VIERNES Ť 23 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť Juan Arturo Brennan

Música y danza maorí

Hace unos días vino a México, en visita oficial, Helen Clark, primera ministra de Nueva Zelanda. Como es usual en tales casos, llegó acompañada de un grupo nutrido de empresarios, funcionarios y educadores de su país. (No pregunten por qué, pero la delegación incluyó también a un alto jefe policiaco.) Durante una recepción oficial ofrecida por Clark y sus acompañantes a la comunidad diplomática, me enteré de que el grupo neozelandés visitante incluía una delegación cultural maorí; si bien los bocadillos no estuvieron nada mal, lo más interesante de la recepción fue la breve pero sustanciosa actuación de ese grupo de indígenas de Nueva Zelanda.

Al poderoso llamado de un caracol, soplado con vehemencia por un maorí vestido a la usanza tradicional de su pueblo, subió al escenario una decena de hombres y mujeres (unos, indígenas puros; otros, mestizos) para ejecutar algunos cantos y danzas de la añeja cultura isleña. Las canciones son simples, homofónicas, envueltas en un contorno de armonías diatónicas típicas de muchas otras culturas; de hecho, algunas de las canciones interpretadas durante la sesión me dieron la impresión de parecerse a otras que yo había oído antes en Trinidad y Tobago.

Lo más interesante de la sesión fue, sin duda, la ejecución de varias secuencias de la danza maorí conocida como haka. Se trata de una danza ritual muy estilizada en la que los intérpretes asumen distintas posturas a la vez que emiten poderosos gritos como complemento a cada postura y cada movimiento. A guisa de percusión, los danzantes utilizan sus manos sobre sus propios cuerpos, y los pies que percuten sólidamente sobre el suelo.

Una faceta interesante de la haka es que a veces toma la forma de una especie de responsorio (para utilizar un término plenamente occidental) en el que un ejecutante convoca y anima con sus gritos y posturas a los demás, que le responden de manera conjunta. Si bien la haka está comúnmente asociada con la guerra y los guerreros, lo cierto es que también se ejecuta como danza de bienvenida o a manera de entretenimiento, y también puede ser bailada por mujeres. Las secuencias de haka ejecutadas por los maoríes invitados permitieron apreciar, muy de cerca, la enorme importancia que en ellas tiene la gestualidad del rostro y las manos: lenguas de fuera, ojos saltones, gestos fieros, manos que se agitan expresivas y convulsas. Estrictamente, esta fue la primera vez que vi bailar (y gritar) la haka, pero de hecho ya había tenido algunos antecedentes, surgidos improbablemente del ámbito deportivo.

Resulta que el equipo nacional de rugby de Nueva Zelanda (conocido como all blacks por su uniforme negro), suele ejecutar la haka antes de cada juego, y el espectáculo es realmente impresionante. Una buena parte del equipo está formada por jugadores de origen maorí, aunque los anglosajones participan con igual furia en el ritual. Se plantan frente al equipo contrario y, con orden y disciplina admirables, ejecutan la haka con el fin primordial de meterle miedo al adversario, como rito preparatorio a la batalla que viene.

Supongo que ver y oír a una docena de enormes y fornidos maoríes vestidos de negro bailando esta feroz danza guerrera debe ser bastante inquietante para sus oponentes. (Se me ocurre que nuestra mediocre y pusilánime selección nacional de futbol podría bailar el jarabe tapatío para aterrorizar a sus formidables adversarios de Centroamérica y el Caribe).

No es frecuente, pues, la oportunidad de acercarse a las manifestaciones musicales y rituales de la cultura tradicional neozelandesa; para los curiosos y los interesados, recomiendo escuchar las canciones maoríes grabadas por la gran soprano neozelandesa (ella misma de origen maorí) Kiri Te Kanawa. Las versiones no son cien por ciento originales, pero tienen un doble atractivo: la música misma y las misteriosas sonoridades de la lengua maorí.

Otra breve pero interesante referencia a la música tradicional maorí surgió en 1959, cuando el cuarteto del gran jazzista Dave Brubeck hizo una exitosa gira por Nueva Zelanda. A su llegada a la ciudad capital de Wellington, el grupo fue recibido con una ceremonia maorí de música y danza, muchos de cuyos parámetros sonoros quedaron impresos en la memoria de Brubeck. Poco después, recordando un singular patrón rítmico de 6/4 escuchado en esa ocasión, Brubeck compuso la sabrosa pieza Maori blues, que aparece en uno de sus mejores discos, Time further out.