MIERCOLES Ť 14 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ugo Pipitone

China en la OMC

Después de quince años de negociaciones, China entra finalmente a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Este, el primer resultado importante de la reunión de la OMC en Qatar. El segundo está en lista de espera: la apertura de una nueva ronda de negociaciones comerciales multilaterales. En este momento no está claro si la perspectiva se abrirá realmente en la actual reunión de Doha, Qatar. Limitémonos entonces a comentar el ingreso de China a la OMC.

Una decisión que, sin dudas, tendrá serios impactos de mediano-largo plazos. Enumeremos los tres que en estos momentos parecen más probables. Primero: el impulso a una mayor liberalización de la economía china; segundo: el impacto (posiblemente) negativo sobre los países del Tercer Mundo exportadores de productos de mediano contenido tecnológico; tercero: el impacto (posiblemente) positivo sobre la economía mundial por la esperada mayor demanda proveniente de mil 300 millones de consumidores. Cuál equilibrio terminará por establecerse entre estas tres dimensiones, es tema para Nostradamus.

El hecho sustantivo es que el ingreso de China a la OMC podría consolidar el dinamismo que esta economía muestra desde hace 20 años. Si el PIB per cápita chino creciera a una tasa entre 5 y 6 por ciento anual (tasa elevadísima, pero, tal vez, no inalcanzable), esta economía alcanzaría los niveles actuales de Estados Unidos en un lapso de dos generaciones: digamos entre 40 y 50 años. China es hoy el séptimo exportador del mundo; un peso relativo que en las próximas décadas está destinado a aumentar y modificar sustantivamente los actuales equilibrios económicos globales.

Con este escenario en mente, veamos las consecuencias de más corto plazo. China ha tenido que pagar un costo elevado para ingresar a la OMC. La sola reducción de los subsidios a la agricultura se calcula que podría crear 10 millones de desempleados internos. Y si a esto añadimos la aceleración de los despidos en las empresas estatales (una especie de hoyo negro en el presupuesto central), es evidente que el país tendrá que enfrentar en los próximos años tareas complejas y sin garantías previas de éxito. De una parte, necesitará crear una red social de protección frente a un problema de desempleo que podría convertirse en factor crítico de estabilidad. De la otra, necesitará abrirse aún más a la inversión extranjera directa para crear empleos y modernizar su estructura productiva.

Por el momento, es esta última la línea que el gobierno chino parecería preferir. La reciente apertura a las inversiones extranjeras en telecomunicaciones, banca, seguros e industria automotriz, indica una clara voluntad de amarrar aún más estrechamente el desarrollo chino a los flujos de capitales foráneos.

Inútil decir que el impacto será duro sobre los exportadores de productos de mediana tecnología del Tercer Mundo. En condiciones de relativa paridad tecnológica, Ƒquién puede competir con los salarios chinos? Un problema no pequeño que debería preocupar en los momentos en que se discute la posibilidad de inaugurar una nueva ronda de negociaciones comerciales a escala mundial. De una ulterior reducción de aranceles y subsidios, los países más pobres del mundo podrían obtener un impulso a mejorar su presencia exportadora. Pero esta presencia resulta amenazada por una competencia china que podría obligar a varios países en desarrollo a modernizar su perfil exportador sin disponer de la capacidad técnica ni financiera para hacerlo.

Dicho de otra manera: con China en la OMC se corre el riesgo de que los productos de mediano contenido tecnológico, en lugar que ser instrumento de crecimiento exportador para el Tercer Mundo, terminen por operar al interior de un juego global a (casi) suma cero con China como principal beneficiario. Una razón más para insistir: si bien los temas comerciales son esenciales, no serán suficientes para que la economía mundial establezca oportunidades de convergencia entre los países desarrollados y los otros.