JUEVES 15 DE NOVIEMBRE DE 2001
šAmérica! šAmérica! 11.09.2001
"Soy una artista estadunidense y me siento culpable de todo", lamenta Patti Smith, poeta, compositora y cantante de rock, en este texto que se publicó en Interview Magazine, donde expresa su sentir ante los ataques terroristas en NY
PATTI SMITH
9:11, muerte gemela: Me desperté con el sonido de un avión de pasajeros cantando su final. Me desperté a la sensación de espíritus -un purgatorio de almas- ascendiendo por el oleaje de humo y la ceniza llenando desde el cielo hasta la base de mi calle.
Se han ido. Los postes gemelos que anclaban nuestra ciudad. Una hora antes había dicho adiós a mi hija tras encaminarla hacia la escuela. Me senté en el escalón de la puerta de mi casa observándola adormilada, desinteresada, y después regresé a mi sueño, a los brazos de mi amor.
9:12. Me desperté con el sonido de aviones F-15 y de helicópteros haciendo círculos allá arriba que me sacaron de la cama rumbo a la calle. Las torres se han ido y la piel de nuestro cielo está herida.
Se han ido. ƑQué forma de inteligencia ha cometido este acto? ƑQué retrato podría yo pintar? ƑQué líneas podría yo dibujar? ƑDesde qué memoria humana podría yo dibujar? Ya no puedo imaginarlas. En mi pared hay grandes hojas con dibujos, haciendo abstracta la cruz y el movimiento de la resurrección. Las quito y las guardo, pegando hojas limpias, regresando a la calle para pensar.
Las bandas amarillas serpentean por las calles envolviendo mis tobillos. Mientras trato de liberarme noto que la luz es diferente. La manera en que cae sobre los edificios y el reverso de mi mano. Momentáneamente inspirada, me guardo unas bandas amarillas y vuelvo a casa.
Mientras pego la tira amarilla a lo largo de las hojas blancas de papel, me doy cuenta que soy incapaz de dibujar una sola línea. Debería ser tan simple, un juego de niños, el trazar su silueta dual. Pero no puedo. Temo que no pueda hacerlo bien. Temo que el arte sea inútil.
Se han ido. Toda esa gente. Sigo sentada en el escalón de mi puerta mirando hacia la luz, hacia donde estaban, pensando que reaparecerán. Pasa un hombre de negocios, confundido e impecablemente vestido, salvo por el polvo blanco que cubre sus zapatos. No parece saber a dónde va, pero sus zapatos dicen en dónde ha estado. Pienso en Picasso y en cómo reaccionó ante el bombardeo de Guernica. Cómo tradujo su dolor y su horror en una obra monumental que hasta hoy día aún nos conmueve y alecciona. Regreso a mi pared.
Si miras al polvo puedes ver torres donde ya no hay torres. Como el amputado que siente el dolor de sus miembros fantasmas.
En realidad nunca me gustaron. Protesté por su construcción. Yo era una incondicional del Empire State y resentía cualquier cosa que pudiera eclipsarle. Pero con los años no sólo las acepté, sino que llegué a amarlas. Lucían maravillosas porque eran dos.
9:13. Me desperté con los gritos de "šUSA! šUSA!". El nacionalismo hirviendo. Las banderas vuelan. Verlas me llena de conflicto, ya que la mía es una preocupación global. Estamos sobre el tiempo humano. Somos Nueva York. Una ciudad totalmente humana. La diversidad es nuestro orgullo. La humanidad es nuestra misión -ofrecer la mano propia, dar nuestro pan, nuestra oración, nuestro amor humano sin distinción de fe, partido político o nacionalidad.
Todavía no amanece y me despierto con las sirenas y los truenos y la lluvia contra el cielo. Las voces de los voluntarios viajan por el escenario de nuestras calles. Deseo estar entre ellas y me levanto, me visto rápidamente, recojo mi identificación y penetro en otro mundo. (Traducción: Ernesto Priego y Patricia Peñaloza)
Filas de vehículos de emergencia salen rumbo al sur. Estoy irracionalmente arraigada a nuestro habitual punto de encuentro, ahora desierto, y toco una barricada que no fue usada, forrada con cintas amarillas empapadas por la lluvia. Las mismas tiras amarillas tendidas a lo largo de las hojas blancas que adornan mi pared. Una máscara de gas cuelga en la esquina de una larga barra de contención que restringe nuestra calle. La naturaleza muerta del momento. Las luces dejan de parpadear. La lluvia se disipa. Houston Street se vuelve a abrir. Los ciudadanos reclaman la Sexta Avenida.
