SABADO Ť 10 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Javier Aranda Luna

Gorostiza o la permanencia de lo efímero

Muerte sin fin es, quizá, el poema más interpretado y peor leído de la literatura mexicana. Lo es porque ninguna obra poética puede comprenderse con razones. En poesía no hay intermediación posible. La única interpretación real y valedera es la que elabora cada lector. El motivo es simple: cada poema termina de construirse al leerlo. Por eso cada lectura es distinta y la relectura una misión imposible. Hija del tiempo, la poesía sólo en el presente existe.

Muerte sin fin es un magnífico ejemplo de cómo un clásico crea su propia legislación. No hay ley que lo ate ni preceptiva que lo descifre. Las interpretaciones, las glosas, los comentarios, las exégesis se han multiplicado con los años y el poema no se agota. Hoy son tantos los tratados que ha provocado que bien podrían formar, por sí mismos, dos gruesos volúmenes de mil páginas.

Luis Cardoza y Aragón acostumbraba decir que la mejor prueba de que Gorostiza era un gran poeta consistía en que nunca supo, en verdad, lo que escribió en los diez cantos de su extenso poema. Cardoza tenía razón y el propio Gorostiza lo supo: alguna vez dijo el poeta tabasqueño que agradecía a los amigos que le explicaban siempre un nuevo giro de su poema.

Para Gorostiza la poesía fue, más que un decir, un hacer. Me corrijo: un decir que al nombrar hace: ''Una investigación de ciertas esencias (el amor, la caída, la muerte, Dios), que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que haciéndolo más transparente se pueda ver a través de él dentro de esas esencias". Como labor de transparencia la poesía muestra o, mejor, inventa, con la complicidad del lector, nuevamente al mundo. Cada palabra es La Palabra; la conjura que rehace las cosas.

Aunque se sabe conviene recordarlo: Muerte sin fin pertenece a a esa extraña y portentosa tradición que conforman unos cuantos poemas: Las soledades, de Góngora; Primero sueño, de Sor Juana; Cementerio marino, de Valéry, y La tierra baldía, de Eliot. Más aún: la sombra ondulante de Mallarmé está presente, creo, en sus versos.

Poeta ''de la inteligencia", si la inteligencia es ''soledad en llamas", Gorostiza fue y es para algunos el poeta de la emoción duradera. La emoción que convoca a la tribu para conocer el origen de las cosas, pero también la emoción que palpita en las sienes y corre por la sangre. Es la misma que vive en la luz sin estrella, en la piedra y en el agua suelta.

La poesía de Gorostiza deslumbra también por su perfección formal. Por ese desbordamiento mesurado que le permite crear al poeta. En ese sentido Muerte sin fin es un aparato poético de inusitada perfección. Si pudiéramos mirar el revés de ese poema cual si fuera un gobelino podríamos admirar mejor su arquitectura monumental y su filigrana: la minucia para engarzar una palabra a otra y a otra más hasta hacerlas sonar de verso en verso y con ellos construir imágenes. No sé como será, después de leer ese estupendo poema, ''una muerte de hormigas" o ''el primer silencio tenebroso". Pero ahora estoy seguro, gracias a esos versos, que cuando lleguen ambas cosas podré reconocerlas.

La primera edición de Muerte sin fin data de 1939. El editor Loera y Chávez, uno de los mejores que ha habido en nuestro país, publicó 500 ejemplares de la obra. La segunda edición, publicada con una nota de Octavio Paz, está fechada en 1952. Trece años transcurrieron entre una y otra. A pesar de su prestigio entre nosotros, los restos de Gorostiza aún no están en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Según Salvador Novo el culpable de ello fue Agustín Lara, que murió también en 1973. Por supuesto no fue Lara el culpable, sino la tradición del ninguneo que forma parte del mundo literario mexicano. Su restos llegarán, lo han prometido las autoridades, a la Rotonda. Ojalá que ello llame de nuevo la atención sobre su obra. Para Gorostiza la poesía es efímera. No dura más que una flor. Es cierto. Ya lo dijo otro poeta: sólo lo fugitivo permanece, dura. El rumor de las palabras de Muerte sin fin seguirá siendo, sin duda, un surtidor de imágenes que habrá de sobrevivirnos.