domingo Ť 4 Ť noviembre Ť 2001
José Agustín Ortiz Pinchetti
"šQueremos ser lo que somos!"
La imagen de los ejidatarios de San Salvador Atenco armados de machetes y azadones, amparados con la Bandera Nacional, la Virgen de Guadalupe, el patrono del pueblo y Zapata, para defenderse de la modernidad aeronáutica del proyecto Texcoco, es el más fuerte editorial que he "leído" en mucho tiempo.
Nos muestra el profundo enojo de estos campesinos que saben que el novísimo aeropuerto destruirá lo que da sustentabilidad a su vida, a su patrimonio y a su quehacer. "Tenemos derecho a seguir cultivando, a seguir siendo campesinos", dijeron. Me recuerdan el libro de John Womack sobre Zapata, que dice: "Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución".
Pero el proyecto destruye, además de una forma de vida, la viabilidad de construir una ciudad-capital sustentable, capaz de garantizar para las generaciones futuras una vida digna, pues ataca, otra vez, nuestro medio ambiente, nuestra vocación como zona lacustre, como cuenca hidrológica.
El nuevo aeropuerto generaría un crecimiento explosivo y anárquico de la zona metropolitana e invadiría parte de los terrenos del ex vaso de Texcoco en donde, en 1973, se inició el Proyecto Nabor Carrillo-Lago de Texcoco. Este proyecto, moderno y compatible con lo que somos, busca recuperar la zona al restablecer espejos de agua, construir plantas de tratamiento, favorecer una intensa reforestación y fomentar la vida silvestre. Un verdadero pulmón que además servirá de protección, en muchos sentidos, para la ciudad de México.
Esta cuenca en la que vivimos, la más importante de Mesoamérica, históricamente ha recibido el agua de 11 ríos, junto con la lluvia y los escurrimientos que se producen en las montañas que la rodean. La conformaban varios lagos, y de ellos Texcoco, el más importante, contiene 50 por ciento del agua de este sistema lacustre.
Durante muchos años el gran lago, que ocupaba el área central y más baja del sistema, recibía el agua sobrante de los otros lagos cuando éstos se veían rebasados. A su vez, cuando éste no era capaz de contener el volumen creciente de líquido, lo derramaba sobre el lago en el que se asentaba la ciudad de México, provocando fuertes inundaciones.
Pero el lago debe restaurarse y no destruirse. Es el agua el origen de la ciudad y una presencia permanente que le ha dado uno de los rasgos más distintivos de su perfil. Los primeros pobladores así lo entendieron. Buscaron la manera de vivir en este gran sistema lacustre sin degradarlo y para ello utilizaron conocimientos, ingenio e imaginación. Construyeron obras de ingeniería admirable: diques con compuertas y albarradones que dividían este conjunto de vasos comunicantes para controlar los niveles del agua y evitar inundaciones, como la de 1449, cuando Nezahualcóyotl construyó las obras más importantes. Paralelamente también canalizaron ríos y construyeron una red de canales y acequias profundas para el regadío, el desagüe, la navegación, el transporte acuático y la guerra. El agua se convirtió definitivamente en aliada de esa civilización.
Durante la Colonia el agua fue un enemigo. Para controlarla construyeron una acequia y un socavón con la idea de conducir los sobrantes de las lagunas de Citlaltépetl y Zumpango al río Tula. Estas obras quedaron inconclusas y, en 1637, se inclinaron por la idea de construir un "tajo a cielo abierto" , el Tajo de Nochistongo, obra que se concluyó 151 años después. Pero ni estas ni muchas otras obras evitaron las inundaciones, algunas de ellas de triste memoria, como la ocurrida en 1629, que mantuvo bajo las aguas a la capital durante 6 años.
Al México independiente no le fue mejor. En el siglo XIX siguieron las inundaciones, y el hundimiento de la ciudad, que comenzó a evidenciarse en el siglo pasado, las favoreció aún más. En la década de los 50 hubo momentos en que el agua y el lodo llegaron a cubrir una parte vital de la urbe. Aún hoy, no deja de ser un peligro permanente.
Si continuamos como feroces enemigos de nuestro entorno, esta ciudad puede no ser viable. Si tenemos futuro no será a través de la modernidad neoliberal.
Los ensayos de modernización por decreto terminan siempre en desastres. La modernización porfiriana en el campo condujo a la Revolución zapatista. Hoy, los nuevos déspotas ilustrados han destruido la economía del país en aras de sus dogmas. Me viene a la mente de nuevo el último párrafo del libro Historia del siglo XX, de Eric Hobsbawm: "... si la humanidad ha de tener un futuro, no será prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre estas bases, fracasaremos. Y el precio del fracaso, esto es, la alternativa a una sociedad transformada, es la oscuridad". Ť