JUEVES Ť15 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Howard Zinn
Causa justa, no guerra justaŤ
Creo que pueden hacerse dos juicios morales en torno a la actual "guerra". El ataque del 11 de septiembre constituye un crimen contra la humanidad y no puede justificarse; el bombardeo de Afganistán es también un crimen injustificable.
Y no obstante, a lo ancho del espectro político hay voces, incluidas muchas de la izquierda, que han descrito la situación como "guerra justa". Un viejo partidario de la paz, Richard Falk, escribió en The Nation que ésta es "la primera guerra justa desde la Segunda Guerra Mundial". Robert Kuttner, otro consistente promotor de la justicia social, declaró en The American Prospect que sólo quienes se hallan en la extrema izquierda creen que no es justa esta guerra.
Me dejan perplejo. Cómo puede una guerra ser verdaderamente justa cuando implica la matanza cotidiana de civiles, cuando ocasiona que cientos de miles de hombres, mujeres y niños abandonen sus hogares para escapar de las bombas, cuando no ha podido hallar a quienes planearon los ataques del 11 de septiembre y cuando multiplicará las filas de quienes, suficientemente furiosos con Estados Unidos, se volverán terroristas.
Esta guerra suma un grueso expediente de violaciones a los derechos humanos y producirá exactamente lo opuesto de lo que pretende: no acabará con el terrorismo, lo hará proliferar.
Pienso que los progresistas promotores de la guerra confunden una "causa justa" con una "guerra justa".
Hay causas injustas, como el intento estadunidense de establecer su poder en Vietnam, o de dominar Panamá o Granada, o de subvertir el gobierno de Nicaragua. Una causa puede ser justa -como lograr que Corea del Norte se retirara de Corea del Sur, o hacer que Saddam Hussein se retirara de Kuwait, o acabar con el terrorismo-, pero de este hecho no se deriva que sea justo ir a la guerra en apoyo a esa causa, sabiendo del inevitable torbellino que se desata.
A pedazos y jirones, el relato de los efectos de nuestros bombardeos comienza a filtrarse. Justo a los 18 días de bombardeo el New York Times reportó: "las fuerzas estadunidenses han golpeado un área residencial en Kabul, por error". Van dos veces que los aviones estadunidenses bombardean almacenes de la Cruz Roja. Ya lo dijo uno de los voceros de esta institución: "ahora tenemos 55 mil personas sin comida y sin mantas, sin nada en absoluto".
Un maestro afgano de educación primaria dijo a un reportero del Washington Post en la frontera con Pakistán: "cuando las bombas cayeron cerca de mi casa y mis niños se pusieron a llorar, no me quedó otra que huir".
En un reportaje del New York Times se puede leer: "el Pentágono reconoció que el domingo, un f/a-18 del ejército arrojó una bomba de 500 kilogramos cerca de lo que los funcionarios dicen es un centro de atención para ancianos... Naciones Unidas dijo que el edificio era un hospital militar... Varias horas después, un f-14 del ejército arrojó bombas de 250 kilos sobre un área residencial al noroeste de Kabul". Un funcionario de Naciones Unidas contó a un reportero del New York Times que en una incursión estadunidense de bombardeo a la ciudad de Herat se habían usado bombas de fragmentación que desperdigan bomblets letales sobre una zona equivalente a 20 campos de futbol. Este, escribió el reportero, "es el testimonio más reciente de tantos que documentan que las bombas estadunidenses se salen de ruta y ocasionan bajas civiles".
Un reportero de Associated Press (Ap) fue conducido a Karam, pequeña aldea en las montañas que recibió el impacto de bombas estadunidenses, y vio casas reducidas a escombros. Según su nota, "en el hospital de Jalalabad, unos 15 kilómetros al oriente, los doctores atienden a 23 personas consideradas víctimas del bombardeo de Karam; uno de ellos era un infante de escasos dos meses de edad, envuelto en vendas ensangrentadas. Otro niño, dijeron los vecinos, estaba en el hospital porque el bombardeo había matado a toda su familia. Por lo menos 18 tumbas recientes se hallan esparcidas por el poblado".
