SABADO Ť 10 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Carlos Montemayor
Paradoja petrolera
Según el Programa Nacional de Energía 2001-2006, se requiere de una inversión de 120 mil millones de dólares en cinco años para reactivar y modernizar los sectores eléctrico, petrolero y de gas natural. Los dos gobiernos anteriores ajustaban sus cifras en función y en beneficio de sus propios criterios sobre lo que debe ser ahora el sector energía. No es sorprendente que el gobierno de Vicente Fox haga lo mismo y que hable de un nuevo momento histórico a partir de un nuevo concepto de privatización.
Según el nuevo subsecretario Francisco Barnés de Castro no está en riesgo la soberanía del Estado sobre los recursos energéticos, porque seguirán manteniendo su carácter público Pemex, Comisión Federal de Electricidad (CFE) y Luz y Fuerza del Centro. Sólo se necesita, según sus palabras, una "reforma legal que dé certidumbre y estimule la inversión privada". En efecto, el Programa Nacional de Energía 2001-2006 se propone abrir la puerta de inmediato a una nueva industria de energía para no tener que rematar los activos de la anterior, que se considera estancada o inactiva (y por eso hay que reactivarla) y sobre todo antigua (y por eso hay que modernizarla creando otra paralela). Para aceptar este rápido y sorprendente procedimiento de privatización el presidente Fox nos exhorta a un nuevo patriotismo.
Como el subsecretario Barnés de Castro, el director de Pemex, el señor Raúl Muñoz Leos, también ha declarado en diversas ocasiones que nuestra industria petrolera está a punto del colapso porque ha padecido una carga fiscal excesiva. Esto le ha impedido a Pemex destinar recursos para su propio mantenimiento y desarrollo.
En los años anteriores a 1938, las grandes compañías holandesas, británicas y estadunidenses suspendieron el mantenimiento a sus instalaciones petroleras a fin de disuadir a las autoridades mexicanas de una posible expropiación. A pesar del deterioro de las instalaciones, una vez consumada la expropiación, las empresas lograron organizar un gran boicot mundial para que México no tuviera posibilidad alguna de conseguir refacciones necesarias a la industria; después, para que no tuviera lugar dónde vender petróleo; finalmente, se propusieron que no hubiera técnicos disponibles para el desarrollo de la industria mexicana. Todo se resolvió gracias a la inteligencia y tenacidad de obreros, técnicos, ingenieros y estudiantes. Usualmente vemos la expropiación petrolera como una decisión presidencial, pero sin esa respuesta social el discurso de expropiación se hubiera quedado en un solo gesto burocrático.
Con la nueva visión de política económica iniciada hace 19 años, se decidió que los recursos destinados al mantenimiento y desarrollo de Pemex se fueran reduciendo. Se pretendió que la estructura petrolera mexicana llegara a deteriorarse tanto que fuera necesario privatizarla. Antes de 1938 se buscó deteriorar la industria petrolera para que no se nacionalizara. Ahora se ha buscado el deterioro para privatizarla. Estos procesos históricos de México son asombrosos.
Ahora el señor Muñoz Leos, el subsecretario Barnés de Castro y el presidente Fox insisten en que no se privatizará Pemex (ni la CFE ni Luz y Fuerza del Centro). En efecto, no será necesario hacerlo si se deja que por su propia inercia se reduzca y extinga. Mientras se extingue, pretenden crear una industria paralela. Los funcionarios actuales plantean proyectos integrales para exploración, desarrollo, explotación y distribución, de tal manera que la privatización no se efectúe sobre las instalaciones de la industria petrolera mexicana actual, sino mediante una nueva industria que cada día, de manera acelerada, torne más inútil la industria ya existente.
Que la misma estrategia se aplique dos veces en menos de 70 años es sorprendente. En el primer caso, la estrategia buscó evitar la nacionalización; en el segundo caso, busca acelerar la privatización. Esto se da solamente en un país tan sorprendente como el nuestro. Estamos a punto de abrir las puertas al regreso de las viejas grandes compañías, o a empresas que descienden de los grandes consorcios petroleros de la década de los treinta. El pasado no terminó de irse y el futuro no acabó de ser nuevo. Son los contrastes y paradojas de nuestro México moderno, los cambios engañosos del México de la transición.