A partir de distintos grados de profundidad, el terrorismo expresa en términos exorbitantes las antítesis económicas interclasistas o intraclasistas; vale admitir que hay terrorismo de Estado cuando su activación depende de altas clases económicas encubiertas en su aparato gubernamental, y que el terrorismo es civil, llamémoslo así, si su activación es alentada por fuerzas materiales privadas
** Horacio Labastida **
Creo que la tarea de un profesor universitario es hacer
todos los esfuerzos posibles para entender los problemas que le preocupan,
y si este propósito se ha conseguido con la mayor claridad, la obligación
del profesor universitario es discutir con sus colegas el conocimiento
conquistado y, deber central, comunicarlo a los alumnos no con el carácter
de magister dixit, sino como una hipótesis sobre una realidad
sujeta a todas las revisiones inspiradas en la razón y los hechos.
En este marco procuraré presentar a ustedes algunos puntos de vista
sobre el terrorismo, producto de mis reflexiones históricas y filosóficas,
con el afán de que sean considerados simplemente sugerencias comprometidas
con la verdad.
Echo mano en primer lugar, de un muy antiguo acontecimiento,
terrorista lo llamaron los más prominentes hombres de la elite republicana
en Roma, durante la segunda mitad del siglo I aC.
Hablo desde luego de los destacados protagonistas de la nueva generación que, unos u otros, manejaron la política de aquella república imperial entre el año 100 y el 71 precristianos; me refiero a Craso, Catilina, Pompeyo, Cicerón y César, cuyos intereses reflejaron de algún modo los vinculados al partido de los aristócratas y al partido de los demócratas que simbolizaban, al primero, el dictador Sila, enhebrado con un sector extremadamente rico de la época, y al segundo, el autoproclamado cónsul Mario, personero de otro sector acaudalado y opuesto al anterior.
Es obvio que independientemente de las diferencias que movían a los ya señalados prohombres de la nueva generación, dedicados a alcanzar el gobierno con el fin de imponerse sobre sus contrarios, esta ambición de poder sobreviviría cuando Sila y Mario desaparecieron de la vida pública. Todos ellos fueron figuras activadas por los señores del dinero de aquellos años y en función de sus contradicciones patrimoniales. En términos sencillos, los ricos guerreaban contra los ricos sin que las facciones lograran victoria alguna, y en estas tempestades ligadas a la toma del poder político, o sea a la posesión de consulados y de cargos senatoriales, el pueblo ciudadano sólo se ocupaba de aprovechar las ventajas que ofrecía el triunfador mientras las grandes mayorías esclavas multiplicábanse de manera creciente.
Con tino se ha señalado que en el séptimo decenio del siglo I aC, el número de esclavos aumentó de manera extraordinaria porque las guerras imperiales esclavizaban a los vencidos, sin que la manumisión frenara el explosivo fenómeno, extendido al grado de que la población esclava era mayor a la libre tanto en Roma como en los territorios anexionados.
Esta situación explica las protestas y resistencias de los dominados, sujetos a un vasallaje cruel y repugnante. Si algún esclavo se distinguía por su habilidad en el combate y su fuerza corporal, se le destinaba a gladiador en el circo que los romanos habían inaugurado desde mediados del siglo III.
La revuelta de Espartaco
El gladiador era objeto de enseñanzas especializadas en escuelas erigidas con tal objeto, y en una de ellas, en Capua, destacó un tracio de nombre Espartaco, inteligente, reacio a las matanzas entre hombres y radicalmente opuesto a la esclavitud. Como no había ningún camino liberador de estos estratos oprimidos, rompió las cadenas, llamó a la revolución contra Roma y logró formar ejércitos de esclavos y no esclavos, convencidos de cambiar el régimen impuesto por las elites y sus gobernantes. Los resultados de la rebelión son conocidos. Marco Craso y Pompeyo vencieron a los levantados, y para evitar nuevos terrorismos como el originado por los de abajo, cientos de rebeldes fueron crucificados en la carretera que conducía a Roma.
Las enseñanzas de ese acontecimiento son muchas. En primer lugar, la negación del statu quo romano, que perfiló Espartaco, no alcanzó como negación el nivel nodular requerido para inducir crisis en la afirmación, es decir, en el estado de cosas creado en la República, y provocar así el cambio cualitativo hacia una síntesis innovadora. Por esto la rebelión de Espartaco no pasó de una revuelta de tipo terrorista para la clase gobernante, a un proceso revolucionario. En el otro lado de la medalla, ante la debilidad de la rebelión, el Estado romano optó a la vez por el combate a la sublevación y por desatar el terrorismo de Estado que masacró a las masas rebeldes en Lucania y en la Galia Cisalpina, en manos de las legiones conducidas por Craso y Pompeyo. Espartaco fue liquidado en el año 71 aC.