Se reporta que la ciudad de Kandahar, atacada durante 17 días seguidos, es ahora un pueblo fantasma y más de la mitad de sus 500 mil habitantes huyen de las bombas. El sistema eléctrico de la ciudad está destruido. La ciudad carece de agua, ya que el bombeo eléctrico quedó dañado. Un campesino de 60 años de edad contó al reportero de Ap: "Nos fuimos por miedo a perder la vida. Todos los días y todas las noches escuchamos a los aviones rugir y rugir, vemos el humo, los fuegos... maldigo a ambos: al talibán y a Estados Unidos."
En un reportaje del New York Times, enviado desde Pakistán a dos semanas de la campaña de bombardeos, se documenta el cruce de civiles heridos por la frontera. "Cada media hora, más o menos, y durante todo el día, alguien cruza en camilla... la mayoría son víctimas del bombardeo, sin algún miembro, o heridos por las esquirlas... un niño, con la cabeza y una pierna envueltas con vendajes ensangrentados, se aferra a la espalda del padre, mientras el viejo, agobiado, intenta regresar a Afganistán."
Esto ocurría a pocas semanas de iniciados los bombardeos, y el resultado ya era que el miedo de cientos de miles de afganos los impelía a abandonar sus hogares hacia los peligrosos caminos plagados de minas. La "guerra contra el terrorismo" se ha convertido en una guerra contra hombres, mujeres y niños inocentes, que de ninguna manera son responsables del ataque terrorista a Nueva York.
La guerra y el terrorismo tienen algo en común. Ambos implican la matanza de personas inocentes para lograr lo que los asesinos consideran un buen fin. Me asalta una objeción inmediata en esta ecuación: ellos (los terroristas) matan deliberadamente a personas inocentes; nosotros (los señores de la guerra) apuntamos a "objetivos militares" y los civiles mueren por accidente; son "daños colaterales".
ƑEs realmente accidental que los civiles mueran durante nuestros bombardeos? Incluso si concediéramos que la intención no es matar civiles, Ƒpuede llamarse accidente que pese a todo resulten víctimas, una y otra y otra vez? Si la muerte de civiles es inevitable en todo bombardeo, puede no ser deliberada pero no es un accidente; y quienes bombardean no pueden considerarse inocentes. Cometen un asesinato igual al cometido por los terroristas.
El absurdo de alegar inocencia en tales casos se hace evidente cuando las cuotas de muertos de esos "daños colaterales" alcanzan cifras mucho mayores que las de quienes murieron en los peores actos de terrorismo. Así, "los daños colaterales" en la guerra del Golfo ocasionaron más muertos -cientos de miles si incluimos a las víctimas de nuestra política de sanciones- que el muy deliberado ataque terrorista del 11 de septiembre. El número total de aquellos que han muerto en los bombazos terroristas de Israel y Palestina es menor a mil. El número de los muertos por "daños colaterales" en los bombardeos de Beirut durante la invasión israelí a Líbano en 1982 alcanzó la cifra de unos 6 mil.
No intentamos empatar las listas de muertos -es un ejercicio odioso- para demostrar que una atrocidad es peor que otra. No hay justificación alguna para el asesinato de inocentes, sea deliberado o "accidental". Mi argumento es que cuando mueren niños a manos de terroristas o cuando -con o sin intención- mueren como resultado de bombas arrojadas desde aviones, el terrorismo y la guerra se tornan igualmente imperdonables.
Hablemos de "objetivos militares". La frase es tan ambigua que el presidente Truman pudo decir, después de que la bomba atómica desgarrara a la población de Hiroshima: "el mundo tendrá que saber que la primera bomba atómica se arrojó sobre Hiroshima, una base militar. Esto ocurrió así porque quisimos evitar, en la medida de lo posible, la muerte de civiles".
