VIERNES Ť 16 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Edward W. Said
Estados Unidos y Palestina, ahoraŤ
La extraordinaria turbulencia del momento que se vive por la campaña militar estadunidense en Afganistán, ahora en mitad de su segundo mes, ha cristalizado un número de argumentos y réplicas que merecen aclararse. Los anotaré sin mucha discusión ni requisitos, de modo que la etapa actual de su desarrollo engarce en la larga y terriblemente insatisfactoria historia de las relaciones entre Estados Unidos y Palestina.
Empecemos por repetir tal vez algo obvio: todo estadunidense que conozco (incluyéndome a mí, debo admitirlo) cree firmemente que los terribles sucesos del 11 de septiembre inauguran una etapa más bien nueva en la historia mundial. Pese a que numerosos compatriotas saben, en lo racional, que han ocurrido otras atrocidades y otros desastres a lo largo de la historia, hay algo único y sin precedente en los bombazos del World Trade Center y el Pentágono. Una realidad nueva, por tanto, parece surgir de ese día, casi toda ella enfocada sobre Estados Unidos, sobre su pena, su ira, sus tensiones síquicas, sus ideas de sí mismo.
Puedo llegar hasta el punto de decir que hoy el argumento con menos probabilidad de escucharse a nivel público en Estados Unidos es el que sugiere que existen razones históricas para la animosidad que este país ha atraído en su contra, en su papel de actor mundial, en virtud de lo que ha hecho. Llanamente se piensa que tal argumento es un intento de justificar la existencia y las acciones de Osama Bin Laden, quien se ha convertido en el vasto y sobre dimensionado símbolo de todo lo que Es-tados Unidos odia y teme: en cualquier ca-so y por el momento, pláticas de este estilo no serán toleradas en el discurso dominante, en particular en los principales me-dios de comunicación o en lo que diga el gobierno.
La suposición es que el honor y las virtudes estadunidenses, en cierta forma in-maculados, fueron heridos por un terrorismo absolutamente malévolo; cualquier menoscabo o explicación de esto es una idea intolerable, incluso de contemplar, no digamos investigarla en forma racional. Parece no importar que tal estado de cosas sea exactamente lo que Ben Laden ha invocado todo este tiempo, en la delirante y patológica visión que tiene del mundo: una división del universo entre sus fuerzas y las de los cristianos y judíos.
De lo anterior se deriva que la imagen política que el gobierno y los medios quieren proyectar es la de una "unidad americana" -y estos últimos, en su mayoría, ac-túan sin independencia alguna del gobierno, aunque se formulen ciertas preguntas y se articule cierta crítica en torno a la conducción misma de la guerra, sin cuestionar su eficacia o sensatez-. Hay en verdad un sentimiento fabricado por los medios y el gobierno: que el "nosotros" colectivo existe y ese "nosotros" actúa y siente junto, como lo atestiguan fenómenos superficiales como ondear banderas o el uso del "nosotros" colectivo que utilizan los periodistas para describir los sucesos en los que se involucra Estados Unidos por todo el mundo. Nosotros bombardeamos, dijimos, decidimos, actuamos, sentimos, creemos, etcétera, etcétera. Por supuesto, sólo marginalmente tiene que ver esto con la realidad, mucha más complicada y mucho menos tranquilizadora.
Existe bastante escepticismo sin registro y sin rastro, incluso disentimiento en voz alta, pero el patriotismo abierto parece ocultarlos. Así, la "unidad americana" se mantiene protegida con tal fuerza que permite muy poco cuestionamiento de la política estadunidense, lo cual está llevando a una serie de sucesos inesperados en Afganistán y en otras partes. Muy tarde comprenderá la gente el significado que entrañan. Mientras tanto, la "unidad america-na" necesita decirle al mundo que lo que Estados Unidos hace y ha hecho no puede alimentar serios desacuerdos ni discusión. Al igual que Bin Laden, George W. Bush le dice al mundo: estás con nosotros o con el terrorismo, y como tal, contra nosotros.
