SABADO Ť 3 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Carlos Marichal
Empresarios asustados
Desde hace varias semanas los grupos corporativos empresariales han estado atacando al Congreso con motivo del debate sobre la reforma fiscal. Ultimamente, algunos de los planteamientos más agresivos han emanado de los directivos de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), quienes exigen que los diputados y senadores atiendan sus reclamos. Pero virtualmente todos los organismos empresariales están en la misma tónica, lo cual indica que están asustados pues no están seguros de lograr sus propósitos.
Donde hay humo suele haber fuego. La preocupación de los empresarios está fundada puesto que la propuesta original de reforma fiscal se ha convertido en un tiro por la culata, sorprendiendo tanto a la actual administración presidencial como a las clases altas. A principios de año, el Ejecutivo esperaba poder obtener un incremento rápido de ingresos a través de la ratificación de aumentos en un solo impuesto, el IVA, el cual pegaba fundamentalmente al consumo e ingreso populares. Pero al abrirse el debate salieron a la luz no sólo el rechazo a este gravamen sino la necesidad de buscar nuevas fuentes de ingresos impositivos. En este sentido, la reforma fiscal se ha convertido en una verdadera caja de Pandora para el gobierno y para los empresarios, caja de la cual emergen todo tipo de demonios recaudatorios que nunca esperaban ver en un país donde empresarios e inversores han disfrutado siempre de una de las tasas impositivas más bajas del mundo.
La recaudación más rigurosa del ISR, el establecimiento de impuestos sobre ciertas operaciones en Bolsa (similares a las que rigen en Estados Unidos), y una serie de medidas adicionales para asegurar un incremento gradual de los ingresos del Estado son temas actualmente en debate. A los empresarios no les gusta la idea de que diputados y senadores tengan autonomía en este terreno. Preferían el viejo sistema del PRI por el cual el Presidente de la República y el secretario de Hacienda en turno se reunían con las cúpulas empresariales y negociaban un acuerdo favorable para los dueños del dinero unas semanas antes de Navidades. Ahora, en cambio, el debate fiscal está abierto y todos los grupos sociales pueden pugnar por sus propios intereses. Ya no hay un monopolio absoluto del poder político y económico. Y en el futuro pueden esperarse más discusiones, como es natural en toda democracia.
Los empresarios más poderosos del país clamaron por años por la liberalización y la globalización económicas, logrando su instrumentación en México desde fines de los años de 1980. Simultáneamente se produjo un proceso de apertura y liberalización política que ha constituido parte igualmente esencial de la llamada transición mexicana hacia la democracia y la modernización. Esta transición, sin embargo, implica un Estado federal fuerte y moderno. Y para ello se requieren más ingresos, pues como es bien sabido las finanzas son los nervios del gobierno.
Al parecer, los grandes empresarios en México no quieren reconocer que la transición a la modernización implica un conjunto de reformas políticas, económicas y sociales entrelazadas. Y tampoco parecen aceptar que el Estado de bienestar es necesario para asegurar la estabilidad social y política en las democracias modernas. Eso implica contar con incrementos moderados pero sostenidos de los ingresos cada año para asegurar el gasto público y evitar los déficits. Esta meta requiere a su vez tener un régimen fiscal más parecido al de los gobiernos de los países más avanzados, en que los ingresos públicos alcanzan 30 por ciento o más del PIB. En México, los ingresos del gobierno no superan actualmente 16 por ciento del PIB. En el caso de que los empresarios se salgan con la suya y logren bloquear las nuevas propuestas de reforma fiscal, ellos contribuirán a debilitar al Estado. En efecto, si no se realizan una serie de importantes reformas fiscales y sociales en los próximos años, México seguirá siendo un país del Tercer Mundo que no se prepara realmente para entrar en el círculo de los países desarrollados.