LUNES Ť 5 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť Hermann Bellinghausen
Somos animales
Nuestro problema, dijo rodeando con sus dedos sucios la copa en un ademán de bebedor consuetudinario, es que pedimos demasiado. Los otros tres hombres sentados en la barra giraron hacia Pasut, dos a la derecha, uno a la izquierda. Verdad es que alzó la voz para verter su afirmación. Apoyada sobre sus codos, Rula la bartender sopla el mechón magenta que le roza las pestañas de un ojo, enternecida por Pasut, pero en desacuerdo:
Poco, una mirruña es lo que pedimos, Pasut, no creo que el común de la gente pidamos ni la mitad de lo que merecemos.
Pasut dirige a Rula una mirada irónica. ƑMerecemos? Si el género humano está podrido, no tiene remedio. La mayoría de nosotros, si algo merecemos es la cárcel o el destierro. El hombre es el lobo del hombre, niña. A tu edad ya deberías saberlo.
A Rula no le molesta discutir con borrachos. Y Pasut por cierto. Siempre melancólico, entre más sobrio más pesimista. De los regulares, es el único parroquiano que no es viejo antes de las tres de la tarde. Seguido llega crudo. A pesar de encontrarlo un poco maltratado, Pasut le gusta. En las noches vienen muchachos atractivos a montones, pero lucen tan tontos y felices que los atiende casi sin dirigirles la mirada. No faltan los que se ponen galantes, pero Rula tras el mostrador sabe ser la reina misma del desdén.
Quizás la atrae, como a otros los abismos o las azoteas, la dimensión dramática, no llega a trágica, de Pasut. Los hombres que no son intensos la aburren.
No digas tonterías, Pasut. Los podridos son esos, unos cuántos. Señala a la televisión arriba de la vidriera, encendida en un noticiero por el que desfilan políticos hablándoles a los micrófonos, y escenas de barbarie. Dicho lo dicho, Rula toma el control remoto, acciona el botón rojo de power, y ejerce su poder de silenciar el aparato.
Los vecinos de la barra, inmunes al cinescopio, dejan de contemplar su soledad en el espejo que recorre la pared de las botellas, y ya por eso, su curiosidad tiene algo de agradecimiento. Siempre es preferible que otro haga el desfiguro.
El que no es perro o gato de alguien, es borrego o chivo expiatorio. Animales somos, burros, halcones, alacranes, bueyes, coyotes, ratas. Pasut se agita, un tanto histriónicamente, y da un sorbo, sólo a él se le ocurre pedir coñac a estas horas, sin quitar la vista de Rula-divertida.
Burros, algunos, chance sí. Nada más óyete, dice Rula, pelo negro, un mechón magenta, uñas recién cortadas, dientes parejos, camisetita con el logo del bar.
De una mesa en el rincón, a espaldas de Pasut, la voz de otro cliente, un viejo, se alza, ronca. Deberían prohibir la entrada a los tristes. Bastante deprimen las noticias, para aguantar también a los que no se tranquilizan.
Pasut dirige a Rula una mirada de qué le vamos a hacer, nadie entiende, y arrastra su copa para que se la vuelva a llenar. Ella despega los codos, pero interrumpe su camino a la botella, aún a sus espaldas, apoya las palmas en la barra, inclina la cabeza hacia Pasut y le dice, cerca del oído:
Te estoy viendo el corazón y tú sabes que lo que dices no es cierto. Primero que nada, alguien como tú no está podrido, y tampoco tan solo como tú te crees. Somos millones, tonto.
Le roza la mejilla, y se aleja a traer el coñac. En lo que va y viene, los ojos de Pasut se han humedecido ligeramente.
ƑCuándo me lees otro de los poemas que les escribes a tus novias? le pregunta Rula-paciencia para animarlo.El que me prestaste para copiarlo me lo voy aprender de memoria. A Delfina, Ƒte acuerdas?. Un día de estos te voy a dar la sorpresa. Eres más burro cuando hablas que cuando escribes, Ƒsabías?.
Pasut sorbe la secreción acuosa de su nariz, y consigue pintar una sonrisa, sardónica esta vez.. Rula sólo mueve la cabeza de abajo para arriba como esas gallinas de madera con un hilito.
Si tú lo dices. Eres un encanto Rulita. Deberías ser el amor de mi vida, dice Pasut amargosamente.
Pero no te animas mi rey, bromea la cantinera. Y él pregunta si no es hoy la noche de las lesbianas en su bohemia. Hoy no es domingo, así que no, dice Rula. Qué bueno, de todas maneras no pensaba venir, dice Pasut. Chiflidos en la galería: el viejo del rincón, aventando su periódico a una silla vacía, pide que le sirvan otro jaibol o que le devuelvan las entradas. Si te dedicaras a las telenovelas te morirías de hambre, cretino, grita.
Rula prepara el trago del viejo, lo extiende al mesero, un tipo sin ningún sentido del humor pero que se ríe de todo. Ahora vuelvo, voy a meter las cervezas en la tina de hielo, anuncia Rula-desafanada y se deja tragar por la puerta oscilatoria de la cocina. La divierte discutir con borrachos, pero no las discusiones entre borrachos.
Sin beber, Pasut gira la copa sobre su eje y observa como joyero los reflejos ámbar que atraviesan el trago, el sol pega ahorita en la claraboya. La única, diminuta y alta ventana del bar, si a ese agujero en la pared se le puede llamar ventana. De pronto quisiera creer que Rula tiene razón, que la cosa no es tan jodida, pero por método contradice el boceto de esperanza que comienza a dibujársele en el pecho:
Animales, eso somos. Burros. Bestias. Pichones en un campo de tiro.Y me callo, agrega y voltea al viejo en galería con gesto de promesa, de se lo juro, ya terminé de hablar.
Rula asoma cabeza y goteantes guantes de hule, y dice para todos los presentes no le crean, apenas está empezando. Pasut golpea el cojín de la barra, se traga un insulto de fastidio y abre las manos como Groucho Marx. A Rula le divierte todo, hasta hacerlo enojar. Pero lo prefiere cuando está contento. Un día de estos se anima y lo saca a pasear. Al Jardín Botánico, por qué no.