Entonces, por un lado se dice que Estados Unidos no está en guerra con el Islam, sólo con el terrorismo, y por otro lado (en total contradicción con lo dicho), dado que este país decide quién o qué es el Islam o el terrorismo, "nosotros" estamos contra el terrorismo musulmán y contra la ira islámica, según "nosotros" definimos. Que los libaneses y los palestinos hayan logrado expresar reparos serios ante la actitud estadunidense hacia Hezbollah y Hamas, que las condena como organizaciones terroristas, no asegura que se haya frenado la campaña de etiquetar a los enemigos de Israel como "nuestros" enemigos.
Entre tanto, Bush y Tony Blair se han dado cuenta que sí hace falta hacer algo acerca de Palestina, aunque me temo que no existe la intención seria de alterar la política exterior de Estados Unidos para que acomode lo que haya que hacerse. Pa-ra que algo suceda, Estados Unidos debe reflexionar sobre su historia. Eso mismo es lo que algunos de sus agentes publicitarios -personas egregias como Thomas Friedman y Fouad Ajami- insisten en predicar ante grupos árabes y musulmanes: que eso es lo que ellos deben hacer, sin considerar, por supuesto, que reflexionar sobre la propia historia es algo que todos, incluidos los estadunidenses, deberían hacer. No, se nos dice una y otra vez, la historia de Estados Unidos es de libertad y democracia, y sólo eso: no pueden admitirse errores ni anunciarse reconsideraciones radicales. Todos los demás deben cambiar sus actitudes, Estados Unidos permanece tal cual. Entonces Bush declara que su país está en favor de un Estado palestino con fronteras reconocidas adyacentes a Israel y añade que esto se hará de acuerdo con las resoluciones de Naciones Unidas, sin especificar cuáles y rehusando reunirse con Yaser Arafat en persona.
Esto puede sonar contradictorio pero de hecho no lo es. Van seis semanas que en Estados Unidos se lleva a cabo una tenaz campaña de medios, organizada minuciosamente, para más o menos impulsar ante el público lector y televidente la visión israelí del mundo, sin que casi nadie se oponga. Los puntos centrales son que el Islam y los árabes son las verdaderas causas del terrorismo, que Israel ha estado enfrentándose a dicho terrorismo toda su vida, que Arafat y Bin Laden son básicamente la misma cosa y que la mayoría de los aliados árabes de Estados Unidos (en especial Egipto y Arabia Saudita) han jugado, con toda claridad, el papel negativo de patrocinar un antiamericanismo, apoyar al terrorismo y mantener a sus sociedades en la corrupción y la antidemocracia.
Esta campaña se basa en la dudosa tesis (concedo demasiado) de que existe un re-surgimiento del antisemitismo. Lo anterior se suma a la cuasi promesa de que todo lo relativo a la resistencia palestina o libanesa ante las prácticas israelíes (nunca más brutales, nunca más deshumanizantes o ilegales que ahora) habrá de ser destruido inmediatamente después de destruir al ré-gimen talibán y a Bin Laden (o tal vez al mismo tiempo). Esto significa que Iraq es el siguiente -como no dejan de recordarnos, inflexibles, los halcones del Pentágono y su maquinaria de medios situada a la extrema derecha-, y así habrán de caer por lo bajo junto con Iraq todos los enemigos de Israel en la región: que nadie se evada de saberlo.
Ha sido tan descarada la actitud del aparato de propaganda sionista a partir del 11 de septiembre que casi no se encuentra oposición alguna a estos puntos de vista. Perdida en este fárrago de mentiras, de odio sediento de sangre y arrogante triunfalismo, asoma la simple realidad de que Estados Unidos no es Israel, ni Ben Laden es los árabes ni el Islam.