El caso analizado exhibe estos aspectos: a) la contradicción entre una minoría dominante y una gran mayoría dominada; b) la imposibilidad de los subyugados para salir de la subyugación dentro del régimen establecido; c) la rebelión de los subyugados como negación del statu quo, sin que tal negación pase de la acción violenta al proceso revolucionario; d) la reacción de las clases dominantes y los gobernantes contra la sublevación, en defensa del statu quo, reacción que adquiere a la vez la naturaleza de un combate contra la sublevación y de un terrorismo de Estado, orientado a liquidar las disensiones y a mantener y ampliar los fueros hegemónicos; y por último, e) la aparición de la ideología que busca apuntalar cada una de las actitudes de los contrincantes. Las argucias de senadores y cónsules republicanos nutrieron la ideología dominante en que se apoyaron las acciones terroristas del Estado. Las proclamas de gladiadores y sus parciales originaron la ideología antiesclavista de los espartaquistas.
El reino del terror
Sin embargo, el acto terrorista no siempre es parte de
la contradicción de opresores y oprimidos; hay también terrorismo
en las luchas intraclasistas. La Revolución Francesa ofrece un escenario
de este tipo.
Las máximas tensiones entre aristocracia y burguesía
revolucionaria, que se corresponden al periodo de la Convención
(1792-95), configuraron el reino del terror (junio 1793-julio 1794),
concluido al ser guillotinado Robespierre el 27 de julio de 1794. Recogiendo
ideas de Montesquieu, Saint-Just y el propio Robespierre enarbolaron el
terror como arma revolucionaria para suprimir la contrarrevolución
y a las clases hostiles, destruyendo sus bases económicas. Así,
pensaban, resultaría fortalecido el movimiento de los sans-culottes
y se garantizaría el éxito de la revolución.
Ya sabemos ahora que aquel terrorismo de Estado condujo primero al Consulado y luego al coronamiento de Napoleón, en 1804. Pero el terror también aflora al lado de clases bajas rebeldes, según sucedió a partir de la traición de Pascual Orozco, antiguo maderista y compañero de Francisco Villa durante la toma de Ciudad Juárez, en mayo de 1911. Cuando ese tenebroso personaje se instaló en Chihuahua y más tarde en Sinaloa, levantó armas contra Madero y asesinó al gobernador Abraham González. Desde esta época hasta su muerte en 1915, y por supuesto unido al Estado criminal que presidiera Victoriano Huerta (1913-14), auspició y dirigió ataques terroristas contra poblaciones norteñas que juzgaba revolucionarias. La barbarie utilizada por Orozco para enriquecerse e intimidar a los simpatizadores de Madero y Zapata, suscitó amplias protestas y una firme condenación.
¿Qué podemos concluir sobre estas cuestiones? El reino del terror es una contienda intraclasista enhebrada en la economía de los contendientes. Las facciones sobrevivientes del antiguo régimen se dispusieron a utilizar tácticas terroristas para desbaratar a los revolucionarios burgueses, sin que éstos renunciaran al terror; creían que por este camino triunfarían definitivamente sobre las aristocracias. Otra vez el terrorismo refleja el choque entre intereses creados y relaciones de producción innovadoras. Y Pascual Orozco replica la vinculación entre terrorismo y economía. En Chihuahua y Sinaloa se puso al servicio de los grandes hacendados de la zona, y después con Victoriano Huerta fue personero del intento frustrado de restauración porfirista que apoyó Lane Wilson, embajador del presidente estadunidense William H. Taft (1909-1913) .
Con brevedad echaremos mano de otros terrorismos que hasta ahora atraen a políticos y sociólogos. En 1885 asumió Alejandro II el cetro ruso, desplegando una política moderadamente ilustrada. Además de ordenar la emancipación de los siervos introdujo reformas rurales importantes, buscó alianzas internacionales que favoreciesen el peso de Rusia en Europa, y tal comportamiento fue mal recibido por latifundistas y miembros destacados de la nobleza tradicional. La reforma agraria y la manumisión se vieron francamente bloqueadas: los campesinos sintieron mayores cargas que antes y sus protestas fueron severamente reprimidas por las fuerzas del Ministerio del Interior. Coincidiendo con estas antinomias del trienio 1879-81, el nihilismo de entonces, estimulado por los opositores al monarca, multiplicó sus fuerzas al grado de darle muerte con una bomba.
