Guillermo Almeyra
De la polvareda humana al haz de voluntades
Por supuesto que las guerras y las crisis económicas mayores provocan desmoralización masiva, desesperación y un primer momento de aplastamiento, de relativa pasividad. Eso de que cuanto peor, mejor, es una estupidez. Porque para quienes creen en la necesidad del socialismo, es decir, de una relación entre iguales basada en un gran aumento de la conciencia colectiva, los desastres son trágicos ya que agravan potentemente las desigualdades, ponen en primer plano los miedos, las fobias, lo irracional, alejan el objetivo liberador. Pero las guerras y las crisis también ponen al desnudo la esencia misma del sistema de opresión, rasgan los velos ideológicos que refuerzan la dominación apenas pasa la primera etapa desmovilizadora y desmoralizadora, y en cuanto capas sociales cada vez más vastas comienzan a sufrir y a pensar, a reaccionar.
En ese sentido las guerras, como la actual, y la crisis, como la recesión que se extiende y se ampliará y profundizará aún más, en un primer momento dan apoyo de masas al poder del capital, debido al deseo urgente y masivo de conducción y de un salvador, pero en un segundo momento ese crédito -activo o pasivo- comienza a desgastarse. El consenso logrado por los causantes de la crisis y de la guerra disminuye y los que luchan por una alternativa comienzan a sumar apoyo, a encontrar eco.
La historia de las guerras mundiales y de las crisis lo confirma: hay un momento en que "ellos" empiezan a perder consenso y "nosotros" a conseguirlo. Porque el propagandista anticapitalista más potente es el propio capital que inflige sufrimientos gigantescos a la mayoría de la humanidad y revela brutalmente en los momentos decisivos su carácter sanguinario y la violación de todos los valores que proclama.
¿Significa esto que basta con esperar los efectos "pedagógicos" de la política de quienes, para aumentar sus ganancias, condenan a millones al hambre y la desocupación y destruyen bienes productivos y enteras poblaciones "sobrantes" mediante la guerra? No, porque el desastre, si no hay una explicación y una acción que prepare una alternativa antisistémica, lleva a buscar Salvadores, Conductores, Guías Supremos o Padres de los Pueblos, porque la inseguridad requiere un Orden, sea éste totalitario, sea socialista. Esto plantea entonces cuáles son los elementos aglutinantes para organizar la resistencia de esa valiosa minoría que no se deja arrastrar por la orgía de irracionalidad presente en el discurso del poder estatal y, sobre todo, de esos instrumentos de dominación y de guerra ideológica que son en general los medios televisivos. Además, cuáles pueden ser los pasos esenciales para unir diversas resistencias y motivaciones heterogéneas que, para colmo, no son aisladamente antisistémicas pero sí lo son si sus reivindicaciones se unen en un haz y forman una cuerda indestructible y con fuerte poder de arrastre.
Lo esencial es, antes que nada, en cualquier lugar y contra viento y marea, mantener y fomentar el espíritu crítico, analizar cada noticia o afirmación, confrontarla con otras y con los hechos, colocarlas en su contexto. Lo segundo, como corolario de lo primero, es explicar clara y pacientemente los entretelones de la política, las causas y efectos de los fenómenos económicos que a la mayoría les aparecen como misterios o como catástrofes naturales. La creación de foros de debate, plurales, colectivos, democráticos, donde se confronten ideas y se difundan informaciones alternativas será un instrumento fundamental para organizar una contracorriente si los mismos son regulares, periódicos, de modo de dar un punto de referencia, si son capaces de ligar los problemas generales, incluso teóricos, con la vida cotidiana y las cuestiones que afectan a la mayoría de la gente y, sobre todo, si evitan el sectarismo, el espíritu de camarilla, la retórica que sustituye la falta de ideas que caracterizan a tantos sectores de izquierda y alejan a la gente común.
Mostrar lo que hay de común entre la guerra, el
ataque a los derechos humanos, a la ecología, a la cultura, a la
salud, la educación, permitirá construir la unidad de gentes
con motivaciones diversas y diferentes ideas. Bastan pocos promotores activos
e inteligentes para organizar esos debates en cada punto de su país
y para hacer balances de los acontecimientos, aprendiendo a pensar colectivamente
y enseñando a pensar políticamente. Porque en esta tarea
deberá desarrollarse lo que es imprescindible: la renovación
de la izquierda a partir del análisis no dogmático de la
realidad y de la unidad de acción, manteniendo las diversidades
en lo que resulte realmente necesario y no sobre la base de los prejuicios
o del pasado. Ť