Espejo en Estados Unidos México, D.F. miércoles 7 de noviembre de 2001
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Editorial
 

MEDIO ORIENTE: GUERRA SIN ESPERANZA

SOLDesde los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos, hace casi dos meses, la maquinaria mediática de Occidente ha mantenido un implacable bombardeo temático sobre la opinión pública mundial, primero con los ataques y sus secuelas, y posteriormente con la furia bélica de Washington contra Afganistán. 

De entonces a la fecha, la añeja confrontación entre Israel y Palestina ha seguido traduciéndose en muertes y destrucción para ambos bandos, y en la perpetuación y recrudecimiento de la injusticia histórica contra el pueblo palestino. 

Mientras los medios se afanan en presentar, con minuciosidad obsesiva, los últimos detalles en materia de armamento, tácticas y resultados de las incursiones estadunidenses en la región de Asia central, así como los avances de las esporas de ántrax en edificios públicos del país vecino, esa otra guerra, menos espectacular pero no menos mortífera, sigue su curso. 

Casi no hay día en que no se sepa de nuevos y cruentos atentados de organizaciones fundamentalistas contra civiles en Israel, y de nuevos y brutales actos represivos de las fuerzas armadas del Estado hebreo en territorio palestino.

Ayer mismo, mientras el canciller israelí, Shimon Peres, pedía en Europa que la comunidad internacional ejerza más presión sobre la Autoridad Nacional Palestina para que controle y reprima a los grupos que atacan a Israel, un ciudadano de su país fue muerto por disparos de militantes de Hamas, en Naplusa, Cisjordania. 

Posteriormente, tres palestinos, al parecer relacionados con el hecho, fueron heridos y ejecutados por soldados israelíes. Otros dos palestinos, integrantes de Al Fatah, fueron ultimados por las fuerzas de seguridad de Israel en un atentado dinamitero, en un episodio más de la aberrante política de asesinatos selectivos aplicada por el gobierno de Ariel Sharon.

Si no fuera por razones éticas, al menos por un elemental pragmatismo los gobiernos occidentales debieran otorgar al problema de Medio Oriente --cuyo núcleo central es la insoslayable necesidad de establecer un Estado palestino-- la prioridad que le corresponde porque, en tanto no se abra una vía de solución, el conflicto seguirá amenazando la estabilidad mundial. 

Debiera recordarse, a este efecto, que tanto Saddam Hussein, en su momento, como Osama Bin Laden han pretendido utilizar el drama palestino para justificar sus acciones y que tales argumentos no carecen de eco en sectores radicales de las sociedades árabes y musulmanas.

A estas alturas, cuando es evidente que Washington no tiene más designio que seguir respaldando al gobierno de Tel Aviv al costo que sea --incluso incumpliendo diversas resoluciones de la ONU-- y cuando se ha hecho claro que Europa occidental carece de ideas nuevas para reactivar, en el ámbito diplomático, un proceso de paz entre israelíes y palestinos, la comunidad internacional se acerca a una disyuntiva entre asistir a actos aún mayores de atrocidad y violencia en Medio Oriente --que a la larga se harían sentir en Europa y en Estados Unidos-- o enviar tropas a la región para impedir que siga la matanza.
 

 

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