Iván Restrepo
¿Nueva estrategia para los bosques?
Uno de los programas más anunciados por la presente administración es el de la conservación de los bosques y selvas. El presidente Fox y sus colaboradores responsables de los asuntos ambientales han dicho innumerables veces que esos recursos son, junto con el agua, asunto de seguridad nacional, indispensables para el sano desarrollo de las actuales y futuras generaciones. Hay razones de sobra para esas y otras definiciones de política, pues en el mundo se abre paso una corriente que une temas como seguridad alimentaria, medios de vida sostenibles, aumento del bienestar y mitigación de la pobreza, con menor destrucción de la naturaleza como un paso hacia la sustentabilidad.
Especialistas como Katherine Warner, de la FAO, han precisado el papel que cumplen hoy los bosques y las selvas y los bienes y servicios que de ellos se derivan. Por principio, una cuarta parte de los pobres del mundo dependen directa o indirectamente de los bosques como medio de vida. En algunas regiones quienes viven en el medio forestal practican la caza, la recolección y la agricultura itinerante o la ganadería a pequeña escala, actividades que los conecta con mercados locales y regionales. En muchos casos, las mujeres dependen mucho más que los hombres de los productos forestales, al obtener de ellos los ingresos necesarios para alimentar y vestir a la familia, así como combustible para cocinar. En México, esta es una realidad en las regiones asiento de culturas ancestrales que tienen como eje de su vida a tan preciados recursos.
Pero en paralelo con estas actividades que permiten subsistir a millones de personas y mantienen en buen estado las áreas forestales, hay otras que depredan. Los ejemplos sobran en nuestro país y en América Latina: talamontes, compañías que con contratos leoninos aprovechan los bosques de comunidades indígenas; ganaderos que extienden sus potreros a costa de áreas arboladas; narcotraficantes que pagan para abrir nuevas tierras para cultivos ilícitos. Un ejemplo aleccionador es la deforestación en la Amazonia occidental de Colombia para sembrar coca, con sus tremendos efectos en el medio ambiente, la independencia alimentaria y la calidad de vida de los pobladores locales.
A casi un año de haber comenzado gestión el gobierno que prometió un cambio radical para el país, las acciones forestales todavía no aterrizan en el agro, a no ser que se encuentren ocultas por ser asunto de seguridad nacional. Hay una Comisión Nacional Forestal, encargada al ex gobernador de jalisco, Alberto Cárdenas, y de quien se desconocen sus méritos para tal cargo. Sin embargo, se recuperó un fondo establecido en el sexenio anterior por varios cientos de millones de pesos y que se destinará a establecer plantaciones forestales, asunto muy del agrado de la iniciativa privada. Hay, también, un Plan Nacional Forestal de largo plazo, no para el sexenio.
Pero, como ocurre en otras partes del mundo, los que no aparecen bien delineados en el esquema oficial para conservar y utilizar sosteniblemente los bosques y las selvas son los habitantes dueños de dichas áreas. Son ellos precisamente los mejores aliados en las tareas para evitar que desaparezcan tan valiosos recursos y las incontables especies de flora y fauna que albergan; los poseedores de un sabio y antiguo conocimiento de dichas áreas, y que se oponen a su explotación irracional por parte de intereses empresariales locales e internacionales. Mas también son muchos de ellos los que, víctimas de la pobreza extrema, abren tierras para sembrar cultivos de subsistencia, talan para vender madera, elaborar diversos objetos o contar con un energético. Sin faltar los dirigentes corruptos que entregan extensiones apreciables de bosques comunales o ejidales a empresas expertas en sacar el máximo provecho en el menor tiempo.
Sin un ataque frontal a la pobreza y el respeto a los bienes que pertenecen a comunidades indígenas y ejidos, destacadamente bosques y selvas, serán contados los avances de los programas oficiales anunciados para evitar el deterioro de tan fundamentales recursos naturales. Pero además, el país será más vulnerable a los cambios climáticos, más dependiente en el aspecto alimentario. En pocas palabras, más pobre.