JUEVES Ť 8 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť Clave, el uso de sus territorios en los bombardeos; la ayuda, en espera de beneficios

Ex repúblicas soviéticas vecinas de Afganistán, cada vez más involucradas con el Pentágono

JUAN PABLO DUCH ENVIADO

Tashkent, 7 de noviembre. Cumplido hoy un mes del comienzo de los ataques de Estados Unidos contra Afganistán, Uzbekistán y las otras repúblicas ex soviéticas de Asia central, a excepción de Turkmenistán que adoptó una posición de neutralidad, se involucran cada vez más en la estrategia bélica del Pentágono, que considera clave el uso de bases militares en esos territorios para la operación terrestre en suelo afgano.

En Uzbekistán se piensa concentrar el grueso de las tropas estadunidenses que serían desembarcadas en Afganistán, mientras desde Tadjikistán, Kirguistán y Kazajstán los bombarderos podrían duplicar el número de misiones que realizan, por ahora entre 70 y 100 incursiones diarias. Ya no tendrían que volar desde la isla de Diego García y los portaviones en el Indico, ahorrando combustible y tiempo para reabastecerse y cargar bombas.

La abierta alineación de Uzbekistán, Tadjikistán, Kirguistán y Kazajstán con Estados Unidos, desde luego, no es desinteresada. Cada uno en la medida que colabora obtiene considerables beneficios económicos y también políticos.

Para varios gobiernos de la región importa mucho que el pragmatismo de la Casa Blanca, entendido como urgencia por anotarse el primer gran éxito en la guerra contra Afganistán, relegue a segundo plano los temas espinosos de las respectivas agendas bilaterales -la restricción de los derechos humanos y la persecución religiosa sobre todo- que antes del 7 de octubre pasado eran motivo de invariables y severas sanciones.

Ahora sólo interesa a Washington quién da más apoyo logístico y cuándo. Uzbekistán y Tadjikistán llevan la delantera en esta peculiar carrera, pero Kazajstán y Kirguistán no quieren quedarse al margen.

De este modo, Kazajstán anunció este miércoles, por boca del secretario de su Consejo de Seguridad, Altynbek Sarsenbaev, que proporcionará a Estados Unidos un corredor en su espacio aéreo, lo que Kirguistán ya concedió desde hace unos días, justo después de recibir el primer paquete de ayuda financiera.

Kirguistán no descarta la posibilidad de permitir el uso de una base militar y, por lo dicho por Sarsanbaev, Kazajstán tampoco: "Si recibimos ofrecimientos (de Estados Unidos) para una mayor cooperación, estamos dispuestos a considerarlos".

Los gobiernos de las cuatro repúblicas ex soviéticas de Asia central que apoyan el ataque de Estados Unidos contra Afganistán, para evitar las sospechas que propicia su conducta, recurren al argumento infalible de que es indispensable aunarattack_afghan_m7l0 esfuerzos para combatir el "terrorismo internacional".

El presidente de Tadjikistán, Emomalí Rajmonov, no iba a ser la excepción cuando confirmó hoy, en Dushanbe, que su país puso a disposición de Estados Unidos tres bases militares, las de Kuliab, Kurgán-Tiubé y Joyand.

"Propusimos a Estados Unidos tres aeródromos militares y están estudiando la posibilidad de utilizarlos en su operación", dijo Rajmonov en un inusual arranque de franqueza.

A la vez, el presidente tadjiko consideró indigno de su alta investidura hablar de las decenas de millones de dólares que, a cambio, le prometió el secretario estadunidense de Defensa, Donald Rumsfeld, en su reciente visita a Dushanbe, de una hora de duración, tiempo suficiente para ponerse de acuerdo.

Rajmonov prefirió la retórica de la justificación: "Sabemos lo que es el terrorismo. Siempre hemos sostenido que desde Afganistán, país en guerra durante 20 años, emana una amenaza de terrorismo para todo el mundo. Es una amenaza de carácter global".

Aunque Uzbekistán fue el primer país ex soviético en oficializar su apoyo logístico a Estados Unidos, mantiene hasta ahora la política de minimizar el verdadero alcance de su cooperación. Se llega a extremos absurdos de negación de lo evidente, y confirmado de modo extraoficial, sólo explicables por el férreo control que ejerce el gobierno de Islam Karimov sobre los medios de comunicación locales.

La diferencia con Tadjikistán es muy sencilla: Uzbekistán no tiene los 25 mil soldados rusos que protegen su frontera y en lugar de ello enfrenta un latente riesgo de estallido islámico en el valle de Ferganá y, a menor escala, en otras regiones del país.

Quizá por ello aquí no hay día que algún periódico uzbeko deje de incluir entre sus notas más destacadas una historia contada ya mil veces: la referencia a los atentados en Tashkent de febrero de 1999, atribuidos al proscrito Movimiento Islámico de Uzbekistán.

Se exhorta a la población a estar vigilante y se fomenta la delación de cualquier persona cuyo comportamiento revele indicios de querer atentar contra el "régimen constitucional", con fundamento o sin él, que para eso existen los órganos de seguridad del Estado que harán el resto.

Hasta en los supermercados de corte occidental -que no sólo hay bazares en Tashkent- es común encontrar junto a la entrada, en lugar de las ofertas del día, un gran cartel con 48 fotografías de los "delincuentes más buscados", todos militantes de grupos radicales islámicos.

Y por las noches, en algo que hace recordar los tiempos soviéticos, igual de repetitivo y prescindible, los noticiarios de la televisión local incluyen invariablemente todos los días imágenes de la reunión del colectivo laboral de una fábrica o institución de turno donde se expresa un enfático respaldo al presidente Karimov y se condena el terrorismo internacional.