MIERCOLES Ť 7 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

PURA SANGRE

César Güemes

Fernando Vallejo:


El desbarrancadero


fernandov1. UNA REFLEXION ácida, autosatírica, sin pudores ni remiendos, aunque también con inevitables dejos de cálida ternura, es la nueva novela de Fernando Vallejo, El desbarrancadero (Madrid, Alfaguara, 197 pp.), en la cual despacha lo mismo la historia de la muerte de seres queridos a su alrededor que sus muy diversas y puntuales opiniones sobre personajes públicos que le costarán, por lo bajo, al menos una excomunión tan fulminante como vaticana.

2. COMIENZA COMO siempre, con el adictivo ritmo de una ráfaga de metralla: ''Cuando le abrieron la puerta entró sin saludar, subió la escalera, cruzó la segunda planta, llegó al cuarto del fondo, se desplomó en la cama y cayó en coma". El resto se mantiene prácticamente igual, a paso redoblado y en rigurosa primera persona del singular que es la que le corresponde, dice más adelante como más o menos lo explica en cada una de sus obras: la única responsable de lo que ocurre al interior de la novela es la existencia que en suerte le tocó vivir.

3. NADA MAS lejos de la tranquilidad o la autocomplacencia cuando Vallejo escribe una novela y habla de sí. Basta un ejemplo mínimo de ello: ''Yo no soy hijo de nadie. No reconozco la paternidad ni la maternidad de ninguno ni de ninguna. Yo soy hijo de mí mismo, de mi espíritu, pero como el espíritu es una elucubración de filósofos confundidores, entonces haga de cuenta usted un ventarrón, un ventarrón del campo que va por el terregal sin ton ni son ni rumbo levantando tierra y polvo y ahuyentando pollos".

4. EL DESBARRANCADERO contiene varias historias centradas en dos amores fraternos, uno del propio narrador con su hermano en difícil trance, y otro entre México y Colombia, donde Vallejo vive, con un pie en cada uno de estos países que ante sus ojos siempre capaces del asombro se construyen y deconstruyen a diario.

5. AUTOR DE afirmaciones incendiarias, ''nomás por joder", como él dice, aunque con un sentido crítico de lo más afinado, Vallejo recibirá seguramente en esta ocasión, además del merecido beneplácito de sus lectores, el siempre simpático calorcillo de los índices flamígeros de los políticamente correctos, que en la actualidad mexicana, como nunca antes, sumarán legión para su regocijo.