SABADO Ť 3 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť José Cueli

Las mil máscaras de la guerra

A partir de los sobrecogedores acontecimientos del pasado septiembre el mundo entero se ha visto sacudido por la zozobra. La irracionalidad se ha enseñoreado mostrando toda la gama de máscaras posibles. Cada día que pasa se torna una verdadera tortura leer los diarios en los que las noticias no hacen sino llenarnos cada vez más de desesperación y las imágenes nos consternan al ver que la muerte se nos torna algo cotidiano.

Los dioses en turno, que viven en la oscuridad tejiendo hilos invisibles, se familiarizan con el mundo de los muertos. El aire mortífero, irrespirable, pegajoso, penetrante, rodea el espíritu de éstos con tal de mantener sus propios imperios, su propia ley, la que emana no de la razón sino de la omnipotencia, de la violencia sin límite, de la irracionalidad desmedida. Sangre llama sangre y cobra fuerza para futuras batallas. El poder parece no cansarse de las guerras, pero una inmensa mayoría de los habitantes está llena de miedo, paralizada, en una espera angustiante ante la inminencia de actos cada vez más violentos y descarnados.

Ante la amenaza de nuevos atentados terroristas y del bioterrorismo la población experimenta una especie de paranoia colectiva. Si bien hay elementos de realidad en el exterior, éstos se potencian y se magnifican al entretejerse con fantasías persecutorias (conscientes e inconscientes) e ideas delirantes que pueden conducir, dependiendo de cada estructura de personalidad, a los actos más irracionales en un intento de dominar la angustia que llega a niveles extremos. La parte más arcaica, más regresiva y más desorganizada del individuo aflora y los mecanismos habituales de defensa resultan insuficientes para mantener el equilibrio síquico.

La guerra actual nos muestra un aberrante rompecabezas donde se ven implicados problemas raciales, económicos, políticos, religiosos, cojeras y errores históricos, desigualdad y resentimientos ancestrales donde la razón y el valor de la vida humana parecieran situarse en el margen, al margen en las fronteras, en el exilio, en la no pertenencia, en el no ha lugar de la ley, en la fragmentación. Inframundo en el que los fantasmas danzan en incesante carrusel de escenas grotescas reales y fantaseadas, donde el pánico es el afecto predominante y la paranoia nubla la razón, donde la muerte, las pérdidas y los duelos no dan tregua. Allí donde la palabra y la negociación están ausentes, donde la omnipotencia y la rabia ciega conducen a la sed de venganza y el sujeto queda condenado al silencio. Individuos que al ser violentamente silenciados, si sobreviven a la masacre y a la destrucción, se convertirán en resentidos que intentarán infligir al otro la rabia y la violencia de la que fueron víctimas.

Las imágenes que presenciamos día con día nos muestran el rugido y el estruendo de la espeluznante maquinaria de la guerra, pero silencian los gritos humanos acompañados de ecos terroríficos cuyo origen, sin origen, emerge de la oquedad, del vacío, de la injusticia social y de la muerte. Mascarada de dolor y desencuentro, escenario del terror sin nombre. Duelos negros. El imperio de la tiranía y la fuerza, del desprecio por el otro, y la imposición de la fuerza. Fuerza alimentada desde la parte más irracional y más oscura del hombre que sustentada desde el poder intenta sostenerse apuntada con las peores mañas de la antigüedad y los más sofisticados artilugios modernos (bombas ''inteligentes", minas ''antipersonas" aviones de la más alta tecnología y apoyos cibernéticos de alta precisión).

Tecnología que tras su sofisticación extrema no esconde que sólo representa el peor fracaso de la humanidad, ya que tras siglos de ''aparente" progreso y civilización, la ''gran aldea global" no es más que una grotesca neorrepresentación de la horda primordial, donde los instintos más primitivos afloran a la menor provocación y lo más precario y oscuro del ser aflora arropado bajo la falacia del desarrollo tecnológico y un hueco discurso sobre la búsqueda de una paz mundial que cada vez parece más lejana e ilusoria.