viernes Ť 16 Ť noviembre Ť 2001
Horacio Labastida
Política internacional y terrorismo
La mesa redonda que organizaron La Jornada y Casa Lamm el pasado 26 de octubre estudió nuestra política exterior y la guerra contra el terrorismo emprendida por el gobierno estadunidense. Durante el acto, y con la mayor claridad que me fue posible, advertí que hoy estamos frente a dos tendencias de la globalización. Una es la impuesta por el capitalismo metropolitano y los gobiernos que lo cobijan, con resultados bien conocidos. Las elites opresoras adjudican al resto de los pueblos el papel de siervos de los intereses trasnacionales, procurándose al efecto gobiernos subordinados y excluyendo la oposición a la deshumanización de la humanidad. La otra tendencia es acorde con nuestra política exterior en la medida en que sus principios se han forjado en nuestra experiencia histórica.
La única organización supranacional compatible con la libertad y la democracia en su sentido más profundo es la construida con la concurrencia inter pares de las naciones, en el supuesto de que sus representantes sean instancias que manden obedeciendo, según la idea recogida de la conciencia del EZLN. El Tratado de Libre Comercio, por ejemplo, es ajeno a esta última concepción. Los resultados están a la vista: desempleo, mayores desigualdades, desastre campesino, economía nacional en ruinas y heridas mortales en la ciencia y la tecnología propias. Y algo más grave aún: el acelerado aumento de la dependencia de la economía estadunidense está debilitando y saboteando de manera alarmante el ejercicio pleno de la autodeterminación.
Declararnos en forma acrítica en el lado de la guerra del presidente Bush es un error que la historia juzgará. Muchas son las divergencias entre las versiones oficiales y la verdad. Es falso que se trate de un choque de culturas entre Occidente y Oriente o entre islámicos y cristianos, como lo han sugerido ideólogos estadunidenses, ni tampoco de una mera persecución de Osama Bin Laden y sus parciales, a quienes la Casa Blanca señala como responsables de la tragedia del 11 de septiembre en Nueva York y Washington. En la medida en que se intensifica la guerra sobre Afganistán y se comparan las necesidades vitales del capitalismo plurinacional y los mapas geopolíticos del superpoder capitalista mundial, se delinea cada vez con más precisión una hipótesis plausible. Las dimensiones faraónicas y cruentas que tiene la guerra que a diario sacrifica cientos de civiles inocentes, a pesar de las muchas confusiones que la rodean en lo que hace a su legitimidad, permiten advertir en el horizonte dos objetivos ocultos en los entretelones del escenario. Eliminar autoridades adversas y rebeliones populares en el este, es ineludible para lograr hegemonía inapelable en la disposición de los hidrocarburos del Medio Oriente y el Asia central, factor este sine qua non en la garantía de reproducir los privilegios y fueros del negocio metropolitano.
El segundo objetivo íntimamente enhebrado al anterior exhibe sin lugar a duda la enorme e inigualada capacidad bélica del Tío Sam como instrumento de un inminente establecimiento universal del inapelable poder unipolar. Así se perfeccionaría el proceso de globalización opresiva impulsado por los acontecimientos registrados en 1991, año en que desapareció la Unión Soviética.
No puede ser más agobiante, asfixiante e ignominiosa para los valores humanos la atmósfera en que hoy se mueven los pueblos que luchan por encontrar caminos de progreso y no de retroceso. Nuestros grandes principios de política exterior se han modelado a través de esfuerzos por resolver las resistencias a la voluntad de transformar el bien común en patrimonio general y concreto de los países. La insurgencia rompió el coloniaje español y labró en la conciencia mexicana el principio de soberanía como un derecho absoluto y no relativo de autodeterminación, y en nuestra batalla contra las invasiones y arbitrariedades extranjeras aprendimos que la paz depende del mutuo respeto al derecho de todos y cada uno de los pueblos; y apoyados en estos principios hemos sostenido los de no intervención, no reconocimiento, señorío nacional sobre los recursos naturales y derecho de recobrarlos de manos privadas cuando lo requiera el bien público, así como los derechos de asilo, justicia económica, cooperación para el desarrollo y democracia en las decisiones internacionales, doctrinas aplaudidas y defendidas en los foros mundiales.
Esperemos que los tropiezos actuales sean pasajeros y prevalezca la política internacional que nos ha dado dignidad y respeto en el concierto universal.