Algo más de tres décadas adelante, el 28 de junio de 1914, el heredero de la corona austro-húngara Francisco Fernando, luego de asistir a las grandes maniobras militares de Bosnia, visitó Sarajevo. Se libró de un primer atentado en el camino a Rathans, mas al regreso, en segundo atentado, cayó muerto junto a su esposa. Los autores del crimen eran serbios y pertenecían a la sociedad secreta Mano Negra, dependiente de un coronel adverso al gobierno en el poder. Y este sonado drama que conmovió al mundo, fue sutilmente aprovechado por el gobierno austro-húngaro en el propósito de romper el nudo gordiano de los Balcanes. Con el apoyo alemán de Guillermo II declaró la guerra a Serbia, considerada grave obstáculo para el bienestar del trono, y a partir de ese momento abrió las puertas a la primera conflagración mundial. Las cosas son claras. El asesinato de Alejandro II, y la atmósfera anarco-terrorista que lo rodeó, tuvo el venero de la oposición tradicionalista del latifundio contra la política reformista del zar, auspiciada ésta por latifundistas agroindustriales y por mercaderes ligados al comercio exterior. Esta contradicción indujo el terrorismo que explotó con el asesinato de San Petersburgo. La coalición de Rusia, Francia e Inglaterra, cuidadosamente entretejida en torno al conflicto balcánico, no podía permitir que sus grandes intereses en juego fueran menguados por una posible victoria germano-austriaca-húngara. Los terroristas serbios de la Mano Negra fueron quizá indeliberadas marionetas de las clases hegemónicas del centro europeo. Una vez más las leyes de ganancia y concentración del capital generaron el terrorismo que desató la Primera Guerra Mundial.
Terrorismo de Estado
Creo que ha llegado el momento de trazar una hipótesis del terrorismo de Estado y del terrorismo no estatal. Aceptado que a partir de distintos grados de profundidad, el terrorismo expresa en términos exorbitantes las antítesis económicas interclasistas o intraclasistas, vale admitir que hay terrorismo de Estado cuando su activación depende de altas clases económicas encubiertas en el aparato gubernamental del Estado, y que el terrorismo es civil, llamémoslo así, si su activación es alentada directamente por fuerzas materiales privadas.
El terrorismo paramilitar de Chiapas contra las comunidades indígenas zapatistas está urdido en el caciquismo regional y las autoridades que lo disimulan y representan.
Esta forma del terrorismo apareció en Nicaragua luego del triunfo de la revolución sandinista sobre la tiranía de los Somoza (1979). La llamada contra, dedicada al sabotaje de la administración revolucionaria, tuvo su sede en Honduras, consentida por el gobierno, y un amplio financiamiento de agencias secretas y no secretas de la Casa Blanca. En este caso un gobierno extranjero fomentó el terrorismo al igual que sucedió en Chile (1973), al momento de ser bombardeado el Palacio de la Moneda y muerto el presidente Salvador Allende. Paralelamente afloró la cruenta Operación Cóndor, organizada por los gobiernos militares de Sudámerica y causante de uno de los más ignominiosos magnicidios del siglo XX. Se trató de un terrorismo originado en el capitalismo trasnacional que apersonan el Tío Sam y los gobiernos subordinados latinoamericanos, operación que anunciaba desde entonces los procesos de globalización terrorista.
Sin embargo, la hipótesis expuesta requiere de complementaciones ineludibles. En la lógica de las estructuras materiales ?fuerzas de producción y relaciones productivas? que originan el régimen político-social de clases dominantes y dominadas, está imbricada la etiología terrorista. Una vez que los círculos dominantes perciben que sus posiciones de dominio se encuentran en riesgo de no reproducir el estado de cosas que las apuntala, ponen en marcha a la autoridad para que ésta anule los factores adversos, y si las estrategias y tácticas elegidas resultan inanes para despejar la inminencia del cambio, vendrá la radicalización del poder público hacia acciones que despejen la disuasión intelectual y la rebelión colectiva, acudiendo por supuesto a formas muy variadas de un terrorismo sin límites.
