MIERCOLES Ť 7 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Optimismo en la Alianza del Norte tras la toma de Zari Bazar gracias al apoyo de EU
Ofensiva sobre las ciudades afganas más importantes, antes del Ramadán: opositores
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Tashkent, 6 de noviembre. La opositora Alianza del Norte aseguró en esta ciudad que la multiaplazada ofensiva sobre las ciudades afganas más importantes bajo control del régimen talibán comenzará esta misma semana, o a más tardar antes del comienzo del Ramadán (17 de noviembre).
El tono optimista se apoya con el argumento de la toma, anunciada este martes, de Zari Bazar y otras pequeñas localidades en dirección a la estratégica plaza de Mazar-e-Sharif, ubicada a 45 kilómetros del punto más cercano ocupado por las tropas del general afgano de origen uzbeko, Rashid Dostum.
El avance fue posible por el aumento del apoyo aéreo que está recibiendo la Alianza del Norte por parte de Estados Unidos, no menos de cien incursiones de bombarderos en un solo día y el empleo hoy, por primera vez, de la bomba más potente de su arsenal, sólo superada en capacidad destructiva por la atómica.
Estados Unidos lanzó sobre las posiciones que defendían los talibanes en la región de Zari Bazar varias bombas BLU-82.
Para beneplácito de los opositores afganos, el secretario estadunidense de Defensa, Donald Rumsfeld, señaló en Washington que espera que la campaña en Afganistán pueda beneficiarse de una mayor coordinación militar con la Alianza del Norte. Esta parece la apuesta del Pentágono, que empieza a dar muestras de impaciencia por la falta de resultados.
Es claro que tras casi un mes de intensos bombardeos estadunidenses el balance preliminar de la operación Libertad Duradera difícilmente podría calificarse de gran éxito. Visto en términos de la cantidad de bombas utilizadas -y lo que está costando la campaña-, no sería exagerado hablar de fracaso.
En este contexto, el gobierno de George W. Bush ni siquiera ha sido capaz de definir todavía el objetivo político de esta guerra, a menos que éste sea que el número de víctimas entre la población civil afgana llegue a igualar o superar el de personas que murieron en los atentados de Nueva York y Washington el pasado 11 de septiembre.
Los "daños colaterales"
Oficialmente Estados Unidos se propone, por lo pronto, destruir la red terrorista de Osama Bin Laden y derrocar el régimen talibán. Las víctimas inocentes son, en la terminología del cinismo, "daños colaterales" que se sumarán a los cientos de miles de refugiados afganos -principalmente mujeres y niños- que podrían morir de hambre, frío y epidemias en los próximos meses si no se toman medidas urgentes.
El gobierno de Bush se dice preocupado por esa dramática perspectiva y, junto con las bombas, deja caer en Afganistán paquetes con ayuda humanitaria.
Incluso corrigió su error inicial y desde hace unos días los paquetes ya no son amarillos, el mismo color de las bombas de racimo, algunas de las cuales -no todas explotaron- siguen sembradas en suelo afgano en espera de que alguien las confunda con comida.
Para ganar esta nueva guerra, lo que se hizo evidente tras la reciente gira de Rumsfeld por Uzbekistán y otros países de la región, Estados Unidos optó definitivamente por usar como punta de lanza a la Alianza del Norte, en tanto pueda desplegar tropas propias en territorio afgano.
Al mismo tiempo, esa oposición armada, integrada por representantes de las minorías étnicas de la parte septentrional de Afganistán y que controla sólo 10 por ciento del país, no representa ninguna garantía de cierta estabilidad en un eventual escenario postalibán.
Por el contrario, la desunión de la Alianza del Norte es proporcional a la cohesión de las milicias talibanes sin contar casos aislados de jefes militares de pequeños grupos que se cambiaron de bando y que, en cualquier momento, lo volverían a hacer de recibir una oferta mejor.
Las milicias del régimen talibán, según datos que se conocieron aquí y pese al desmentido oficial de Pakistán, han compensado sus pérdidas numéricas con la incorporación de no menos de 5 mil voluntarios paquistaníes que cruzaron la frontera en las últimas semanas.
Muchos miles más de integristas paquistaníes quisieran entrar a Afganistán, pero ciertamente las autoridades de Islamabad lo impiden. Los otros entraron antes y forman parte de la legión de voluntarios extranjeros, junto con otros 8 mil uzbekos, árabes y hasta chechenos que combaten del lado talibán.
De hecho, las milicias del talibán doblan en número de efectivos, cerca de 40 mil, al de soldados de las distintas facciones de la Alianza del Norte, que se calculan entre 15 mil y 20 mil. Esto complica que la oposición pueda avanzar en combates terrestres y todas sus expectativas de éxito se basan en los bombardeos estadunidenses sobre posiciones de los talibanes.
En el supuesto de que los bombardeos mantengan la misma intensidad de hoy, la Alianza tendría mayores facilidades para intentar la toma de alguna ciudad importante, pero ello no garantiza que pueda retenerlas, además de que los talibanes iniciarían una desgastante guerra de guerrillas.
Todo esto hace pensar que Estados Unidos tendrá que acompañar su apoyo aéreo a la Alianza con el despliegue de tropas propias, lo que llevará mucho más tiempo del que quisiera el gobierno de Bush. Con este fin, se dispone a usar las bases militares uzbekas y, probablemente, también tadjikas, para desembarcar soldados en el norte de Afganistán.
La intención parece ser coadyuvar a la toma de Mazar-e-Sharif, creando para tal efecto una especie de corredor desde Jairatón, junto a la frontera uzbeka. Para ello, sin embargo, hace falta todavía acondicionar las bases militares uzbekas y tadjikas, técnicamente muy abandonadas, y crear luego, en el norte de Afganistán, la infraestructura que permita un despliegue mayor de tropas estadunidenses con algunos destacamentos de los miembros de la coalición.
Este escenario, en el mejor de los casos, se llevaría entre uno y dos meses, cuando esté ya en pleno apogeo el invierno, un factor adicional adverso.
Mientras tanto, en el sur de Afganistán podría aparecer pronto una figura clave con gran ascendiente entre los pashtunes, el grupo étnico afgano más numeroso y que declinó formar parte del gobierno de coalición postalibán, promovido por Estados Unidos.
Desde su exilio en Irán, Gulbbudin Hekmatyar, quien fuera primer ministro en el gobierno que derrocó al régimen prosoviético de Nadjibullah y después se distanció de Burjanuddin Rabbaní y otros mujaidines, anunció su deseo de volver lo antes posible a Afganistán para encabezar una "amplia coalición contra los agresores".
Hekmatyar, en declaraciones a un periódico japonés de este martes, confirmó que mantiene negociaciones con los talibanes e incluso con algunos jefes militares de la Alianza -ƑIsmail Jan, también apoyado por Irán?- que en el fondo se oponen a la intervención estadunidense, con la idea de crear un "frente común".
Para Hekmatyar llegó el momento de dejar de lado las diferencias. "Aunque no coincide mi interpretación del Islam con el enfoque de los talibanes, trato de movilizar a todas las fuerzas nacionales para luchar contra los agresores estadunidenses en aras de salvar Afganistán", explicó.
Todavía no hay elementos para saber hasta qué punto se podrán concretar los planes de Hekmatyar, pero su intención misma de volver a Afganistán es una noticia a tener en cuenta, en la medida que podría complicar la estrategia bélica de Estados Unidos. Al menos, en el sur de Afganistán.