Espejo en Estados Unidos México, D.F. viernes 16 de noviembre de 2001
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Editorial
 

GENERAL GALLARDO: LIBERACION YA

SOLEl pasado miércoles, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) demandó al gobierno mexicano que libere al general José Francisco Gallardo Rodríguez, quien ha sido sujeto por la justicia castrense a un hostigamiento que abarca ya dos décadas. Gallardo permanece preso desde hace ocho años a consecuencia de un amañando proceso penal realizado en su contra por haber publicado un artículo en el que proponía la creación de un ombudsman militar; y desde 1996, la CIDH exigió su inmediata liberación, así como el castigo a los responsables de la campaña de hostigamiento, difamación y persecución política en contra del general encarcelado.

El gobierno de Ernesto Zedillo, cuya apatía ante las violaciones a los derechos humanos fue subrayada por diversas organizaciones no gubernamentales nacionales y extranjeras, mantuvo a Gallardo Rodríguez en prisión. El actual presidente, Vicente Fox, ha ofrecido en repetidas ocasiones, como candidato y como mandatario, revisar y resolver la oprobiosa injusticia referida, pero hasta la fecha Gallardo sigue preso.

El pasado miércoles, la CIDH dio un ultimátum al Ejecutivo federal mexicano para que libere al militar perseguido y anunció que, de lo contrario, hoy presentará el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Con su incomprensible tardanza -casi un año- en poner en práctica las peticiones del organismo internacional y sus propias promesas en torno a Gallardo, el actual gobierno se ha colocado, así, en una posición por demás incómoda: ahora deberá liberar al militar no como muestra de su propia determinación de hacer justicia y de respetar los derechos humanos, sino como resultado de una presión política externa.

Lo anterior no implica, por supuesto, que exista la alternativa de mantener al brigadier en prisión. Moral y legalmente, tal situación sería inadmisible, pero además implicaría, para el gobierno de Fox, un enorme costo político en el frente interno y en el ámbito internacional. Tras el reciente asesinato de la abogada Digna Ochoa, defensora de los derechos humanos, los ojos del mundo están puestos en México, y un proceso en la Corte Interamericana de Derechos Humanos resultaría desastroso para el Ejecutivo federal.

El indulto presidencial otorgado en días pasados a los campesinos ecologistas Teodoro Cabrera y Rodolfo Montiel, quienes permane-cían injustamente presos después de un proceso legal impresentable y de declaraciones bajo tortura, puede, en cambio, dar una clave a las autoridades para salir del actual atolladero y liberar a Gallardo Rodríguez.

Ciertamente, tanto éste como los campesinos guerrerenses ahora excarcelados merecen, más que un indulto, ser plenamente absueltos de las acusaciones en su contra e indemnizados por los graves atropellos a que han estado sujetos; asimismo, es necesario que el gobierno investigue y sancione las irregularidades y las violaciones cometidas por servidores públicos -tanto civiles como militares- en ambos casos. Pero, en lo inmediato -hoy, hoy, hoy, para usar una expresión grata al Presidente y para enfatizar el plazo dado por la CIDH-, el general Gallardo debe abandonar la cárcel en la que nunca debió estar recluido.
 

 

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