En consecuencia, el terrorismo de Estado se corresponde con la necesidad de mantener el statu quo que privilegia a la elite opresora, en el momento en que ésta advierte cambios cuantitativos y cualitativos en la movilización de los dominados, que anuncien la probable caída del sistema y la inutilidad de las técnicas de coptación de los sectores que niegan la continuidad de la dominación.
terrorismo y opresión
El terrorismo intraclasista muestra características
lógicas semejantes cuando una elite descubre que su dominio de las
otras elites no es hegemónico, porque estas últimas han decidido
desbancar a la primera y establecer un dominio adecuado a sus intereses.
En la era santannista de nuestra historia, entre 1834
y 1853, el ascenso y la caída de presidentes de la República
fue la réplica política de los conflictos de las clases acaudaladas
que buscaban establecer, cada una, su dominio sobre las demás, originándose
en esta atmósfera el primer presidencialismo autoritario y militarista
que surgió después de la caída de Iturbide, en 1823.
Por el lado de los oprimidos, el terrorismo encuentra su mejor huerto en un estadio peculiar de la opresión. Si las vías revolucionarias del cambio son inalcanzables o han fracasado ante el ímpetu de la contrainsurgencia gubernamental, la radicalización de las tensiones desata el acto terrorista como una manera de hacer presente la inconformidad de los de abajo con el establecimiento económico-político.
Las facetas terroristas del Ireland Revolutionary Army (IRA), en Irlanda del Norte, de la Palestine Liberation Organization (PLO), grupo que surgió cuando fue formado el Estado de Israel, hacia 1948, así como las Brigadas Rojas en Italia y el Baader Meinhoff, de la Alemania Occidental, censurado este último por los partidos comunistas de la época, dan cuenta de la violencia a que puede llegar la desesperación e invalidez de los oprimidos. Añadamos un punto más. Al lado de las guerras de baja intensidad y de la combinación de infiltraciones, traiciones y asesinatos que integran junto con otras maniobras deleznables el quehacer terrorista de Estado, la intensa propaganda que lo acompaña tiene el doble propósito de manipular el inconsciente de las personas e inducir de este modo una falsificada aceptación en la opinión pública, con objeto de investir de legitimidad la agresión ilegítima, valiéndose para esto, entre otras cosas, de la satanización de la rebelión y sus líderes. Aunque la cuestión ha sido expuesta en mis reflexiones, creo conveniente subrayarla una vez más.
El terrorismo no es acto ajeno o añadido al juego
de opresores y oprimidos, algo que viene de fuera; por el contrario, el
terrorismo es sustantivo en la dominación y en la negación
de la dominación por los dominados. Así como la dependencia
de los países subdesarrollados es un efecto propio y no marginal
del capitalismo metropolitano, el terrorismo florece cuando desarrollo
y subdesarrollo alcanzan en la relación de dependencia e imposición,
niveles explosivos.
Quiero dejar muy claro lo sucedido a partir de la violencia
terrorista del pasado 11 de septiembre, en Nueva York y Washington. No
hay objeciones serias a la descripción de la actualidad mundial
como el sumario de la concentración del capital a nivel planetario,
iniciado al estallar las consecutivas dos últimas guerras mundiales,
y consolidada tal concentración en 1991, año en que fue decretado
el fin de la Unión Soviética.
Los primeros dos acontecimientos, las grandes conflagraciones, facilitaron no sólo la eliminación de recesiones económicas que hirieron los últimos decenios del siglo pasado, sino también abrieron puertas francas a la conjunción del capitalismo industrial y financiero, otorgándose a este último la primacía. Por su magnitud y alta tecnología las corporaciones levantaron la productividad hasta el punto crucial de romper las jurisdicciones nacionales y desplegarse a niveles globales, planeando con cuidado la inversión de los excedentes y subyugando, corrompiendo a los gobiernos locales o sustituyendo a los titulares legítimos por funcionarios adictos a los inversionistas, para esto se cuenta con estrategias de presiones directas y la influencia que proviene del maridaje entre el poder económico trasnacional y el poder político de Washington. Claro que hubo intentos, malogrados todos, de debilitar y romper tal maridaje, según consta en los anales de la Alemania prusiana de Guillermo II y de la Alemania nazi de Adolfo Hitler, círculo al que entró Japón con el tímido aplauso del emperador Hirohito. Fuera del área capitalista, la federación soviético-leninista fue la mayor antinomia del capitalismo multinacional. Y vencidos los obstáculos, el big money de que hablara John Dos Passos en su célebre trilogía U.S.A. decidió implantar su hegemonía, quebrantar oposiciones y fundar gobiernos subalternos que colaboren en la reproducción de la superexplotación de los pueblos.
