JUEVES 8 DE NOVIEMBRE DE 2001
El último salinero del valle de México
La construcción del aeropuerto de Texcoco amenaza con dar fin a una tradición prehispánica que se había mantenido viva durante siglos
JAVIER SALINAS, RENE RAMON ALVARADO Y MATILDE PEREZ U. CORRESPONSALES Y ENVIADA
San Salvador Atenco. La tierra salitrosa es productiva. Allí está el caso del último productor de sal de tierra del valle de México -tradición prehispánica de la región del lago de Texcoco-, que cada mañana enciende el fuego en su horno de adobe donde la salmuera de la mezcla de dos tierras se convierte en sal "negra" para las tradicionales carnitas, o en sal blanca que pueden consumir sin temor aquellos a quienes los médicos se la han prohibido.
A los 70 años, Sebastián Nopaltitla Olivares, originario de Nexquipayac, sigue la tradición de su bisabuelo, Santos Nopaltitla, quien con la ayuda de sus hijos recogía la tierra salitrosa de la laguna de Texcoco. Sebastián también acude a las orillas del lago a recoger la tierra, pero tiene que ser únicamente de septiembre a febrero, cuando no llueve. Mira el color de la tierra y la lleva a su paladar: "šEsta es la buena, llévenla!", dice a sus seis acompañantes.
Durante esos meses recorre los seis kilómetros que separan su choza de adobe y la laguna. En lo que Sebastián llama su taller, una superficie de apenas 200 metros cuadrados, hay montones de tierra cubiertos con plástico y madera de desecho, los rodean dos hornos donde se cuecen los ladrillos y adobes. A ese sitio del último salinero del valle de México sólo lo distinguen los lugareños y los interesados en la materia prima del hombre de 70 años que durante parte de su juventud se dedicó a armar torres de alta tensión.
Allí, en ese patio sin bardas, se vacía la tierra seleccionada de la laguna y la mezcla con el apaxquitl y el camatlale, nombres de los otros dos tipos de tierra que conoció por medio de sus ancestros. Sebastián coloca la mezcla de tierras en las tres pequeñas pilas cónicas llenas de agua donde se inicia el proceso de filtración para obtener un líquido de color chocolatoso, conocido como salmuera.
Los especialistas mencionan que se requieren entre 23 y 26 kilos de tierra y entre 20 y 24 litros de agua para producir un kilo de sal seca. Esta tradición, que casi ha muerto con el crecimiento urbano, se mantenía viva hace unos años: "en la década de los cuarenta había muchos salineros en La Magdalena, San Juan de Aragón, Atenco y Nexquipayac, ahora sólo quedo yo", dice con orgullo Sebastián.
Explica que una vez obtenida la salmuera traslada sus cubetas hasta el horno de adobe, en donde en una paila deja hervir el líquido hasta que se forma una "nata" que recolecta. Si se trata de la mezcla de tierra para la "sal negra", utilizada exclusivamente para condimentar las carnitas, la deposita en un cesto donde el excedente de líquido escurre. Si es blanca, la coloca sobre costales de ixtlapepextle, donde la riega para lavarla y el producto terminal es una sal tan blanca como la proveniente del mar.
"Esta sal es curativa porque no tiene yodo; la pueden consumir los diabéticos, los que sufren de la presión (arterial), ácido úrico", explica Sebastián, a quien hasta sus familiares le dicen en tono de broma que su trabajo sólo aparecerá en fotografías, pues la zona de donde selecciona la tierra será parte de las pistas de aterrizaje del nuevo aeropuerto.
Sebastián se pregunta si alguna vez el presidente Vicente Fox y los inversionistas se interesaron en saber algo de esta tradición prehispánica de extracción de sal de la tierra. Los dos tipos básicos de suelo necesarios para la producción, que se localizan en y alrededor de las orillas del antiguo lecho del lago de Texcoco -a unos kilómetros de Nexquipayac- y en las cercanía de este pueblo, serán sepultados por toneladas de asfalto.
La actividad artesanal ha despertado el interés de varios investigadores internacionales, entre ellos del estadunidense Jeffrey R. Parsons, académico del Museo de Antropología de la Universidad de Michigan, quien convivió durante un mes con Sebastián para conocer a detalle la producción natural de sal. En un libro de próxima aparición, que integrará varios estudios etnográficos, históricos y arqueológicos sobre producción de sal en Egipto y Africa, se incluirá el caso de Nexquipayac.
La técnica que utiliza Sebastián Nopaltitla es la más cercana a la que emplearon los pueblos prehispánicos, afirman Parsons y el arqueólogo Luis Morett Alatorre, director del Museo Nacional de Agricultura de la Universidad Autónoma de Chapingo. Por conducto de Sebastián se puede conocer el modus vivendi de los pueblos de las riveras lacustres.
En el estudio "Una etnografía arqueológica de la producción tradicional de sal en Nexquipayac, estado de México", publicado en la revista Arqueología, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el catedrático de la Universidad de Michigan establece que ya hacia el año mil 200 antes de Cristo los pobladores de la cuenca del valle de México producían una gran cantidad de sal, ya que la utilizaban para la conservación de pescado y como fijador de textiles. Y aunque esa actividad fue reduciéndose hasta prácticamente desaparecer, los nombres de algunos pueblos como el de Santa Isabel Ixtapa y Tequisistlán están asociados a la producción de ese condimento.
Pocos conocen la actividad del último salinero del valle de México, pero su sal es considerada como un medicamento tradicional y demandada por habitantes de Tlaxcala, Puebla, Guerrero, México, Hidalgo y DF, además de los intermediarios que revenden el producto. El precio de la sal negra y blanca es de 15 pesos el kilogramo. El fino sabor de la negra le da un toque especial a las carnitas, insustituible por las "nuevas técnicas" como el uso de coca cola o cerveza.
El oficio de salinero es conocido y ejercido también por Maximino Nopaltitla, hijo de Sebastián, y por su yerno, Miguel Sánchez. Para ellos Nopaltitla y la tradición milenaria de producción de sal de tierra desaparecerá si en los terrenos salitrosos del lago de Texcoco quedan las pistas y la infraestructura urbana que acompañará al nuevo aeropuerto.
Actualmente Sebastián produce, en promedio, 50 kilos de sal blanca y negra. Aunque ha recibido ofertas económicas de empresarios para transmitir sus conocimientos y hasta para producir grandes volúmenes de sal, las ha rechazado porque considera su trabajo como un legado de sus ancestros. No está dispuesto a renunciar a su labor y se ha sumado a las protestas de los ejidatarios de San Salvador Atenco, que se oponen a la expropiación de sus tierras.