JUEVES Ť 8 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Sir Ernst H. Gombrich. In memoriam

TERESA DEL CONDE

Murió el martes 6 de noviembre Sir Ernst H. Gombrich, uno de los grandes historiadores y teóricos del arte cuya vida se inició en el seno de la Escuela Vienesa. Nació en la que todavía era la capital del Imperio Austro Húngaro, en 1909. Su madre fue pianista profesional y él de joven tocó el cello incluso en público. Puede ser que pocos estén al tanto de la enciclopédica educación que -a profundidad- absorbió este maestro, dentro y fuera de las aulas. Desde 1936, cuando contrajo matrimonio con Ilse, vivió en Londres, donde se alió al Warburg Institute, del que fue director por largo tiempo. En Londres nació su hijo Richard, quien es un eminente profesor de sánscrito.

Ausencia de la visión ''virgen''

Tengo muchas cartas del maestro Gombrich. Son sencillas, cuentan anécdotas, previenen ''contra la burocracia académica e institucional'', están escritas a vuelapluma sobre papel azul con esa caligrafía extendida que se me volvió tan querida. Durante los dos últimos años, él ya no escribió más cartas, las dictó a su asistente ocasional, una dama inglesa que fue discípula suya. No obstante, en marzo del año pasado, en que lo visité por última vez, su cabeza era la de siempre y charlamos un buen rato acerca de su último libro (será póstumo, pues está en prensa) y sobre otros tópicos. El pensaba que en realidad there is no such thing as art, lo que adelanta bastantes teorías que varios filósofos, algunos muy notables, han esgrimido a últimas fechas. Pese a ello (en realidad se trata de una sana postura anti-esencialista) fue un adorador de la pintura y la arquitectura del Renacimiento y del barroco, sin ser -propiamente hablando- un iconografista como lo fue Erwin Panovsky, sino predominantemente un gran sicólogo de la percepción visual que se interesó en la ciencia, en la caricatura (son famosísimos sus estudios sobre el desarrollo de este género), la publicidad, los límites de la interpretación, la estructura de los ornamentos en todas las culturas y épocas, tema de uno de sus principales libros, The sense of order. Por supuesto que también se involucró con la fotografía (entre otras cosas tiene un ensayo excelente sobre Cartier-Bresson), aunque no tanto con el cine.

En la serie de entrevistas que le hizo Didier Eribon (Ce que l'image nous dit, 1991) viene una anécdota que mucho me complace recordar porque fui una de sus primeras receptoras. Tuvo lugar en el Centre Pompidou en 1987 y trata de la pintura, tema que aquí en México sigue discutiéndose sin que sea posible ni deseable que haya acuerdos de ninguna especie. El único acuerdo absoluto que existe es el siguiente: se seguirá pintando, porque la pintura está afincada en el núcleo de las pulsiones. Va así lo que Gombrich recordó: Whistler (1834-1903), que fue sin duda gran pintor, pero también personaje polémico de carácter difícil, regañó a uno de sus alumnos después de haber observado el cuadro recién terminado que éste le presentó. ''Pinto lo que veo'', le dijo al maestro. A lo que Whistler respondió: ''Seguramente, pero espérese a ver lo que ha pintado''.

Gombrich insistió a lo largo de su trayectoria en la ausencia de la visión ''virgen'', es decir, aun la apreciación de las artes está condicionada no sólo genéticamente sino a través del aprendizaje. La mente no es una tabula rasa, ya trae patterns que permitirán -de acuerdo con las oportunidades y el aprendizaje- la introyección y el gusto por ciertas cosas más que por otras.

Crítico de Freud y el sicoanálisis

Al maestro no le fascinaba Picasso, pero admiraba profundamente su versatilidad, su ingenio y su maestría en el manejo de la forma. Hablaba larga y entusiastamente de Morandi (una pasión que compartimos) y de Kokoshka, a quien conoció y trato bastante.

No comulgaba con la ideología del avant garde. En cambio, era muy versado y muy crítico sobre Freud, el sicoanálisis y la sicología del arte, rama de la teoría a la que hizo importantísimas contribuciones. Su Story of art (story, no history) llega a las 17 ediciones y está traducida a todos los idiomas habidos y por haber. El Fonca realizó una edición, bien diseñada y con las reproducciones originales en 1999. No es ésta la primera edición en castellano, pero sí la que recoge las alteraciones del autor a los últimos capítulos. ƑY quién que haya leído las Meditations on a hobby horse ha podido olvidarlas? Plaza & Janés sacó una bonita edición de ese texto el año pasado.