LUNES Ť 12 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
TOROS
Ť Repitieron De Santiago y Vistahermosa, dos ganaderías infames
Retorno triunfal de El Zotoluco; le arrancó las dos orejas al mal juez
Ť El madrileño Joselito estuvo en artista y ratornero Ť Morante se lució con un novillo
LUMBRERA CHICO
En medio de un apagón, con el ruedo tapizado de cojines y los últimos ecos de una bronca de órdago en contra del juez Manuel Gameros terminó ayer la tercera corrida de la temporada menos chica 2001-Ƒ2002?, en la que Eulalio López El Zotoluco estremeció a la Monumental Plaza Muerta (antes México) al muletear portentosamente a su primer enemigo para cortarle las dos orejas por aclamación popular.
Derrochando clase, mientras pudo, el sevillano Morante de la Puebla deleitó a la concurrencia con unos soberbios naturales al novillo del escándalo, en una tarde en la que su paisano, el madrileño (José Miguel Arroyo) Joselito, no menos artista, sólo tuvo detalles, pero enormes detalles, al torear a la verónica al segundo del festejo.
La empresa, por su parte, con esa genialidad que la distingue, repitió a dos de las tres ganaderías que hace 15 días hundieron la función inaugural, y el encierro formado por cuatro reses del hierro de Vistahermosa y cuatro de De Santiago sólo contribuyó a que perdieran miserablemente su tiempo los 25 mil asistentes y casi todos los alternantes, excepto Miguel Espinosa Armillita Chico, quien, años ha, decidió desperdiciar la vida en un oficio que a todas luces detesta.
Zotoluco, torerazo
Desembarcado de España, en donde a lo largo del verano se hartó de desorejar marrajos de Miura; vestido de azul rey con bordados en oro, El Zotoluco partió plaza como triunfador de la temporada anterior en Insurgentes, y como tal recibió el trofeo que así lo acredita. Y para refrendar el título, se pegó un arrimón con Macareno, un negro zaino, alto, hondo, muy apretado de cuerna, con 527 kilos (en la pizarra, que no en los lomos), que fue bravo pero no tanto bajo el peto del caballo y presentó dificultades, pero no muchas, en el tercio final de la lidia.
En los medios, con el compás muy abierto para extender al máximo el trayecto de sus templados lances, El Zotoluco ordenó que el bicho lo embistiera al ritmo que él deseaba, cada vez más lento, cada vez más dominado, y para ello le bajaba la mano a la altura de las espinillas, mandándolo con gran poder y mejor colocación, antes de zumbárselo de nuevo y enroscárselo en torno de las zapatillas, para rematarlo por la izquierda con el pase de pecho, otra vez en redondo, pero por abajo, en un acto de belleza torera tan difícil de decir como de creer que lo estábamos contemplando.
Torerísimo, engolosinado con el débil animal que a cada rato doblaba las manos, incurrió sin embargo en excesos de entusiasmo al pergeñar feamente el martinete, pero todo se lo perdonaba la plaza extasiada. Y cuando se tiró a matar y liquidó a la bestia, otra bestia, pero ésta en el palco de la autoridad, le otorgó una sola oreja; sin embargo, como el público rugía furioso y vibraba el cemento del embudo, Gameros no tuvo más remedio que darle las dos.
Joselito, híbrido
Diez años después de su confirmación de alternativa en la México (entonces se llamaba así), Joselito salió a torear como un hombre de dos caras: artista inmenso a la verónica, ratonero imperdonable en la chicuelina, profundo en sus bellísimos lances de trinchera, clásico y docto al muletear en redondo, nunca se comprometió de verdad con su trabajo, se fue alejando pase a pase de la verdad esencial de la faena y la gente ya no estaba con él cuando mató de un pinchazo y una entera a Almendro, un cárdeno bragado de 493, perteneciente a Vistahermosa.
Después del faenón de El Zotoluco nada ocurrió ya en la arena hasta que salió Carretero, último del encierro, que no tenía cara ni estampa ni trapío de toro adulto, y que encolerizó a la gente en contra del juez. Morante se limitó a presenciar la discordia, pero cuando cogió la muleta con la izquierda, entre un archipiélago de cojines, pegó dos o tres naturales que confirman su enorme clase. Y entonces sobrevino un apagón, hecho fortuito que por minutos puso en riesgo la salida de los últimos diez mil mirones repentinamente cegados por negligencia de quién sabe quién, lo cual no importa, pues nadie investigará ni impondrá sanciones.