DOMINGO Ť 4 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť Angeles González Gamio

La Joya

La antigua ciudad de México, que hoy conocemos como el Centro Histórico, cuenta con añejas leyendas que continúan despertando interés. Prueba de ello es que obras como las de don Artemio del Valle Arizpe y de don Luis González Obregón, que tratan esos temas, continúan reditándose. Entre ellas hay muchas que explican los nombres antiguos de las calles, que podemos conocer gracias a que algún gobierno del pasado tuvo la magnífica idea de colocar placas de azulejo en las esquinas, con la antigua denominación.

Un nombre particularmente intrigante es el de La Joya, que tuvo un tramo de la actual 5 de Febrero y que bautizó un establecimiento del que platicamos hace unos años y cuya historia contaremos líneas adelante, ya que resulta de interés ahora que nuevamente se emprenden acciones para revitalizar el Centro Histórico.

Resulta que en dicha calle, esquina con Mesones, vivió en el siglo XVIII un opulento mercader español llamado don Alonso Fernández de Bobadilla, de carácter arrogante e irascible, casado con doña Isabel de la Gracida y Tovar, hija del aristócrata conde de Torreleal, personaje de importancia en el gobierno virreinal.

La espléndida casona contaba con numerosos sirvientes, carruajes y buenos caballos; estaba adornada con el mayor lujo y era sitio frecuente de fiestas y saraos en los que se servía la mejor comida y bebida. En apariencia vivían en la mayor felicidad... hasta que un mal día, el esposo descubrió una nota que habían deslizado por debajo de la puerta de un balcón.

En ella se le comunicaban los amores adúlteros de su mujer con el licenciado José Raúl de Lara, fiscal del Tribunal de la Santa Inquisición. Controlando el primer impulso de enfrentar con furia a doña Isabel, optó por buscar pruebas, por lo que al día siguiente avisó a su esposa que esa noche llegaría muy tarde, pues tenía que tratar asuntos de importancia con el virrey.

Al caer la noche, embozado con su capa, pasó varias horas rondando su casa cuidándose de no ser visto; finalmente apareció la figura de un hombre igualmente cubierto, quien entró con sigilo a la mansión, por uno de los balcones que le abrió delicada mano. Indignado y adolorido, esperó unos minutos e ingresó a la casona irrumpiendo furioso en la recámara de su mujer, para enfrentar el momento en que el amante colocaba en la fina muñeca un bello brazalete de oro con incrustaciones de piedras preciosas.

Gritando imprecaciones se abalanzó sobre el fiscal, atravesándole el pecho con filoso puñal, mientras la infiel pedía perdón, a lo que el esposo contestó: šPerdón! šSí, perdón!.. šToma tu perdón!, al tiempo que hendía la misma daga en el corazón de la infiel. A continuación la despojó con violencia de la lujosa joya, salió a la calle y con el mismo puñal ensangrentado la clavó en el portón de la casa. Al día siguiente toda la ciudad se enteró del doble crimen y los curiosos se acercaron en multitud para ver la joya clavada en la puerta, y desde entonces el vulgo bautizó con ese nombre el tramo de la calle, con el que permaneció por siglos.

Tres centurias más tarde, seguramente sin saber el origen del nombre de la vía, en ese mismo lugar y probablemente en la misma casa, don José Villamayor y su esposa, doña Amparo Couto, abrieron una zapatería a la que le pusieron el nombre de La Joya, que dio origen a la cadena de establecimientos que existen hasta la fecha por toda la ciudad.

Sesenta años más tarde la antigua zapatería había cerrado y la casona se encontraba muy deteriorada. Los descendientes de la emprendedora pareja Villamayor, con acierto decidieron restaurarla, labor nada fácil que les llevó más de dos años, pues al paso de los siglos la mansión había sufrido múltiples alteraciones. Pero como suele suceder con esas maravillas arquitectónicas, los elementos principales estaban allí: bellos muros de tezontle, marcos y molduras de fina cantera labrada, pisos de recinto, herrería forjada a mano.

Con una labor prácticamente de arqueología, poco a poco se fue descubriendo la casa original. El resultado final es espléndido; como en buena parte de este tipo de obras, se respetaron los elementos principales del siglo XVIII, al igual que algunos de calidad que se agregaron en el XIX y a principios del XX; el requisito fue la armonía. La preciosa casona ubicada en Mesones 87, esquina 5 de Febrero, fue sede de un restaurante y actualmente aloja una tienda que vende máquinas de coser japonesas.

En la acera de enfrente se encuentra la cantina La Hoja de Lata, que en su amplio salón, de escasa gracia, ofrece sabrosa botana y bebida a buenos precios. Menú del martes: sopa de fideo, ceviche de calamar y, a escoger, cabrito en adobo, puntas de res a la mexicana o manitas de puerco capeadas en chipotle.

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