Ahora escuchamos a nuestros dirigentes políticos decir que "estamos enfocando objetivos militares. Tratamos de evitar la muerte de civiles, pero ocurrirá, y lo deploramos". ƑPodrá el pueblo estadunidense consolarse moralmente pensando que bombardeamos únicamente "objetivos militares"?
La realidad es que el término "militar" cubre toda suerte de objetivos que incluyen poblaciones civiles. No puede llamarse accidental que nuestros bombarderos destruyan deliberadamente la infraestructura eléctrica de una región -como ocurrió en la guerra contra Irak- y vuelvan inoperantes las plantas purificadoras de agua y de tratamiento de aguas negras, lo que conduce a epidemias y a la muerte de niños y otros muchos civiles.
Recuérdense que durante la guerra del Golfo, el ejército estadunidense bombardeó un refugio antiaréreo y mató a 400 o 500 hombres, mujeres y niños que se apiñaban ahí justo para escapar de las bombas. El alegato es que era un objetivo militar que alojaba un centro de comunicaciones, pero los reporteros que recorrieron las ruinas inmediatamente después dicen que no había señal alguna que lo confirmara.
Quiero sugerir que la historia de los bombardeos -y ninguna nación ha bombardeado más que Estados Unidos- es una historia de interminables atrocidades, todas explicadas, calmadamente, mediante el engañoso y letal discurso del "accidente", los "objetivos militares" y los "daños colaterales".
De hecho, en la Segunda Guerra Mundial y en Vietnam, el registro histórico muestra que hubo la decisión deliberada de enfocarse sobre la población civil para destruir la moral del enemigo -lo que explica las bombas incendiarias arrojadas sobre Dresde, Hamburgo y Tokio, los b-52 sobre Hanoi, los bombarderos de propulsión a chorro sobre apacibles aldeas en el espacio rural de Vietnam. Cuando algunos arguyen que podemos involucrarnos en "acciones militares limitadas" sin "uso excesivo de fuerza", ignoran la historia de los bombardeos. El impulso de la guerra se monta en atropellos sin límite.
La ecuación moral en Afganistán es clara. Las bajas civiles son un hecho. El resultado es incierto. Nadie sabe lo que logrará este bombardeo: puede conducir a la captura de Osama Bin Laden (tal vez), al derrumbe del talibán (posiblemente), a un Afganistán democrático (es muy poco probable) o a ponerle fin al terrorismo (casi seguro que no).
Y mientras tanto, aterrorizamos a la población (no a los terroristas, a los que no es tan fácil aterrorizar). Cientos de miles empacan sus pertenencias, montan a sus niños en carretas y abandonan sus hogares para emprender viajes peligrosos hacia sitios que piensan serán más seguros.
No es dispendiable ni una sola vida humana en esta violencia temeraria a la que llamamos "guerra contra el terrorismo".
Deberíamos examinar la idea del pacifismo a la luz de lo que ocurre ahora. Nunca he usado el término "pacifista" para describirme porque sugiere algo absoluto, y soy receloso de los absolutos; quiero dejar aberturas para las posibilidades impredecibles. Puede haber situaciones (e incluso firmes pacifistas como Gandhi y Martin Luther King creían en esto) en que podría ser justificable un acto de violencia, preciso, contra un mal monstruoso e inmediato.
En la guerra, sin embargo, la proporción medios-fines es muy, muy diferente. La guerra es por naturaleza algo indiscriminado, poco enfocado, especialmente en nuestra época en que la tecnología es tan letal, lo que inevitablemente implica la muerte de grandes cantidades de personas y el sufrimiento de muchas más. En "guerras pequeñas", como la de Irán contra Irak, en la guerra en Nigeria o en la guerra de Afganistán, murió un millón de personas. Incluso en una guerra "minúscula", como la que se emprendió en Panamá, murieron mil personas o más.
