JUEVES Ť 15 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Olga Harmony

Visitatio

La conjunción de Teatro Sunil y Carbono 14 se antojaba, de entrada, muy extraña. De hecho, el brío que la compañía canadiense nos ha brindado en sus presentaciones en México cedió esta vez al teatro de la caricia que es la propuesta de Daniele Finzi Pasca en sus espectáculos clownescos, aunque ambos -brío y caricia- se conjuntan en el nuevo espectáculo del director suizo-italiano. Visitatio fue elaborado por Finzi Pasca a partir de las visiones que suele tener Ana Heredia, la hermana mayor de Dolores, que padece síndrome de Down, y se ramifica por muchas vertientes en el supuesto ensayo donde imaginación y realidad se confunden, rematados casi todos los momentos con un vuelco a la clownería. Daniele hace una graciosa autocrítica en boca de uno de los actores: ''Sí, muy bonitas imágenes, pero de trama Ƒqué?" Y en efecto, no existe una trama, sino un entramado con un hilo conductor que es la presencia de Ana y lo que ella significa.

Ana Heredia es una niña encerrada en un cuerpo de mujer. Esto me lleva a pensar que Finzi Pasca estructura su espectáculo a base de los límites y la posible transgresión de ellos. En el caso de Ana, el límite es el del tiempo con un desarrollo suspendido. Como niña es visitada por amigos no corpóreos, extrañas imágenes casi siempre circenses que en su traducción escénica se presentan, si así se pudiera decir, como una falsa realidad: telones de gasa que representan cielos increíbles, personajes -los visitantes- colgados de poleas con gruesas cuerdas que para nada intentan ocultar los manejos de tramoya. El director acentúa este límite proponiendo que los acrobáticos actores de Carbono 14, en su presencia como seres imaginarios, digan algo jocoso que nos remite a su corporeidad real en un escenario durante un supuesto ensayo que se puebla de muy bellas imágenes.

La soltura tan abierta del espectáculo nos propone otros límites. El temporal, dado no sólo por la presencia de Ana, sino por la confusión entre principio y fin de la escenificación en una especie de eterno retorno. Las discusiones entre bailarín y actriz, a la que se sumará posteriormente el payasito escenificado por Dolores Heredia, nos hablan de lo que cada profesional acota para sí, otro limitante que será abiertamente contravenido por la ejecución del espectáculo mismo. La contraposición entre la melancolía de la muerte y el jolgorio de la vida, que pueden ser otras visiones imaginadas, o entre la fiesta y las limitantes de las mujeres pueblerinas, con la simbólica ruptura de platos como liberación casi al final, marcan otros límites y otras transgresiones.

El muelle es otro límite entre el mar y la tierra, en la que los pescadores reflexionan chuscamente y son importunados por una Ana para ellos invisible, convertida a su vez en presencia visitante en ese mundo real. Con esta vuelta de tuerca, el autor y director incorpora, así sea levemente, el muelle al tema general de su espectáculo.

Sin intentar un ilusionismo escénico, antes bien y como apuntaba, dejando al descubierto los juegos de tramoya, Daniele Finzi logra extrañas trasmutaciones de lo real a lo imaginado y viceversa y ofrece un espectáculo en que priva un sentido onírico, roto por momentos con juegos de palabras y de artificio. El vestuario de Dado es utilizado indistintamente por todos los actores en una contaminación más que nos remite a lo soñado, excepto en los momentos en que priva la realidad. La conjunción de actores de variadas nacionalidades (común en ambas compañías) y la mezcla idiomática contribuyen a la rica fantasía del montaje que se ve reforzada también por la música original de María Bonzanigo, la iluminación de Jan Komarek y la imaginativa utilería diseñada por el autor y director con la colaboración de Michele Laliberté y Guillaume de Fontenay.