jueves Ť 22 Ť noviembre Ť 2001

Martí Batres Guadarrama

La disputa por el espacio de la izquierda

Los estudiantes de 1968 y de 1971 luchaban por las libertades democráticas. Los electricistas de Rafael Galván querían sobre todo la democracia sindical. El Partido Comunista Mexicano hablaba entonces de la democracia como salida a la crisis política. A su vez el Partido Acción Nacional seguía en su pugna civilista y electoral por la democracia política.

El establecimiento de un sistema democrático era el centro de la lucha de todas las fuerzas políticas opositoras del más diverso signo ideológico. Se disputaban entre sí el liderazgo de esa causa. El espacio natural de la oposición era la lucha por la democracia.

El 2 de julio de 2000 se cayó el sistema de partido de Estado. Aun cuando la transición democrática no concluyó en ese momento, lo cierto es que los amarres principales del viejo modelo autoritario se disolvieron. Por la vía del voto llegó al gobierno una derecha mucho más definida doctrinaria y políticamente. Y las cosas cambiaron para todos. La contradicción central dejó de ser entre democracia y autoritarismo.

La lucha por la democracia ya no es el punto principal de encuentro entre las oposiciones. Los pasos fundamentales para alcanzarla se han dado, pero también se ha hecho más evidente que la enorme desigualdad y la injusticia social prevalecen o se han incrementado.

El gobierno de derecha de Vicente Fox no tiene muchas ideas, pero sí algunos objetivos muy claros: más impuestos para las clases populares y medias; privatización de la industria eléctrica; subordinación hacia Estados Unidos en política exterior; relección de los diputados y presidentes municipales; establecimiento de un Plan Puebla-Panamá de nocivas consecuencias sociales; respaldo irrestricto a banqueros y acotamiento de los derechos laborales.

La línea política del gobierno foxista no facilita las convergencias. Por el contrario, polariza la sociedad y todas las fuerzas políticas. Pero, sobre todo, tiende a generar mayor desigualdad social.

El tipo de proyecto que impulsa este gobierno federal es una invitación tácita a las demás fuerzas políticas a emprender una política de oposición y no de colaboración.

La derecha gobernante de hoy ya no está envuelta en el manto ideológico de una revolución popular. Su rostro doctrinario es más nítido, más claro aun que el de los gobiernos anteriores. Así, si antes el centro de la contradicción era entre democracia y autoritarismo, ahora, después del 2 de julio del año pasado, es entre igualdad y desigualdad social.

El ámbito natural de acción de las demás fuerzas políticas es el de una oposición de izquierda. Ese es el terreno que prácticamente se diputan todas hoy en día. Cualquiera diría que ése es el espacio natural del Partido de la Revolución Democrática: no obstante, otras fuerzas buscan ocuparlo porque políticamente es lo más lógico.

Esto indica la naturaleza del reto que tiene ante sí el PRD: lograr representar el amplio abanico progresista; encabezar las diversas luchas sociales; contribuir al anhelo de justicia y equidad social y cumplir con el compromiso de un Estado nacional soberano.

La situación política está reclamando un PRD con una clara línea de izquierda, sin ambigüedades, indefiniciones, titubeos o retrocesos. No estamos sólo ante un cuestionamiento ético. Se trata de una necesidad política. O el PRD se lanza hacia la sociedad con orientaciones claras, reivindicando su propio programa y naturaleza, o corre el riesgo de que otros ocupen el espacio de la equidad, de lo social, de lo nacional.