JUEVES Ť 8 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Se presentarán en el Auditorio Nacional con su espectáculo Bromato de amonio
Les Luthiers, hiperespecialistas al servicio de la inteligencia musical, retornan a México
Ť Han reunido más de centenar y medio de canciones en casi cuatro décadas
Ť El lago encantado, de Mastropiero, ejemplo de las creaciones resultado de su genialidad
PABLO ESPINOSA
A punto de cumplir 40 años en escena, el agrupamiento argentino hiperespecializado en altos servicios de inteligencia musical Les Luthiers retorna para realizar tres presentaciones en el Auditorio Nacional (viernes, sábado y domingo próximos) tras larga ausencia, con su espectáculo Bromato de amonio.
En estas casi cuatro décadas han conjuntado más de centenar y medio de canciones en su repertorio, millones de mandíbulas batiendo en todo el mundo, chorrocientas mil representaciones en teatros disímbolos y variopintos, hartísimos instrumentos construidos -pues luthiers eran los antiguos constructores de máquinas de sonar, que no suena igual, pero que es lo mismo que soñar- y muchas lágrimas de cocodrilo de felicidad derramadas ante tantísimo genio que han desplegado en un titipuchal de presentaciones y en discos que son carísimos, pero que valen la pena porque quitan las penas y ponen a funcionar la máquina einsteniana de las neuronas: música más humor igual a Les Luthiers.
Había una vez unos estudiantes brillantísimos que desperdiciaban su talento en distintas disciplinas hasta que decidieron fundar, allá por 1962, Les Luthiers. Carlos Núñez, Jorge Maronna, Daniel Rabinovich, Marcos Mundstock y Carlos López Puccio desde entonces han hecho -dirían los clásicos, sin alburear- las delicias de chicos y grandes.
Han inventado una serie de instrumentos de maravilla como el latín, que es una suerte de trompeta que habla aquella lengua aunque es latón vulgar la materia prima, y se hermana con el yerbomatófono y el generoso trombón a vara. También inventaron a uno de mis compositores favoritos: Johann Sebastian Mastropiero, que tiene un hermano gemelo en las historias de Les Luthiers y otro más en el maravilloso imaginario de la melomanía: Van den Budenmayer, invento a su vez del polaco Zbigniew Preisner, conocido por la música de los filmes de Kieslowski (La Double vie de Veronique, Blue, Blanc, Rouge) y por su Réquiem para un amigo (el propio Kieslowski) y sus Piezas fáciles para piano.
Talento que merece premio
Cada vez que termina un espectáculo de Les Luthiers y/o cada vez que acaba un disco de ellos, uno desea que exista el premio Nobel de la Inteligencia Musical Sonriente, para otorgárselo de en el acto a Les Luthiers.
Para apoyar esa candidatura, baste recordar enseguida algunas muestras en botón de entre su vasto repertorio.
Por ejemplo, cuando Marcos Mundstock explica uno de los opus de este Octopus luthieriano, así: alumno de Mastropiero en el Centro de Altos Estudios Manuela, el músico de color... negro, Johnny Little Bang, compuso Tristezas del Manuela opus 12, también conocido como Manuela's blues, para los siguientes instrumentos: gong horn, tubófono silicónico cromático, alt pipe a vara, bocineta, yerbamatófoni d'amore alto y tenor, kazoo barítono, máquina de tocar o dactilófono, y sección rítmica. La obra consta de un solo movimiento, pero por los cambios de instrumento que utilizan Les Luthiers durante su ejecución, ese movimiento es casi constante.
En el más puro estilo de Erick Satie, quien satirizaba la jerga técnica almidonada que se estila en las partituras de concierto poniendo en sus obras indicaciones como "rásquese la nariz al tocar esta nota", en lugar del tradicional allegro o el grave andante o el esperado finale molto vivace, Les Luthiers se precian de haber inventado el término más corto, en itañol, a uno de sus movimientos, así:
El quinteto de vientos opus 28, también llamado El ventilador, de Johann Sebastian Mastropiero, ha sido compuesto en tres tiempos: el primero, allegro molto, el segundo andantino grazioso y el tercero allegro piachébole ma con un átimo de nostalyía meridionale sensa pérdere de vista il quiaro ralentando de le pasione humane e il fiato sémpliche de le luminose matine quando lƀucheli cantábano feliche e lasciate la esperanza voi qui entrate...assai.
En el ballet de Mastropiero El lago encantado, además de la evidente parodia sonora a El Lago de los Pavos, de Chaikovski, la trivia musical se extiende hasta la música de Popeye en tratándose de una historia de doncellas embrujadas por El Gran Hechicero, quien sólo por las noches las libera del hechizo y durante el día las convierte en marineros.
Maliksendra y Vassili
El ballet El lago encantado refiere el amor de la doncella Maliksendra y el príncipe Vassili, así llamado por su carácter dubitativo. Entre los personajes figura Rodoflecto, el salvaje esclavo negro de El Gran Hechicero, vestido sólo con un taparrabos de plumas multicolores y quien da vueltas sobre la escena girando salvajemente sobre sí mismo. Vassili y su amigo Ranaldo visten atuendos de color gris perla. La capa del príncipe es celeste y tiene las borlas doradas. Los aldeanos usan rústicas vestimentas en la gama de los fucsias. Los trajes son muy ajustados y marcan claramente las clases sociales.
Del fondo del lago encantado y envuelta en gasas plateadas surge, helada, el hada Akságata y toca al príncipe con su varita mágica para protegerlo de maleficios. Los marineros bailan con las doncellas y algunas parejas desaparecen tras los juncos. Vuelven algunas doncellas despeinadas, con las ropas en desorden y sonriendo con placidez. Las doncellas que quedan, mejor dicho las que quedan doncellas, forman fila a la vera del peñasco.
El autor de esas historias, Johann Sebastian Mastropiero, es un apasionado de la investigación histórica. Se pasa largas horas en la biblioteca de la opulenta Marquesa de Quintanilla, cuyos volúmenes le apasionan.
Mastropiero, más que nunca, Van den Budenmayer y la melomanía del mundo unida, claman: šentreguen el Premio Nobel de la Inteligencia Musical Sonriente, pero ya, a Les Luthiers!