LUNES Ť 12 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

León Bendesky

Larga espera

A medida que se acerca el fin de año se hace más visible el deterioro de la economía y, también, la creciente dificultad de hallar medios para contenerlo. La política económica está firme en sus partes monetaria y fiscal, como si las cosas marcharan como de costumbre, como si nos hubiésemos quedado a mediados de 2000, mientras en realidad todo alrededor cambia de manera adversa. El eje de la estabilidad de los precios, los intereses y el tipo de cambio, junto con el relativo equilibrio fiscal ya no son suficientes para ordenar el funcionamiento de los mercados y hoy, como nunca desde la crisis de 1995, el sector privado está muy nervioso con las condiciones prevalecientes y hace fuertes reclamos al gobierno y al Congreso. Tienen razón, pero la verdad es que comunmente juegan el juego de las conveniencias y ahora están contra la esquina. Los trabajadores han negociado los salarios en términos más favorables que en otras ocasiones, no porque sus medios de lucha sean mejores, sino porque se han beneficiado de la disminución del ritmo de crecimiento de los precios. Esta es una oportunidad de reparar algo de la pérdida distributiva de muchos años, y no olvidemos que el conflicto central de la economía es, precisamente, por la distribución. Tanto es así que en Hacienda se reclama que la nómina de la burocracia está descuadrando las cuentas públicas, mientras la inversión se ha desplomado en el orden de 9 por ciento en términos reales. Luego no habrá que sorprenderse de que la economía no tenga combustible para crecer, que sólo puede venir de la inversión pública y privada.

Se sabe que hay repercusiones negativas que vienen de fuera: la recesión, el terrorismo y la guerra que han desquiciado a la economía de Estados Unidos, único motor de crecimiento del producto mexicano. Se sabe, también, que en Europa se hace más fuerte la recesión y golpea a Alemania, la economía más fuerte de la región, y se sabe que Japón no levanta cabeza y que este año tendrá un crecimiento negativo de casi 1 por ciento. Los instrumentos de la política económica en esos países tienden a ser cada día menos eficaces como medios de contención; las tasas de interés ya están en niveles muy bajos y sólo queda la expansión fiscal para alentar el gasto, aunque eso debilite las posturas antiinflacionarias que defienden con vehemencia los ministros de Hacienda y los bancos centrales en todas partes. En el continente aún se espera que haya una crisis en Argentina, cuyo efecto se sumará al débil entorno prevaleciente. Entre tanto, Brasil sigue usando la devaluación como medio de mantener la competitividad de su economía.

Todo eso es inevitable para México, que no tiene casi nada de margen para resistir. Hay un dicho acerca de que un hombre inteligente es quien sabe salir de un pozo cuando cae en él, pero un hombre sabio es el que no deja que lo lleven al pozo. Esto puede extenderse a los países, es decir, a la sociedad y a los gobiernos, con las políticas económicas que aplican y de cuyas virtudes se convencen tanto, aunque los resultados sean manifiestamente insuficientes. Hay que repetirnos tan sólo la cifra de apenas 2.7 por ciento de crecimiento promedio anual del producto interno bruto en México en los últimos veinte años y añadirle los costos de las tres fuertes crisis que ha padecido la economía en ese lapso. Es tiempo de hacer cuentas. Y si ya nada se puede hacer del crecimiento perdido, es difícil entender que se sigan repitiendo las mismas cosas, se siga pensando con las mismas estructuras y que lo que se ofrece es prácticamente la inmovilidad.

Ya estamos a la mitad de noviembre y el proyecto de presupuesto federal aún no se empieza a revisar, lo que crea más incertidumbre y presiones políticas que complican la situación actual, lo mismo que el escenario del próximo año. El propio gobierno está estimando un crecimiento de apenas 1.7 por ciento en 2002. El trabajo político para sacar adelante la reforma fiscal ha sido muy pobre por parte de todos los involucrados. El caso es que ésta se ha puesto como elemento central del próximo presupuesto y de la política económica del sexenio. A medida que pasa el tiempo los costos políticos de la reforma tienden a crecer y todos quieren mantener una salida sin jugarse el pellejo. Pero también están creciendo los costos económicos y financieros y ésos se van a socializar otra vez, y de modo desigual, como siempre. El gasto público ya está señalado para ser de nuevo el rubro de ajuste de la caída del crecimiento del producto y de los ingresos públicos.

Todos admiten que se necesita la reforma, pero nadie admite que tiene que pagar todos los impuestos que le corresponde, excepto, claro está, los que no tienen otra salida, o sea, los asalariados. En vez de ir articulando compromisos y fortaleciendo las instituciones, esto se sigue posponiendo y se trata de cargar la culpa a los otros. En este sentido no ha cambiado prácticamente nada: es la misma forma de hacer política que cuando el PRI mandaba, aunque ahora no esté en Los Pinos y no tenga mayoría en el Congreso.

Estamos en un pozo y ahora se requiere de inteligencia para salir de él, o ya cuando menos para no hundirse más. El país está a la espera. Pero luego, se necesita ampliar el horizonte. México requiere más sabiduría para establecer otro patrón de desarrollo social y económico que nos deje ir superando, poco a poco, los permanentes problemas de la pobreza y la exclusión, de la desarticulación productiva y regional y del crecimiento desigual. No hay ningún otro modo de medir la efectividad de un programa económico que el mejoramiento sostenido del bienestar de la mayor parte de la población. Ahí el saldo es negativo. Todas las otras cuentas son insuficientes.