jueves Ť 22 Ť noviembre Ť 2001

Soledad Loaeza

El dificultador

El facilitador es una figura clave en una propuesta típicamente estadunidense de relaciones industriales que se quiere moderna y que ha hecho fortuna entre los administradores de empresas. Su papel consiste en hacer más fluida la comunicación entre los obreros y los capataces, entre los empleados y los gerentes. De esta figura se han beneficiado consultores de medio pelo que han convencido a empresarios del mismo calibre de que para humanizar la relación entre el trabajador y su inmediato superior y neutralizar cualquier impulso sindicalista es preciso que intervenga un mediador, una persona ajena a la relación laboral que les ayude a expresarse, a dialogar, a comunicarse entre sí para alcanzar la armonía que requiere el éxito de la empresa. Así, los facilitadores se reúnen con trabajadores y sus jefes; cada uno porta su placa de identificación respectiva -con nombre, área de trabajo y nivel jerárquico-, y los invitan a hablar, a externar sus opiniones en forma organizada; con la ayuda del facilitador liman aperezas, educan el tono de voz: unos para dirigirse a sus superiores, otros para hablar con los subordinados. El facilitador es una mezcla de maestro de ceremonias, intérprete y sicólogo que ayuda a que todos los miembros de la empresa se sientan como si fueran integrantes de un club de amigos, en el que no todos son iguales, pero comparten un lenguaje y objetivo comunes.

Cuando Vicente Fox era presidente electo anunció a la opinión pública que formaría el mejor gobierno que jamás hubiéramos soñado tener, gracias a que aplicaría a esa tarea las técnicas más avanzadas de la empresa. No solamente se recurrió a los cazadores de talentos para encontrar a las y a los mejores mexicanos e integrarlos a la función pública, sino que una vez halladas estas perlas raras fueron sometidas a un tratamiento rápido de conformación de un equipo de trabajo con la ayuda de renombrados facilitadores estadunidenses que vinieron a enseñar a los miembros del equipo del presidente Fox a dialogar entre sí, a tratarse con respeto, a expresarse sin temores y con claridad. Si acaso estos profesionales de las relaciones públicas han seguido de cerca lo que ha ocurrido en el gobierno mexicano el último año, deben de estar deprimidísimos, aunque también pensarán que los mexicanos no tenemos remedio.

Las repetidas y abiertas contradicciones entre los miembros del gabinete son una prueba irrefutable de su fracaso. Sin embargo, aunque todo sugiere que los secretarios de Estado y los miembros de la oficina de la Presidencia no aprendieron a hablar entre sí, en cambio, para consuelo de los expertos estadunidenses podemos ofrecerles la aportación original de la política mexicana a su propuesta: la figura del dificultador.

La función de este personaje es obstaculizar las relaciones entre gobernantes, entre gobernados, y entre gobernantes y gobernados. Tanto el presidente Fox como el jefe de Gobierno de la capital de la República, Andrés Manuel López Obrador, han sido una revelación en este papel, pues cada uno en su campo ha sido muy activo en la generación de conflictos, en la interrupción de canales de comunicación, en la construcción de obstáculos para el diálogo.

Posiciones distintas en el seno del gabinete y en la oficina de la Presidencia no son de ninguna manera una novedad. Lo que parece serlo es que el jefe de ambas instancias no pueda zanjarlas; peor todavía, es muy probable que las discrepancias públicas entre el secretario de Gobernación y el de Relaciones Exteriores; entre el secretario de Seguridad Pública y el coordinador del gabinete de Orden y Respeto; el secretario de Hacienda, el de Economía y el coordinador los asuntos relativos a estos temas, sean producto de los silencios del Presidente, o de su deseo de quedar bien con todos que lo lleva a darles la razón a todos; el problema es que en lugar de armonía lo que se producen son unas broncas grandísimas que desbordan los muros de sus oficinas y llegan al público, para inmenso deleite de las oposiciones. Peor todavía, no contento con su éxito en este terreno, el presidente Fox ha sido un efectivo dificultador de las relaciones entre los empresarios. Nadie hubiera logrado dar un golpe tan certero a la Coparmex como el inspirador de la torpe estrategia empresarial de enfrentamiento con el Poder Legislativo. Ni siquiera los periodistas se han escapado de este efecto del dificultador Fox, cuyas conversaciones con algunos reporteros provocaron que se destaparan rencores y se saldaran cuentas pendientes entre colegas que incluso olvidaron el viejo dictum del gremio: "perro no come carne de perro".

El jefe de Gobierno López Obrador no se ha quedado atrás en su papel de dificultador. Durante los primeros ocho meses de gestión logró contraponerse sistemáticamente al presidente Fox y poner piedras en el camino de la relación entre el gobierno federal y el local; también ha podido irritar las tensiones sociales que subyacen en el entramado de la ciudad, al anunciar retadoramente que todos los recursos los concentrará en atender a los pobres, que los ricos se las arreglen como puedan. Podemos entonces darnos por satisfechos: el primer año de la alternancia democrática en México se salda con una original aportación vernácula a la mayor eficacia de la política.