miercoles Ť 7 Ť noviembre Ť 2001
Arnoldo Kraus
La epidemia humana
En 1969 uno de los funcionarios más importantes dentro del ámbito de la salud estadunidense anunció que se había combatido y seguramente vencido la mayoría de las enfermedades contagiosas. Se dijo que la epidemiología -ciencia que se encarga de las relaciones de los factores que determinan la frecuencia y distribución de las enfermedades en una comunidad- quedaría en el olvido, por lo cual los esfuerzos de la medicina deberían orientarse a otras enfermedades. Diez años después, los gobiernos de Inglaterra, Canadá y Estados Unidos comunicaron a sus ciudadanos que las preocupaciones sanitarias futuras serían las vinculadas con el uso de tabaco, alcohol y accidentes automovilísticos. Soslayaron los peligros emanados por el uso de drogas, las consecuencias de la degradación ambiental, las enfermedades transmitidas sexualmente y los posibles riesgos por el incremento en el número de las personas que viajaban por el mundo. Pero omitieron otras cosas.
No se habló de las enfermedades vinculadas con la pobreza, de los posibles daños surgidos por la inadecuada e injusta aplicación de la medicina, así como de los males resultantes por las groseras dismetrías entre ricos y pobres. Los burócratas de la medicina estadunidense olvidaron que la miseria suele ser la madre de muchas patologías y que su perpetuación, profundización y multiplicación podría seguir muchos de los caminos de las epidemias "infecciosas". Pronto la biología, los microbios y la pobreza demostraron cuán equivocados estaban los expertos médicos del Primer Mundo.
El terrorismo como epidemia, la creación de laboratorios especializados por Estados Unidos, Rusia y otros países para cultivar y generar bacterias utilizables en guerras biológicas, y la humillación de millones y millones de seres humanos, no fueron motivo de referencia en los textos políticos-sanitarios de los países civilizados. La ceguera fue demasiada: ni uno de los apartados previos nació por serendipia. En este entramado no puedo dejar de robar unos renglones a este escrito para cuestionar la moral de los científicos estadunidenses y rusos que dedicaron su sabiduría aprovechándose del apoyo económico de la sociedad, aunado a la complicidad ética de los gobiernos para producir bacterias asesinas. ƑDónde quedó la moral de estos investigadores? ƑQuiénes son esos "científicos"? Odio las comparaciones, pero en ocasiones son necesarias. Los "experimentos" que hacían los médicos nazis eran abominables, pero los esfuerzos de los "científicos bioterroristas" tienen el mismo propósito: aniquilar. Justo sería sentarlos en un tribunal similar al de Nuremberg.
Desde la década de los ochenta y hasta la actualidad, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, la fiebre hemorrágica en Venezuela, la enfermedad de Lyme, el paludismo, la tuberculosis y la fiebre de Ebola, entre otras, "reaparecieron" o se manifestaron de novo. A éstas deben agregarse otras alteraciones de difícil evaluación en el presente, pero que seguramente las padecerán nuestros vástagos en un futuro no muy lejano. La destrucción de la capa de ozono, la generación de carcinógenos, la contaminación ambiental y del agua, el calentamiento de la Tierra y la sobreexplotación de las tierras son cuentas que pronto tendremos que pagar. Estas "lesiones" a la ecología humana y terráquea son, en primer término, responsabilidad de los países ricos y de quienes se dedican a producir -"dime qué produces y te llamaré por tu nombre"- sin considerar lo que a su paso destruyen, sin reflexionar siquiera acerca de los límites de la humillación (Kioto dixit, globalización qepd). El terrorismo -el terrorismo como epidemia- es, en muchos sentidos, producto de esa siniestra combinación que suma geométricamente los daños de la amnesia, de la humillación y de su contraparte, el fundamentalismo.
El 11 de septiembre es inicio y continuación de una enfermedad. El terrorismo, las amenazas y muertes representadas por el ántrax, y los bombardeos contra Afganistán, son parte de la epidemia humana que ahora nos invade. El terrorismo y sus daños recuerdan lo que Bernard Noël decía en La castración mental: "también los virus son invisibles: cuando su crueldad aparece ya es demasiado tarde. Lo curioso es que el origen de las violaciones, las masacres y la destrucción también aparece demasiado tarde, pues los responsables, para no ser culpados, prefieren cegarnos".
La epidemia que ahora nos estrangula -por su nombre epidemia humana- tiene demasiadas similitudes con el sida en el Africa de hoy. Su propagación, diseminación y virulencia es espejo de errores, olvidos, desdén, menosprecio, egoísmo, mentiras, experimentación insana y desviaciones económicas sin límites. Buena parte de la mayoría de los terrorismos que nos agobian tiene que ver con esos seres humanos otrora invisibles, cuya existencia combina una trilogía letal: fundamentalismos, humillaciones sinfín y libertad duradera.