MUSICA
Jorge Anaya
Les Luthiers: materia venerable
PARA SER ADEPTO de Les Luthiers hacen falta tres
condiciones: ser culto o al menos instruido, tener sentido del humor y
ser de izquierda. Cualidades que por un buen rato han parecido venir casi
inexcusablemente juntas, y que hoy, duele decirlo, caracterizan a una especie
en peligro de extinción. Triste realidad detrás del alegre
espectáculo de miles de personas abarrotando el pasado fin de semana
el Auditorio Nacional ?territorio frecuentemente ajeno a este tipo de públicos
y de manifestaciones? para tener un encuentro casi ritual con quienes son
también representantes de un tiempo que ha sido hermoso y estimulante,
pero que, ay, ha quedado atrás.
LA MAYORIA de quienes, como dice la frase clásica,
se dieron cita en el Auditorio rondaban los cincuenta, y si se veían
algunos jóvenes era porque iban acompañando a sus padres
o abuelos, más bien en deferencia a los recuerdos de sus mayores
o a la curiosidad que les inspiran sus devociones, como cuando en alguna
tertulia familiar se sucedían las historias de militancia sesentera
y setentera y luego, al decaer las conversaciones, la subversiva picardía
luthiera (¿o habría que decir lutherana?) invadía
las estancias en aquellos venerables discos de acetato.
QUEDO ATRAS, por más que estos ex niños terribles de la música sigan siendo los asombrosos ejecutantes de siempre, por más que el ingenio fluya sin recato en las letras, en las melodías, en las ejecuciones y en los interludios, por más que la gente no pare de reír y de aplaudir y alguno que otro despistado lance uno de esos aullidos que se estilan en los conciertos de artistas del pop y por más que la sola mención de Johann Sebastian Mastropiero concite tan automática ovación, que ya la respuesta "espontánea" viene incluida en el guión del espectáculo.
El autofusil
LA REALIDAD ES que en estos años de ausencia la inspiración de Mastropiero ha transitado por senderos conocidos ?los aires medievales, el blues, la ópera, el bolero?, de forma que, si bien el libreto le atribuye el plagio de un autor alemán, con más justicia se le podría acusar de empezar a fusilarse a sí mismo. Y no sólo en la música: los números del nuevo espectáculo son variaciones de los ya bien conocidos de la serenata, el enredo erótico, la represión sexual, la corrupción y la estupidez burocrática.
DA LA IMPRESION de que el viejo Mastropiero no se halla a gusto en este nuevo mundo de diyéis punchis punchis y hip hop, de democracias mercadotécnicas, globalización desenfrenada y derechas filantrópicas y dicharacheras. Y no es que actualizarse sea una obligación, sino que por mucho tiempo estuvimos acostumbrados a esperar que estos gandules argentinos nos ofrecieran en cada vuelta una perspectiva a la vez ácida y graciosa de las dolorosas realidades que nos tocaba vivir, y que ahora se están quedando sin la chispa de su comentario musical.
Entrañables como son, Les Luthiers comienzan también a ser venerables, como ocurre también con buena parte de nuestras izquierdas, entrampadas en el problema de construir un discurso acorde con los tiempos que corren.