A unas cuantas cuadras los trabajadores se movilizan, los rescatistas continúan su trabajo a través de la noche. Unos hombres gritan hacia otros hombres. No sé nada del dolor de su labor, lo que sus ojos han visto, lo que sus manos han tenido que buscar. Jean Genet hubiera sabido cómo glorificar aquellas manos callosas. No puedo siquiera ofrecerme a estrecharlas. Me siento eminentemente invisible, vestida tan impropia para la víspera del luto nacional. Cuando el sol salga me vestiré de blanco, con respeto por la ceniza que vela nuestra ciudad. La ceniza de nuestras cremadas torres.
9:14, un día de luto nacional. Es una mañana de luto. Nosotros, la gente de la ciudad, despertamos con la lluvia. El dios de Abraham está llorando. Alá está llorando. Los pies de Jesús y Mahoma están húmedos de lágrimas y la gente se inclina y toma entre sus manos la tierra húmeda.
Un día de luto. ƑY por qué guardaremos luto? ƑPor la humanidad y la humanidad investida por su arquitectura? ƑPor el destino de afganos inocentes? ƑNo deberíamos guardar luto por nuestra incapacidad como pueblo para comunicarnos?
Todavía somos los niños de Babel. Hablamos en lenguas divididas, incapaces de comprendernos el uno al otro. Los llantos entre el cascajo de ese naufragio colosal son los nuestros propios. La torre de Babel se posesionó de la imaginación colectiva del hombre. Pero ellos penetraron ilegalmente los sueños de Dios. Su habilidad para comunicarse se confundió para castigarles por su falta de humildad. Quizá cuando nos volvamos humildes como pueblo podamos comunicarnos nuevamente.
9:15. Alguna vez, en otro siglo, escribí con arrogancia: "Soy una artista estadunidense y no tengo culpa alguna". Ahora me siento obligada a expresar: "Soy una artista estadunidense y me siento culpable de todo". A pesar de esto no daré la vuelta. Seguiré trabajando. Esto lo percibo como una obligación. Le ruego a Dios que en los días por venir no me despierte y me levante con la sangre del pueblo afgano chorreando de mis manos americanas.
9:16. Ruego porque pidamos sabiduría para que, poseyéndola, tengamos el valor moral de ponerla en práctica.
Ruego porque pidamos librarnos del odio para así lograr la armonía.
Ruego porque luchemos por comprendernos el uno al otro.
9:17. Por primera vez desde el ataque entro al metro. Me voy hasta Broadway y Nassau para caminar rumbo a Liberty Street. Entonces veo por vez primera la zona de desastre. Vengo aquí con algo de reserva, no quiero invadir. Sin embargo busco alguna respuesta a una pregunta vagamente formada. Como una niña quiero verlas, o ver lo que queda de ellas y decirles adiós. También creo que me dirán por qué me importaban tanto, por qué las extraño y cómo es que deben ser recordadas. En esta búsqueda se me otorga una visión: desde Liberty Street veo sus esqueléticos restos, recordando el retrato de Babel de Brueghel. Sobre ellos, dos dedos torcidos se alzan hacia el cielo en la forma perfecta de una "v". El simple signo de la paz.
Regresamos al trabajo. Nuestro alcalde nos ha recomendado, sabiamente, que volvamos a nuestras tareas diarias. Y ahora sé por qué lloro a nuestras torres. Porque eran jóvenes y simbolizaban la fuerza optimista de nuestra nación. Mi pared tiene un par de hojas gemelas de papel. No hay en ellas imagen alguna. He decidido que ese es mi retrato. No eso que vemos, sino lo que no vemos y no podremos ver jamás. Dos hojas de papel blanco y puro como el cielo que cubren el escalón de la entrada de mi casa, a la altura de la base de mi calle.