MEDIO ORIENTE: GUERRA SIN ESPERANZA
Desde
los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos, hace
casi dos meses, la maquinaria mediática de Occidente ha mantenido
un implacable bombardeo temático sobre la opinión pública
mundial, primero con los ataques y sus secuelas, y posteriormente con la
furia bélica de Washington contra Afganistán.
De entonces a la fecha, la añeja confrontación
entre Israel y Palestina ha seguido traduciéndose en muertes y destrucción
para ambos bandos, y en la perpetuación y recrudecimiento de la
injusticia histórica contra el pueblo palestino.
Mientras los medios se afanan en presentar, con minuciosidad
obsesiva, los últimos detalles en materia de armamento, tácticas
y resultados de las incursiones estadunidenses en la región de Asia
central, así como los avances de las esporas de ántrax en
edificios públicos del país vecino, esa otra guerra, menos
espectacular pero no menos mortífera, sigue su curso.
Casi no hay día en que no se sepa de nuevos y cruentos
atentados de organizaciones fundamentalistas contra civiles en Israel,
y de nuevos y brutales actos represivos de las fuerzas armadas del Estado
hebreo en territorio palestino.
Ayer mismo, mientras el canciller israelí, Shimon
Peres, pedía en Europa que la comunidad internacional ejerza más
presión sobre la Autoridad Nacional Palestina para que controle
y reprima a los grupos que atacan a Israel, un ciudadano de su país
fue muerto por disparos de militantes de Hamas, en Naplusa, Cisjordania.
Posteriormente, tres palestinos, al parecer relacionados
con el hecho, fueron heridos y ejecutados por soldados israelíes.
Otros dos palestinos, integrantes de Al Fatah, fueron ultimados por las
fuerzas de seguridad de Israel en un atentado dinamitero, en un episodio
más de la aberrante política de asesinatos selectivos aplicada
por el gobierno de Ariel Sharon.
Si no fuera por razones éticas, al menos por un
elemental pragmatismo los gobiernos occidentales debieran otorgar al problema
de Medio Oriente --cuyo núcleo central es la insoslayable necesidad
de establecer un Estado palestino-- la prioridad que le corresponde porque,
en tanto no se abra una vía de solución, el conflicto seguirá
amenazando la estabilidad mundial.
Debiera recordarse, a este efecto, que tanto Saddam Hussein,
en su momento, como Osama Bin Laden han pretendido utilizar el drama palestino
para justificar sus acciones y que tales argumentos no carecen de eco en
sectores radicales de las sociedades árabes y musulmanas.
A estas alturas, cuando es evidente que Washington no
tiene más designio que seguir respaldando al gobierno de Tel Aviv
al costo que sea --incluso incumpliendo diversas resoluciones de la ONU--
y cuando se ha hecho claro que Europa occidental carece de ideas nuevas
para reactivar, en el ámbito diplomático, un proceso de paz
entre israelíes y palestinos, la comunidad internacional se acerca
a una disyuntiva entre asistir a actos aún mayores de atrocidad
y violencia en Medio Oriente --que a la larga se harían sentir en
Europa y en Estados Unidos-- o enviar tropas a la región para impedir
que siga la matanza.
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