Scott Simon, del npr, escribió un comentario en el Wall Street Journal del 11 de octubre titulado: "Aun los pacifistas deben apoyar esta guerra". En este artículo, Simon intenta utilizar la aceptación pacifista de la autodefensa, que aprueba una resistencia focalizada ante un atacante inmediato, para justificar esta guerra, que él alega es "en defensa propia". Pero el término autodefensa no se aplica cuando uno arroja bombas sobre un país y mata a muchas personas que no son nuestros atacantes. Y no se aplica cuando no existe probabilidad alguna de que logre su fin expreso.
El pacifismo, que yo defino como el rechazo a la guerra, descansa en una lógica muy poderosa. En la guerra los medios -matanza indiscriminada- son inmediatos y tangibles; los fines, por más deseables que sean, son distantes e inciertos.
Pacifismo no significa "apaciguamiento". Con frecuencia el término es lanzado a la cara de aquellos que condenan la guerra actual en Afganistán adosándoles referencias a Churchill, Chamberlain y Munich. Las analogías extraídas de la Segunda Guerra Mundial se suman a modo cuando hay la necesidad de justificar una guerra, no importa qué tan irrelevantes sean para la situación particular. Cuando se sugería que nos retirásemos de Vietnam o que no emprendiéramos una guerra contra Irak, salía a relucir el término "apaciguamiento". El resplandor de la "guerra buena" se ha repetido con el fin de oscurecer la naturaleza de todas las guerras malas que hemos peleado desde 1945.
Examinemos dicha analogía. Checoslovaquia fue entregada al voraz Hitler para "apaciguarlo". Alemania era una nación agresiva que expandía su poder, y no resultó prudente ayudarlo en esta expansión. Pero hoy no encaramos un poder expansionista que requiera ser apaciguado. Somos nosotros el poder expansionista -tropas en Arabia Saudita, bombar-deos en Irak, bases militares por todo el mundo, navíos en todos los mares- y este hecho, junto con la expansión israelí hacia la franja occidental y la franja de Gaza, ha levantado ira.
Estuvo mal que entregáramos Checoslovaquia para apaciguar a Hitler. No está mal que retiremos nuestros militares del Medio Oriente o que Israel se retire de los territorios ocupados, porque no hay derecho alguno para estar ahí. Eso no es apaciguamiento, es justicia.
Oponerse al bombardeo de Afganistán no significa "rendirse al terrorismo" o "apaciguarlo". Significa encontrar otros medios, distintos a la guerra, para resolver los problemas a los que nos enfrentamos. Luther King y Gandhi creían que las acciones -directas, no violentas- eran más poderosas y por cierto más defendibles moralmente que la guerra.
Rechazar la guerra no es "poner la otra mejilla", como se caricaturiza al pacifismo. En la situación actual significa que no imitemos a los terroristas.
Estados Unidos pudo haber encarado el ataque del 11 de septiembre como un acto horrible y criminal que convocara a aprehender a los autores intelectuales utilizando todo dispositivo de inteligencia e investigación disponibles. Pudo haber recurrido a Naciones Unidas para solicitar la ayuda de otros países en la persecución y aprehensión de los terroristas.
Estaba también el camino de las negociaciones. (Y no salgan con aquello de: "Ƒqué?, Ƒnegociar con esos monstruos?" Estados Unidos ha negociado con algunos de los gobiernos más monstruosos del mundo -de hecho los entroniza y los mantiene en el poder.) Antes de que Bush ordenara la salida de los bombarderos, los talibanes ofrecieron llevar a juicio a Bin Laden. Esto se ha ignorado. Después de diez días de ataques aéreos, los talibanes llamaron a un alto en los bombardeos y dijeron estar dispuestos a dialogar sobre un posible juicio a Bin Laden en un país neutral, pero al día siguiente en los titulares en el New York Times se leyó: "El presidente rechaza la oferta de negociar con los talibanes", y se citó a Bush diciendo: "cuando digo que no negociaremos, digo que no negociaremos".