Esta concentrada campaña pro israelí, sobre la cual tienen poco control político Bush y su gente, está evitando que el go-bierno estadunidense revalore sus políticas hacia Israel y los palestinos. Ya desde las rondas iniciales de la campaña estadunidense de contrapropaganda dirigida al mundo árabe y musulmán, se notaba una renuencia impresionante a tratar a los árabes con la misma seriedad con que se trata a todos los otros pueblos. Ahí está el ejemplo del programa de debate transmitido por Al Jazeera la semana pasada, en el cual se difundió completo el más reciente video de Bin Laden. Batidillo de acusaciones y de-claraciones, el discurso culpaba a Estados Unidos de utilizar a Israel para apalear sin respiro a los palestinos; por supuesto que Bin Laden, enloquecido, adjudicaba esto a una cruzada cristiana y judía contra el Islam, pero la mayoría de la gente en el mundo árabe está convencida -porque es patente- que Estados Unidos ha permitido que Israel mate palestinos a placer, con armas estadunidenses y con el apoyo in-condicional de la Organización de Naciones Unidas y otros círculos.
El conductor del programa, cuya sede está en Doha, llamó entonces a un funcionario estadunidense, Christopher Ross, que se hallaba en Washington listo para responder. Y entonces Ross, hablante pasable del árabe pero para nada fluido y mu-cho menos notable, leyó una larga declaración cuyo mensaje central era que Estados Unidos, lejos de estar contra el Islam y los árabes, era en realidad su paladín (recordar Bosnia y Kosovo), en tanto que Estados Unidos proporcionaba más alimentos a Afganistán que ningún otro país, además de sostener los valores de la libertad, la democracia, etcétera.
Sacando cuentas, éste es el procedimiento estandard del gobierno estadunidense. Entonces el conductor le pidió a Ross que explicara por qué, dado todo lo que dijo acerca del respaldo de Estados Unidos a la justicia y la democracia, se apoyaba la brutalidad israelí en la ocupación militar de Palestina. Y aquí, en vez de asumir una postura honesta, de respeto al público, que afirmara que Israel es aliado de Estados Unidos y que "nosotros" habíamos decidido apoyarle por razones políticas internas, Ross decidió en cambio insultar la inteligencia básica del público y defendió a Es-tados Unidos con el argumento de que era la única superpotencia que había logrado sentar a ambas partes a la mesa de negociaciones. Cuando el conductor insistió en cuestionar la hostilidad estadunidense ha-cia las aspiraciones árabes, Ross se aferró a su misma línea, alegando, más o menos, que únicamente Estados Unidos valoraba los intereses de los árabes.
Como ejercicio de propaganda, la actuación de Christopher Ross fue pobre, por supuesto; pero como indicador de las posibilidades de algún cambio en las políticas estadunidenses, Ross (sin saberlo) por lo menos le hizo un servicio a los árabes al dejar ver que serían unos tontos si creyeran en dichos cambios.
No importa lo que diga; el Estados Unidos de Bush se mantiene como un poder unilateral, en el mundo, en Afganistán, en Medio Oriente, en todas partes. No muestra señales de haber comprendido el porqué de la resistencia palestina, o por qué los árabes resienten la política horrenda e injusta de hacerse el disimulado ante el dañino sadismo israelí con el pueblo palestino en su totalidad. Sigue negándose a firmar el Convenio de Kyoto, o a pagar sus cuotas a Naciones Unidas. Bush puede ponerse de pie y darle cátedra al mundo -como si fuera un profesor ante una banda de vaguitos sin control- recordándole por qué debe comportarse según las ideas de los estadunidenses.