GUERRA Y TERRORISMO
El especialista Arthur A. Meyerhoff escribió un
artículo intitulado: "Los efectos económicos y las implicaciones
geopolíticas de los yacimientos gigantescos de petróleo"
(American Scientific, september-october, 1976 y 64) que sugiere
conceptos muy esclarecedores. Reconoce en primer lugar que "el país
que controle la producción mundial de petróleo y de gas controlará
también el futuro económico, militar y quizá político
de las naciones que deben importar enormes cantidades de estos recursos...",
juicio redactado hace 25 años que tiene plena validez hoy. Dada
la irremediable baja producción petrolera en el propio Estados Unidos
y su altísimo y creciente consumo de hidrocarburos, nada impide
entender que la sobrevivencia del capitalismo trasnacional y del gobierno
estadunidense pende en altísimo porcentaje de vetas extranjeras,
y si se admite que a pesar de sus compras en América Latina ?Venezuela
y México sobre todo? y de las pesquisas en el Golfo de México,
la insuficiencia de barriles es notoria, tendrá que convenirse en
que el Medio Oriente y el Asia central, alrededor del Mar Caspio, en cuyo
subsuelo hay océanos de gas y petróleo líquido, son
para Estados Unidos zonas de importancia vital: tomarlas para sí
es prioridad indeclinable.
Los trágicos efectos del terrorismo del 11 de
septiembre pudieron haber sido causados por organizaciones musulmanas angustiadas
y oprimidas, en el contexto de violencias no estatales, no obstante que
hay opiniones en el sentido de que esas organizaciones son protegidas de
gobiernos árabes. Osama Bin Laden y sus parciales, que el presidente
George Bush hijo señala como responsables de los estallidos en Nueva
York y Washington, están amparados por el gobierno talibán
de Afganistán, país este víctima de condenables cañoneos
británicos y estadunidenses.
En el otro lado de la medalla, partidarios de Afganistán y Bin Laden, y muchísimos ciudadanos en el mundo no comprometidos, repudian la guerra no declarada del gobierno estadunidense. No abunda la información imparcial, mas los datos conocidos ofrecen algunas luces. ¿Qué motivos de fondo puede haber para que la tragedia de Nueva York y Washington se convierta en una guerra aplastante para los afganos y en una amenaza a naciones que el gobierno estadunidense declare terroristas o protectoras de terroristas, principalmente en el orbe islámico? Se han movilizado en esta batalla enormes cantidades de armas destructivas, se descargan desde embarcaciones alejadas de los blancos y de las alturas que surcan sofisticados aviones de guerra, toneladas de dinamita en zonas militares y no
militares afganas, y se despliega una cotidiana y persistente propaganda que metamorfosea a árabes y no árabes opuestos al cañoneo, en miembros del Averno.
La propaganda distribuye el bien y el mal: el bien está en el gran capital, el gobierno de Washington y sus aliados; el mal, en la negación de la opresión mundial del hombre. No falta en la academia estadunidense un punto de vista repetitivo desde hace largo tiempo. Se mira el actual conflicto como una guerra de culturas, la occidental y la oriental, la cristiana y la islámica. Pero lo cierto es distinto. El terrorismo de Nueva York y Washington se ha considerado buen pretexto para una guerra, infinita y duradera, que reproduzca y amplíe la relación de dominantes y dominados, configurada en la globalización hegemónica y unipolar estadunidense.
Asegurar para el capitalismo trasnacional y el gobierno de Washington los yacimientos gigantes y supergigantes del petróleo asiático es eje esencial en la victoria de los opresores sobre los oprimidos.
Ahora bien, ¿esta conclusión supone el fin del terrorismo? La dialéctica de los hechos no está por la afirmativa. La dominación es por necesidad fuente del terrorismo de Estado y del terrorismo no estatal. Con mucha razón William Pfaff en The Question of Hegemony advierte que la posibilidad de una predominancia única de Estados Unidos en el mundo, considerada por algunos como un nuevo wilsonianismo, es inviable; como la historia lo muestra, "un superpoder inevitablemente invita a la oposición" (Foreign Affairs, january-february, 200, v. 80, no. 1) En otras palabras, diríamos: un superpoder inevitablemente gesta el terrorismo. *