LUNES Ť 5 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Ť León Bendesky
Perturbaciones de norte y sur
La globalización actual se ha acompañado, durante las últimas dos décadas, de la recurrencia de fuertes perturbaciones que se han dado, en general, desde la periferia y con dirección hacia el centro del sistema económico mundial. El centro, aquí, se refiere a Estados Unidos y las otras seis grandes economías del mundo. La periferia, a su vez, remite de modo amplio y laxo a un conjunto diverso de naciones que no se comportan todas de manera similar, ni por el modo de su crecimiento productivo, las condiciones de su estabilidad financiera o la manera de su inserción en los mercados internacionales. Hay, todavía, un más allá de la periferia que son las naciones que están al margen de todos estos fenómenos y que no aparecen ni siquiera en la lista de los personajes de la era global, excepto en las abultadas cuentas de la pobreza donde son, sin duda, protagonistas centrales.
Así, sólo en lo años recientes ha habido efectos tequila, samba, tango y vodka y crisis entre los tigres del sudeste asiático, que se transmitieron a los mercados financieros y obligaron a realizar fuertes ajustes monetarios y productivos apoyados por los programas de rescate o contención establecidos desde Washington. En México hay todavía algunos que ven estas intervenciones, como fue la de Clinton al ofrecerle al gobierno de Zedillo 40 mil millones de dólares para evitar el colapso financiero en 1995, como un salvamento de esta economía. Creen que fue un acto solidario que debe agradecerse e incluso pagarse, no sólo con pesos convertidos a dólares al doble de precio, sino hasta con diplomacia. Pero es claro que lo que se intentaba salvar eran los depósitos de los fondos de pensiones estadunidenses que enfrentaban aquí riesgos de insolvencia que ese país no podía permitir. Este es el tipo de interdependencia, por cierto, muy desigual, que se ha ido fraguando en la economía mundializada y no debería haber confusiones sobre cómo funciona el sistema de las rentabilidades globales.
Hoy estamos frente a una situación nueva en este aspecto. Las perturbaciones provienen ahora del mismo centro. Esto no ocurría de manera decisiva, en la ya larga época de la segunda posguerra, desde el periodo 1973-75 con el choque petrolero y la inconvertibilidad del dólar. La fuerte recesión estadunidense está impactando de manera adversa al conjunto del sistema, cosa que ya estaba ocurriendo de manera muy clara antes del 11 de septiembre y que, desde entonces, ciertamente se ha agravado. La onda cíclica de crecimiento que duró prácticamente un decenio en ese país, se terminó. Ahora el producto apenas crece, el desempleo se acumula (ha llegado ya a 5.4 por ciento, con la mayor merma de puestos de trabajo en los últimos 21 años), la política monetaria de la Reserva Federal pierde progresivamente su efectividad y ya se está gastando el superávit fiscal que se había acumulado en los últimos años. Todo esto impacta de manera adversa la confianza de los inversionistas y de los consumidores y abre la puerta a ese campo incierto en que la economía se empalma con la psicología.
Además, el entorno económico general que prevalece no tiene ningún elemento de compensación suficiente. Japón no crece desde hace muchos años, y Alemania que es la que arrastra a las economías europeas no responde, con lo que se reduce la expectativa de recuperación en ese continente. Esta confluencia de fuerzas recesivas es la pauta definitoria del funcionamiento de los mercados y es la condición que se está ahora transmitiendo por todas partes sin que haya mecanismos efectivos para frenarla y, menos aún, para revertirla. Este escenario se vuelve más interesante y complicado porque hay que esperar cómo se van a manifestar los ''rebotes'' desde la periferia provocados por las propias perturbaciones que vienen del centro. Un caso muy visible es el de Argentina, cuyo deterioro económico se puede apreciar día con día y donde se están expresando los límites de la racionalidad de la política económica vigente y de la capacidad de los gobiernos para administrar y superar los conflictos.
Desde hace varios meses, cuando De la Rúa llamó a Cavallo para volver a rescatar la economía argentina, diez años después de su éxito desinflacionario (cosa que es ya bastante indicativa de la pobreza política y la insuficiencia de las técnicas de gestión económica disponibles que hay por todas partes), ha habido un deterioro constante y cada vez más grande. El Fondo Monetario Internacional, después de haber comprometido mucho dinero (48 mil millones de dólares), ya se distanció de las negociaciones entre el gobierno y sus acreedores para renegociar la deuda externa que alcanza 132 mil millones de dólares. La degradación financiera crece día con día y, mientras las temibles calificadoras de riesgo han reducido la calidad de la deuda del gobierno (a un pobre CC que presagia la moratoria), las tasas de interés interbancarias han llegado hasta un nivel de 45 por ciento anual y la recaudación fiscal cae mes con mes. Los salarios y las pensiones de los empleados públicos se redujeron, el desempleo se acumula y también las necesidades insatisfechas de la población que es cada vez más pobre y está sin empleo, tras una recesión que llega ya a los 41 meses.
El peso argentino está siendo forzado a la devaluación por el propio deterioro interno de las condiciones productivas y financieras, y por el efecto de la depreciación del real brasileño que ha perdido 56 por ciento de su valor desde enero de 1999 hasta hoy, y con ello ha quitado competitividad a las exportaciones. El líder de los transportistas dijo que se negarán a cargar mercaderías extranjeras que compitan con los productos nacionales. El gobierno se resiste a devaluar para evitar la vuelta de la inflación pero sabe que la capacidad de resistencia es mínima. Las presiones vienen de todas partes, no sólo de los acreedores externos y de los virreyes del Fondo Monetario y del Banco Mundial, sino de los sindicatos, las fuerzas de la oposición que ganaron las recientes elecciones al Congreso y, especialmente, de los gobiernos provinciales que no reciben suficientes fondos para administrar los servicios públicos. Ante la falta de acuerdos políticos sostenibles, el presidente y su ministro están desorientados, llaman a la confianza en pleno naufragio y han anunciado un nuevo ''contrato social'' basado en la reducción de los impuestos a las compras con tarjeta de crédito y a la concesión de subsidios para la ayuda a cinco millones de niños y medio millón de personas mayores, así como la privatización de la agencia recaudadora de impuestos. Saben que ese contrato haría sonreír irónicamente a monsieur Rousseau.
Las ondas recesivas provenientes del norte y del sur pueden chocar creando un nuevo entorno de deterioro en la economía mundial, y no hay instrumentos que puedan aplicarse para impedirlo. Con las condiciones generales que prevalecen hoy no se sabe cómo se va a extender la crisis y hasta dónde puede alcanzar