SABADO Ť 10 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Viva el rey
ENTRE LAS REALIZACIONES más interesantes de la Muestra figura Viva el rey. Dogma 4, de Kristian Levring, notable experiencia del proyecto fílmico danés Dogma (conjunto de reglas para romper con los ''malos hábitos" de narración y producción fílmicas tradicionales).
DE DICHO PROYECTO conocemos en México Festen, la celebración, de Thomas Vinterberg; Secretos de familia (Mifune), de Soren-Kragh Jacobsen, y Bailando en la oscuridad, de Lars von Trier. Inexplicablemente sigue inédita en nuestro país otra estupenda y controvertida realización de este último director, Los idiotas.
A PESAR DE la unidad que se ha pretendido reconocer en el proyecto Dogma, sus productos guardan entre sí fuertes diferencias estilísticas. Aproximaciones humorísticas en Mifune; drama desgarrador en Festen; experimentación con la comedia musical en la cinta más popular de Von Trier. En el caso de Viva el rey, Levring incursiona de modo original en la experiencia teatral a través de los ensayos y la representación de El rey Lear, de William Shakespeare. Una representación fragmentada, sin actores profesionales, sin decorados y sin otro público que un nativo africano indiferente. La improvisada ''compañía" teatral está integrada por una docena de turistas perdidos en el desierto de Namibia.
DIAS ANTES, EL autobús en que todos ellos viajaban por tutas africanas perdió literalmente la brújula y se detuvo, sin gasolina ni esperanzas de volver jamás a arrancar, en un territorio inhóspito -un antiguo pueblo minero custodiado por un anciano-. El reparto elegido, Bruce Davison, Jennifer Jasón Leigh, David Bradley y la francesa Romane Bohringer, entre otros, consigue transmitir los estados de confusión y delirio que de manera paulatina se apoderan de los ''comediantes".
EL DESIERTO AFRICANO es el inesperado escenario shakesperiano y es también el proscenio inclemente donde los actores saben que pueden encontrar la muerte. Como en otras ficciones límite (por ejemplo la cinta canadiense El cubo, de Vincenzo Natali), los personajes se libran por desesperación a un juego de masacre. Ante la amenaza de inanición y la certidumbre de ser abandonados, los personajes sucumben a las únicas satisfacciones posibles: la depredación de la carne, por ejemplo, como un impulso lujurioso que derriba en un instante las barreras de edad y de raza. Una joven seduce a un anciano para luego humillarlo; una mujer racista se acopla con un negro, atónita por los extremos a que la conduce su soledad, su frustración marital y la brutalidad del desierto.
CATHERINE (BOHRINGER) INTENTA burlar el hastío contándole a Gina (Jason Leigh) una historia absurda en francés salpicada de burlas y escarnio contra su interlocutora que no las entiende. Y así se suceden las viñetas de crueldad en una ficción que remite también al humor corrosivo de un Marco Ferreri (Y a bon les blancs! -šQué rico saben los blancos!-), sin caer empero en el tratamiento resueltamente fársico.
PREVALECE EN ESTA fábula de turistas extraviados una ambigüedad fascinante. Su empeño por aferrarse a una ilusión teatral representa un recurso desesperado por rescatar un símbolo de cultura en un territorio donde la civilización parece haber ya terminado. Este pesimismo desolador apunta hacia una de las perspectivas más irónicas de la década que comienza, sugiriendo de paso la metáfora de otros desiertos donde hoy se libran batallas igualmente absurdas.