VIERNES Ť 9 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

John Berger Ť

Los siete niveles de la desesperanza

Quisiera añadir al debate en curso -como narrador únicamente- algunas observaciones breves.

Ser una superpotencia inigualada deteriora la inteligencia militar de la estrategia. Pensar estratégicamente implica que uno se imagine en los zapatos del enemigo. Entonces es posible prever, amagar, tomar por sorpresa, desbordar por los flancos, etcétera. Malinterpretar al enemigo puede conducir, a largo plazo, a la derrota ?la propia. Así se derrumban a veces los imperios.
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Hoy, una cuestión crucial es: qué es lo que hace a un terrorista mundial, qué crea a un mártir suicida. (Hablo aquí de los voluntarios anónimos: los líderes terroristas son otro cuento. Y distingo a los terroristas mundiales de los locales, porque estos últimos -como en Irlanda, el País Vasco o en Sri Lanka- son producto de una historia que lleva siglos.) Es una forma de la desesperanza lo que produce, en principio, a un terrorista mundial en este momento. O para expresarlo con mayor precisión, es una forma de trascender y, ofrendando la propia vida, darle sentido a una forma de la desesperanza.

Es por esto que el término suicida es un tanto inapropiado, porque la trascendencia le confiere al mártir un sentido de triunfo. ¿Un triunfo sobre aquellos a quienes supuestamente odia? Lo dudo. Es un triunfo sobre la pasividad y la amargura, sobre el sentido de absurdo que emana de cierta profundidad de la desesperanza.

Es difícil que el Primer Mundo imagine una desesperanza así. No tanto por su riqueza relativa (la riqueza produce sus propias congojas), sino porque el Primer Mundo se distrae con frecuencia y su atención se entretiene. La desesperanza a la que me refiero aflige a aquellos que sufren condiciones tales que los obligan a ser inflexibles. Décadas de vivir en un campo de refugiados, por ejemplo.

¿En qué consiste tal desesperanza? En que el sentido de tu vida o las vidas de la gente cercana a ti no cuentan para nada. Es algo que se palpa a muchos niveles diferentes, hasta que se hace total. Es decir,  inapelable, como en el totalitarismo.

Buscar cada mañana y hallar las sobras con qué susbsistir un día más.

Saber al despertar que en esta maleza legal no existen los derechos.

Experimentar por años que nada mejora, todo va peor.

La humillación de no ser capaz  de cambiar casi nada, y de aferrarse al casi que conduce a otra espera.

Creer las mil promesas que inexorables se alejan de tu lado, de los tuyos.

El ejemplo de aquellos reducidos a escombro por resistir.

El peso de los tuyos asesinados, un peso que cancela para siempre la inocencia -por ser tantos.

Estos son los siete niveles de la desesperanza -uno por cada día de la semana- que conducen, para algunos de los más valerosos, a la revelación de que ofrecer la propia vida contra las fuerzas que han empujado al mundo adonde está, es la única manera de invocar un todo, más grande que aquel de la desesperanza.

Cualquier estrategia planeada por los líderes políticos para quienes dicha desesperanza es inimaginable, fracasará y reclutará más y más enemigos.

Ť John Berger (n. 5 de noviembre de 1926) es narrador, filósofo, guionista de cine para el realizador suizo Alain Tanner, crítico de arte, productor en colectivo de una de las series televisivas más reconocidas en Gran Bretaña en los sesenta y setenta -Ways of seeing, para la BBC- y autor de innumerables libros de narrativa, ensayo y crítica. Su novela G (1972) le mereció el premio Booker, pero su obra más conocida en castellano es quizá Puerca Tierra, primera parte de una trilogía sobre la vida campesina y su pertinencia, el tránsito de los campesinos a las ciudades -volcado en Una vez en Europa- y la vida de éstos en las grandes urbes, tema de su novela Lila y Flag, tercera parte de esta obra.

Al sentido lineal inexorable que se le ha sobreimpuesto a la Historia, Berger opone las historias. Su trabajo sustenta la necesidad de que individuos y comunidades se narren a sí mismas, y su experiencia -indivisible siempre- pueda difundirse empujando nuevos sentidos, otras búsquedas, nuevas coordenadas, como parte del tramado de una historia vasta que sigue pendiente de contarse, y que el poder no reconoce. Actualmente vive como campesino en una comunidad de Savoya, en Francia. El texto anterior fue enviado especialmente por el autor a La Jornada.

Traducción y nota: Ramón Vera Herrera