abusos de curas contra
menores --niñas y niños--, cuyo esclarecimiento tendría
que ser alentado por las jerarquías eclesiásticas.
En México, en concreto, existen diversos señalamientos
contra Marcial Maciel, superior de la orden Legionarios de Cristo, como
agresor sexual, sin que hasta ahora la Iglesia católica haya propiciado
una investigación legal que permitiría establecer la inocencia
o la culpabilidad del religioso.
Es claro, en suma, que habrá que esperar a que
un sucesor de Wojtyla se atreva a poner sobre el tapete, sin ambigüedades,
medias verdades o afanes encubridores, los delitos cometidos por miembros
de la institucionalidad católica y las culpas históricas
de ésta en su conjunto.
Cabe esperar, para bien de la propia Iglesia, que ello
ocurra en el próximo pontificado.
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