LUNES 5 DE NOVIEMBRE DE 2001
La casa sin esperanza de los Manueles
Víctimas o victimarios en la vida, los indigentes aguardan la hora final
MARIA ESTHER IBARRA
Drogas y alcohol rompieron toda conexión con el mundo exterior de ese puñado de 287 hombres indigentes que, en su mayoría, comparten el nombre de Manuel y también la muerte como destino final, bajo los efectos del daño cerebral, el alzheimer, la fatalidad de un accidente o simplemente el paso imperdonable de los años. Una u otra causa se encarnan en una mezcla de incoherencia entre racionalidad y locura en los cuerpos enjutos. De su vida olvidada sólo saben los trabajadores del Centro de Asistencia Integral Social para Adultos Mayores.
Unos cuantos quizá podrán tener un horizonte distinto: tres están a la espera de un microcrédito solicitado al gobierno capitalino para iniciar un pequeño negocio. Pero quizá ni eso los anime a cruzar la puerta del modesto centro que al paso de los años se ha convertido en asilo. Afuera, a esos pocos los podrá esperar un trabajo o un medio para subsistir, pero no una familia.
Y algunos que la tienen no quisieran saber de ella. Un Manuel se ha atrincherado en el centro ante el intento de sus parientes de despojarlo de su casa y pensión. A sus 75 años, conserva la fuerza para contar a quien quiera escucharlo su ilusiones idas. "Fui sastre de los buenos, pero la vista ya no me dio para más". Su ansiedad contenida la resuelve fumando, al grado de que ha cambiado su dentadura por un tabaco.
Otros se evaden de otras formas de la realidad del indigente. "Quiero un avión para que me lleven al hospital", es todo lo que musita don Abel y entona autista melodía acompañándose de su vieja guitarra.
Con todo, el director del centro, Edgar Ulises Choreño Ortiz, dice: "No son víctimas de la sociedad, sino de una vida desordenada, e incluso son victimarios". La frase estremece, pero cobra cuerpo cuando narra algunos hechos: "Al morir, un hombre nos dijo que se cambió el nombre porque había matado a una persona".
Llevados o dejándose llevar por el laberinto o túnel impredecible de la vida, las drogas o el alcohol los acompañaron durante años en las calles. Ahora, el daño cerebral no les permite una vida productiva. Sin identidad y sin familia, algunos llegaron al centro provenientes de cárceles o acusados de haber violado a sus hijas o nietas. Con otros, en cambio, el destino fue inmisericorde. Huérfano de padres, José Manuel fue arrollado por un tren. Perdió las dos piernas. Salvador, originario de Lagos de Morenos, no se dobla ante la imposibilidad de caminar. Es uno de los que esperan obtener un microcrédito, que se ha complicado por carecer de identificación.
Ese pequeño centro, enclavado en una especie de cañada en el polvoriento rumbo de Cuautepec Barrio Alto, trata de dar algo de dignidad a su vida. Aunque impecablemente limpio, las carencias afloran en los diez dormitorios.
Administrada por el gobierno capitalino, la institución tiene 287 usuarios y aunque los recursos "nunca son suficientes", como indica el director, Choreño Ortiz, tiene capacidad para trece personas más. Su población es únicamente de varones indigentes de 60 años en adelante, aunque se dan excepciones de personas jóvenes.
"Son jóvenes que por sus limitaciones y lesiones, producto de un accidente, los tenemos que atender porque están incapacitados para valerse por sí mismos y no tienen familia o los han abandonado", explica el joven director, maestro en sicología.
Un caso es el de otro Manuel, cuyos cuerpo en plenitud de vida arrastra apoyado en piernas que como dos trapos le ayudan a deslizarse por el piso. "Dice que fue por una golpiza que le dieron en la calle unos policías", comenta Choreño Ortiz ante los sonidos guturales que emite este joven moreno, para quien desde 1996 el centro ha sido su hogar.
Casa grande, grandes necesidades
Choreño Ortiz se aviene a los insuficientes recursos, aunque no deja de comentar el problema que implica atender a los usuarios que tienen una problemática compleja por el deterioro con que llegaron al centro. Ejemplifica: "Tan solo médicamente, un paciente nos cuesta mensualmente cerca de mil pesos. Hemos logrado disminuir gastos con los programas sanitarios de prevención de enfermedades y ha bajado el consumo de medicamentos, pero en una casa gigante como ésta, los recursos siempre son insuficientes".
Sin cita o anuncio previo, el director ofrece recorrer el interior del centro. No hay nada preparado ni "escenografía" montada. En el patio principal de recreación, varones de entre 60 y 95 años de edad permanecen ausentes entre las melodías románticas de la radio. Unos cuantos voltean hacia el fotógrafo Carlos Cisneros. Accesibles, reciben los flashazos sin inhibirse enfundados en sus pants, especie de uniforme al que algunos agregan lo que pueden o lo que se les ocurre, como una gorra antigua de policía con su insignia metálica en desuso.
El Estrella Blanca, o don Luis, se acerca para relatar que fue de los buenos luchadores. La voz silba ante la falta de dientes. "Me entrenó Rafael Gaona y mi pelea más difícil fue con Chanoc". A saber si es cierto, pero a él lo hace feliz. Y con ese recuerdo vive, por lo menos desde hace seis años y medio que llegó al centro.
En el interior de los módulos, orden y limpieza imperan con ausencia de cualquier comodidad particular o desigualdad entre una cama y otra. En el dormitorio cinco, destinado a los que tienen dificultades para desplazarse por sí mismos y con incontinencia urinaria y fecal, apenas es perceptible el olor desagradable. El personal, integrado por 150 trabajadores, se aplica sin el menor asumo de fastidio a bañar o alimentar a los incapacitados o atender a los demás usuarios en el comedor o en la clínica para recuperación de operaciones y enfermedades y servicio dental.
Asilo permanente
Creado hace 19 años, el centro se ha convertido en asilo. Y es que el director Choreño Ortiz ubica este perfil, casi único entre las instituciones de asistencia social del gobierno capitalino, en la visión actual que la sociedad lamentablemente tiene de las personas de la tercera edad. Incluso indica: "Tenemos permanentemente solicitudes de ingreso por parte de personas que no quieren hacerse cargo de sus adultos mayores. Nos los traen o quisieran que los aceptemos, pero los rechazamos. Aquí damos prioridad a los indigentes y a quienes no tienen familia".
-ƑCuál es el perfil de los aceptados?
-La mayoría nos los remiten de hospitales como Xoco, Gregorio Salas o La Villa, o bien las autoridades competentes que conocen de este tipo de casos. Para nosotros el indigente es una persona que por sus limitaciones físicas, mentales y sociales es incapaz de mantenerse por sí misma o solventar sus necesidades. No dudamos que habrá gente en la calle por decisión propia, pero ese es otro problema.
Y se lamenta de la falta de una cultura social hacia la tercera edad, "uno de los grupos más vulnerables. No nos estamos preparando adecuadamente para un problema que tenemos ya aquí y que tiende a incrementarse, sobre todo porque están aumentando las expectativas de vida entre la población del país".
De hecho, en el propio centro las defunciones han disminuido pese a las características de su población. En un año se registró un promedio de 19 defunciones.