Para resumir, no hay absolutamente ra-zón alguna por la que Yaser Arafat y su camarilla perpetua deban arrastrarse a los pies de Estados Unidos. Nuestra única esperanza como pueblo es que los palestinos mostremos al mundo que tenemos principios propios, que tenemos autoridad moral y que mantendremos una resistencia inteligente y bien organizada ante la criminal ocupación israelí, algo que ya nadie parece mencionar. Mi sugerencia es que Arafat cancele sus giras mundiales y retorne con su gente (que le sigue recordando que ya no apoya lo que él hace: únicamente 17 por ciento de la población afirma respaldarlo) y responda a sus necesidades, como debe hacerlo un dirigente de verdad.
Israel ha estado destruyendo la infraestructura de Palestina, sus poblados y es-cuelas, asesina inocentes, invade a voluntad, sin que Arafat preste la debida atención. Debería encabezar él mismo marchas no violentas de protesta, a diario, si no es que hora tras hora, y no dejar que un grupo de voluntarios extranjeros haga el trabajo que nos toca a nosotros.
Es esta ausencia de espíritu de autosacrificio, de solidaridad moral y humana hacia su gente, lo que hace del liderazgo de Arafat algo tan precario. Me temo que esta terrible ausencia lo ha marginado por completo a él y a su desafortunada e ineficaz Autoridad Nacional Palestina.
Ciertamente la brutalidad de Ariel Sharon ha jugado un papel importante en su derrumbe, pero debemos recordar que antes de que iniciara la intifada la mayoría de los palestinos había perdido la fe, por muchas razones. Lo que Arafat nunca ha entendido es que somos, y siempre hemos sido, un movimiento en la brega, un símbolo, que recibe apoyo por ser un movimiento que encarna los principios de la justicia y la liberación. Esto tan solo es lo que nos permitirá liberarnos de la ocupación israelí, no las maniobras encubiertas que transcurren en los salones del poder occidental, donde hasta el día de hoy Arafat y su gente son tratados con desprecio.
Siempre que se comporta como si él y su movimiento fueran otro Estado árabe más, es derrotado -así ocurrió en Jordania, en Líbano o durante el proceso de Oslo-. Só-lo cuando entienda, finalmente, que el pueblo palestino demanda liberación y justicia, no una fuerza policiaca ni una burocracia corrupta, comenzará a conducir a su pueblo. De lo contrario andará a los tumbos y atraerá sobre nosotros el desastre y la mala fortuna.
Por otra parte, y debo concluir aquí, de-jando el punto para detallarlo en mi si-guiente artículo, no debemos palestinos ni lárabes caer en la fácil retórica antiestadunidense. No es aceptable sentarse en las sa-las de reunión de Beirut o El Cairo y de-nunciar el imperialismo estadunidense (o el colonialismo sionista, para el caso) sin un ápice de comprensión de la complejidad de estas sociedades, que no siempre son representadas con veracidad por las estúpidas o crueles políticas de sus gobiernos. Nunca hemos abordado, ni en Estados Unidos ni en Israel, a las corrientes que es factible y de hecho vital que abordemos, y que a la larga lleguemos a acuerdos con ellas. Necesitamos que nuestra resistencia se entienda y sea respetada, no odiada o temida como lo es ahora en virtud de la ignorancia suicida y la beligerancia indiscriminada.
Una cosa más. Es muy muy fácil para un grupito de académicos árabes expatriados y poco excepcionales que vive en Estados Unidos aparecer en los medios y denunciar al Islam y a los árabes, sin tener el valor o la decencia de decirlo en árabe ante las sociedades y los pueblos árabes a los que tan fácilmente atacan desde Washington y Nueva York. Tampoco es aceptable que los gobiernos árabes y musulmanes finjan de-fender los intereses de su pueblo en Naciones Unidas o en Occidente, mientras hacen muy poco por éste en casa. Casi todos los países árabes de ahora se ahogan en la corrupción, en el terror de un régimen antidemocrático y en la fatalidad de un sistema educativo fallido que hasta hoy no encara las realidades del mundo secular. Pero eso lo dejaré para mi próximo artículo.
Traducción: Ramón Vera Herrera
Copyright: Edward W. Said, 2001