JUEVES Ť 22 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Olga Harmony

Los zorros chinos

Resulta muy atractiva la colaboración generacional y los jóvenes teatristas se acercan a la obra de Emilio Carballido con una libertad que antes, por alguna razón, no siempre existiera. Ya vimos el fenómeno de un público eminentemente juvenil conmoverse con Escrito en el cuerpo de la noche -un logro del director Ricardo Ramírez Carnero- y ahora el impetuoso Carlos Corona respeta al maestro (muy al contrario del Festival Cervantino que, a pesar de coproducir su obra, le acredita en su Memoria la autoría de Señoritas a disgusto, de Antonio González Caballero, en la única y equivocada referencia a sus textos) y añade al ingenio carballidesco su propia imaginería. El encuentro es sumamente fructuoso.

Carballido no es sólo el ''magnífico viejo enamorado de la vida", como apunta Luis Mario Moncada en el programa de mano. Es un dramaturgo mayor dispuesto siempre a experimentar con las tramas más variadas, aunque en esencia -utilice el estilo que utilice- su teatro ha sido siempre un grito de libertad y el conflicto es de contenido ético. Para mí, Los zorros chinos hace pareja de alguna manera con Los esclavos de Estambul, un poco por la fantasía que impera en ambos, un mucho por el conflicto entre degustar la pasión y sumarse al debe ser, aunque aquí Yuriria tenga el ancla de los hijos y en el otro texto Eustasio Ruiz se imponga un deber moral individual. Y si la magia de la media luna era invención del autor y en el drama presente se tome a personajes del folclor chino (que conocemos gracias a El libro de los seres imaginarios, de Jorge Luis Borges), en ambas obras la libre elección amorosa y el disfrute sin sentido de culpa son paralelos. La feliz Uarhari de Los zorros... escapa a su destino.

Otro motivo casi constante en Carballido es su lucha en contra del machismo. En esta obra, que transcurre en el siglo XVIII mexicano, la mujer -como muchas ahora- es de algún modo reproductora de las conductas de los hombres, a los que se someten para que las cuiden. Así Uarhari, al principio, ha de fingir desmemoria de sus momentos de placer con el príncipe zorro que la colma de regalos, muy aceptados por un marido que luego los vende. Domingo reproducirá la conducta de su padre, el pedestre marido de Yuriria muy apoyado por esa suegra de farsa y por el ambiente general del pequeño pueblo. El príncipe Wu será el amor completo, la libertad, la aventura y ese ''otro" que no puede ser soportado.

En una escenografía de Juliana Faesler consistente en módulos que al girar darán los diferentes espacios, con el aditivo del palacio chino de Wu; con el espléndido -sobre todo cuando se trata del ambiente chinesco y mágico de los zorros- debido a María y Tolita Figueroa; la música en vivo de Mariano Cossa, que deviene de muy mexicana a chinesca, y la coreografía de Ruby Tagle, Carlos Corona dirige empleando a actores y muñecos (de sombra, bunra ku, marotte, boccón con partes vivas y títeres de guante) cuyo diseño, así como el de las máscaras, son de Guillermo Méndez y Haydeé Boetto, utilizando una de las vertientes de su quehacer escénico.

Corona dirige el difícil texto con su reconocida solvencia escénica y aunque su propia gracia apoya la gracia de diálogos y situaciones, esta vez no incurre en lo que se le reprocha de algún otro montaje (y que en lo personal me hizo temer por el trayecto del joven y talentoso director), que consiste en someter la trama para conseguir un buen gag escénico. Carballido, tan renuente en su trato con los directores, ha quedado muy bien representado en este montaje que nos ofrece con inteligencia y frescura su texto traducido escénicamente.

Aunque produce alegría volver a ver en un escenario a Juan de la Loza, así sea en pequeños papeles, y pese al enérgico y al tiempo elegante desempeño de Gabriel Porras como el príncipe Wu, son dos actrices las que destacan de manera diferente. Julieta Ortiz como Uarhari y, sobre todo, por su manejo corporal con máscara como Domingo. Haydeé Boetto delicadísima y conmovedora como Yuriria: la escena en que es seducida por Wu es de primera.