FOX: EL DISGUSTO ANTE EL ESPEJO
El
sábado pasado, el presidente Vicente Fox, en su programa radiofónico
Fox en vivo, Fox contigo, lanzó una inopinada y virulenta andanada
de críticas contra los medios informativos, con especial énfasis
en los impresos, por lo que consideró como una cobertura deficiente,
incorrecta y frívola --"por babosadas", "calumnia", "engaño",
"mentira", fueron sus expresiones-- de su gestión y, en particular,
de su aún reciente gira por Europa, así como por lo que le
parecieron críticas excesivas a su presidencia. Desde entonces,
el mandatario y su equipo no han dejado de abordar el tema de la prensa,
con el estilo zigzagueante, contradictorio y errático que ha sido
proverbial desde que el foxismo era candidatura. Acaso lo dicho el fin
de semana por el mandatario habría podido tomarse como uno de sus
típicos excesos verbales, pero su insistencia, a lo largo de estos
días, en descalificar, e incluso en injuriar, el trabajo informativo,
obliga a la preocupación y a la respuesta.
Entre todos los juicios inaceptables vertidos ayer
por el titular del Ejecutivo destaca su insinuación de que las críticas
a su gestión podrían ser respuesta a que "ya no le damos
a ningún periódico, ni a ningún escritor (...) las
gratificaciones o los dineros para que hablara bien del gobierno", como
lo dijo en las dos entrevistas radiofónicas que concedió
ayer. Semejante descalificación constituye un insulto para el gremio
periodístico en su conjunto, para los lectores y para las reglas
más elementales de convivencia democrática entre el poder
público y los medios.
Otra vertiente inaceptable de las palabras presidenciales
es el énfasis en centrar sus denuestos en la prensa impresa --o
"periódicos escritos", como dijo en entrevista con Jacobo Zabludovsky--;
el sábado pasado, Fox no habló de que hubiese dejado de ver
noticieros televisivos, pero sí de que había dejado de leer
diarios que le "amargaban" el día.
Se manifiesta, así, una preferencia presidencial
por los medios electrónicos, acaso porque en éstos hay menos
cabida para la crítica a su gestión, acaso porque son más
divertidos y de más fácil acceso. En privado, Fox tiene,
ciertamente, todo el derecho de preferir un aparato de radio o una pantalla
de televisión a un diario o una revista, pero es cuestionable, al
menos, que el jefe del Ejecutivo se incline por unos y descalifique a los
otros.
Tal discriminación explica y da sentido al hecho
de que los dineros públicos que se destinan a pagar la publicidad
oficial sean abrumadoramente orientados, en forma discrecional y arbitraria,
a televisión y radio, y que sólo una ínfima parte
de tales recursos se gaste en medios impresos.
En otra entrevista, tal favoritismo dio pie a que Pedro
Ferriz de Con, calumniador de vieja tradición, ubicara a La Jornada
y a Milenio como los blancos de las críticas presidenciales.
En las exigencias presidenciales sobre cómo deben
cubrirse sus actividades, sobre los temas que deben ser consignados y los
que deben omitirse, se manifiesta una intolerancia y un autoritarismo inadmisibles
para la sociedad mexicana contemporánea y para los medios que se
deben a ella.
Si el Presidente observa en los medios un reflejo de su
gobierno, caracterizado por la ineficacia, el continuismo --sobre todo
el que se presenta en materia de política económica y en
tolerancia a la impunidad de los saqueadores del país-- y la frivolidad,
ello no obedece necesariamente a un designio distorsionador, sino a que
tales son las características más visibles del Ejecutivo
federal en los once meses transcurridos de su mandato. Su arremetida contra
los periódicos equivale, en este sentido, a enojarse con el espejo.
El deber de los periodistas es informar, analizar y criticar.
Su obligación es para con la veracidad. Su límite ha de ser
la privacidad de los ciudadanos, sean o no funcionarios públicos.
Su prerrogativa profesional consiste en decidir la jerarquía y la
relevancia de la información que presentan.
A lo largo de más de tres lustros, La Jornada se
ha mantenido fiel a tales preceptos y ha participado en el ensanchamiento
de una libertad de expresión que ha costado muchas vidas e innumerables
esfuerzos. Nuestro proyecto informativo ha resistido ofensivas contra esa
libertad en tiempos en que las autoridades no podían decirse democráticas
y hoy se mantiene esa redoblada determinación.
Desde estas páginas se ha criticado a los funcionarios
públicos con respeto a su privacidad y a su dignidad personal, y
no se ha apostado a la destrucción de otros medios, como lo hizo
ayer Ferriz de Con en su diálogo con Fox --"van a quebrar algunos
periódicos. Pues qué bueno".
En la actual circunstancia, La Jornada se mantendrá
fiel a sus principios fundacionales. No callará ni minimizará
los aciertos de las autoridades, pero tampoco dejará de investigar
los asuntos turbios del poder --los heredados y los actuales-- ni se abstendrá
de informar, de acuerdo con sus criterios editoriales soberanos, ni de
analizar y criticar el desempeño de los funcionarios públicos
y de las instituciones, incluso si el cumplimiento de esta tarea suscita
la animadversión y el enojo del Ejecutivo federal o de cualquier
otra autoridad.
A fin de cuentas, el compromiso central de este diario
es con la verdad y con los lectores. Con nada ni nadie más.
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