Esa es la actitud de quien mete el acelerador rumbo a la guerra. Al inicio de la guerra de Corea, de la guerra de Vietnam, de la guerra del Golfo, del bombardeo de Yugoslavia, hubo un rechazo semejante ante la posibilidad de entablar negociaciones. El resultado es una inmensa pérdida de vidas y un sufrimiento humano incalculable.
El trabajo de la policía internacional y las negociaciones eran -todavía son- alternativas a la guerra. Pero no nos engañemos; aun cuando lográramos aprehender a Bin Laden o destruir la red completa de Al Qaeda, lo cual es poco probable, no podríamos poner fin a la amenaza del terrorismo, que tiene reclutas potenciales más allá de Al Qaeda.
Es complicado llegar a las raíces del terrorismo. Soltar bombas es muy fácil. Es una vieja respuesta ante lo que todo mundo considera una situación muy nueva. En el corazón de los innombrables e injustificables actos de terrorismo, se hallan agravios justificados que sufren millones de personas que no se involucrarán directamente en el terrorismo, pero de cuyas filas surgen los terroristas.
Tales agravios son de dos tipos: la existencia de una profunda miseria -hambre, enfermedades- en buena parte del mundo, que contrasta con la abundancia y el lujo de Occidente, especialmente en Estados Unidos, y la presencia de un poder militar estadunidense, por todo el orbe, que interviene repetidamente por la fuerza en aras de preservar la hegemonía de Estados Unidos, y en apoyo de regímenes opresores.
Lo anterior sugiere acciones que po-drían lidiar con el problema del terrorismo en el largo plazo y que son justas por sí mismas.
En vez de usar dos aviones al día para arrojar comida sobre Afganistán y 100 aviones para arrojar bombas (lo que dificulta que los camiones de las agencias internacionales lleven alimentos), habría que usar 102 aviones para proporcionar comida.
Tomen todo el dinero asignado para instrumentar nuestra enorme maquinaria bélica y úsenlo para combatir el hambre y las enfermedades por todo el mundo. Un tercio del presupuesto militar provería anualmente de agua limpia e instalaciones sanitarias a mil millones de personas en el mundo que carecen de ellas.
Retiren las tropas de Arabia Saudita, ya que su presencia en la cercanía de santuarios como La Meca y Medina no sólo enfurecen a Bin Laden (no nos debe importar que él se enoje) sino a gran cantidad de árabes que no son terroristas.
Pongan un alto a las crueles sanciones contra Irak, que están matando a más de mil niños semana a semana sin que esto debilite la tiranía de Saddam Hussein en el país.
Insistan en que Israel se retire de los territorios ocupados (muchos israelíes piensan que es correcto), e Israel será un sitio mucho más seguro de lo que es ahora.
En suma, abandonemos nuestra postura de superpotencia militar y convirtámonos en una superpotencia humanitaria.
Seamos una nación más modesta. Entonces estaremos más seguros. Las naciones modestas del mundo no enfrentan la amenaza del terrorismo.
Difícilmente podemos esperar un cambio así de fundamental en política exterior. Amenazaría muchísimos intereses: el poder de los dirigentes políticos, la ambición de los militares y de las corporaciones que se benefician de los enormes compromisos militares de la nación.
Vendrá el cambio, como en otras épocas de nuestra historia, sólo cuando los ciudadanos estadunidenses lo demanden -habiendo reflexionado después del primer envión instintivo de respaldo a la política oficial, o una vez que estén más informados. Dicho viraje en la opinión ciudadana podría alejarnos de la solución militar, especialmente si coincide con que el gobierno se percate, en la práctica, de que su violencia no funciona.
Podría ser también el primer paso para que repensemos el papel de nuestra nación en el mundo. Este repensarnos entraña, para los estadunidenses, la promesa de una seguridad genuina, y para la gente en otras partes el inicio de la esperanza.
Traducción: Ramón Vera Herrera
Ť Copyright 2001, The Progressive, Madison, Wisconsin. Este artículo se publica con permiso del autor; su versión original se publica en The Progressive, edición de diciembre, 2001