sabado Ť 3 Ť noviembre Ť 2001

 Mary E. Kelly y Karen Chapman Ť

¿Dónde está el agua?

Por casi 50 años, los envíos de agua al Río Bravo por parte de tributarios mexicanos fueron, en promedio, cuatro veces mayores a los requeridos, conforme a lo que estipula en el tratado de 1944, que regula la manera en que Estados Unidos y México compartirán el sistema fluvial de su frontera común. Granjeros de la zona sur del valle del Río Grande de Texas y de Tamaulipas se han vuelto dependientes de estos flujos regulares, aun cuando esa irrigación se expandió a la zona norte mexicana de dicho valle.

Desde 1992, sin embargo, los flujos de los tributarios mexicanos se han reducido drásticamente. Esto se cumple particularmente en el río Conchos, que se origina en las montañas de Chihuahua y se une al río Bravo a la altura del Parque Nacional Big Bend. Recientemente, algunos frustrados granjeros texanos han denunciado que México ha estado acaparando agua en violación al tratado de 1944. Algunos incluso han llegado a acusar a México de tratar de destruirlos económicamente. Estos reclamos son erróneos.

La reciente incapacidad de México de hacer las entregas del agua prometida se puede atribuir primordialmente a una severa y prolongada sequía, si bien el no haber reconocido desde principios de los 90 la potencial persistencia de dicho fenómeno ha agravado la situación. Conforme a los términos del tratado de 1944, de 1992 a la fecha México ha acumulado un déficit de 1.4 millones de acres cúbicos de agua.

No existe duda de que los granjeros de Texas están sufriendo. Enfrentan la doble dificultad de abasto reducido del río Bravo y serias condiciones locales de sequía. La parte sur del valle del Río Grande ha sido declarada zona de desastre casi todos los años desde 1995, debido a cosechas perdidas y el impacto económico subsecuente, que ha causado pérdidas por cientos de millones de dólares.

Pero agricultores de Chihuahua y Tamaulipas también padecen la sequía. México declaró zonas de desastre a nueve estados del norte, incluyendo Chihuahua. En el mayor distrito de irrigación de Conchos, las áreas sembradas se han reducido de 140 mil hectáreas, a fines de los años 80, a menos de 30 mil hectáreas en 2001. Granjeros del resto de esta zona mexicana no lo han tenido mejor; muchos ni siquiera han sembrado en los últimos años.

Si bien las exportaciones mexicanas de frutas y vegetales a Estados Unidos se han incrementado en los últimos años, esta producción no proviene de la región del Bravo. Por ejemplo, los cultivos en el valle del río Conchos (de chile, nuez, alfalfa, destinada al ganado lechero del norte del país, y maíz) no compiten con los plantíos de caña de azúcar, cítricos y hortalizas que se siembran en el sur del valle del Río Grande. El incremento de importaciones mexicanas a Estados Unidos no es resultado de las decisiones en torno a la distribución del agua, sino de cambios en el marco del TLC.

También se alega que México puede liberar suficiente agua para subsanar su déficit, pero un análisis cuidadoso de los datos disponibles demuestra lo contrario. No existe indicación de una tendencia a incrementar la cantidad de agua que México tiene almacenada. De hecho, el ingreso de agua a los principales depósitos tributarios mexicanos, de enero a septiembre de 2001, es de casi la cuarta parte de lo que ha sido en otros momentos, y equivale a sólo la mitad de lo almacenado en el mismo periodo en los años de 1993 a 1999. El total actual de reservas utilizables que se almacenan en estos depósitos es de unos 800 mil acres cúbicos, es decir, sólo 20 por ciento de su capacidad de conservación normal.

Más aún, lo que corresponde a México en recursos hidráulicos dentro del Sistema Amistad/Falcón es de sólo 12 por ciento, ante 30 por ciento destinado a Estados Unidos.

En total, México tiene casi un millón de acres cúbicos de agua almacenados en depósitos tributarios y el sistema Amistad/Falcón. Mientras que esto representa un porcentaje considerable de la actual deuda hidráulica de México, ningún país vaciaría por completo sus reservas de agua utilizables, con deuda o sin ella. México debe asegurarse de contar con una cantidad razonable de agua, la suficiente para cubrir sus necesidades básicas durante los próximos años. Además, cerca de 60 por ciento de esa agua se almacena en los altos del valle de Conchos, a más de 350 millas del Bravo. De liberarse esas reservas, 40 por ciento se perderían por filtración y evaporación antes de llegar al río.

La situación es seria, sin duda, y aún más difícil dado que el Tratado de 1944, que funciona razonablemente bien en épocas de lluvia normal, es terriblemente inadecuado cuando se trata de enfrentar una sequía severa y prolongada. Sin embargo, existen soluciones. Necesitamos, primero, garantizar que las partes afectadas a ambos lados de la frontera tengan acceso total a datos precisos. También debemos coordinar ayuda para enfrentar la sequía destinada a granjeros de ambas naciones.

Los gobiernos deben trabajar en la creación de un plan de contingencia de 2002 en adelante. Este plan a corto plazo debe incluir un calendario claro sobre traslados de reservas hidráulicas por parte de México, a fin de reducir su deuda, pero que rija desde que caiga la primera lluvia, no cuando se supone que debe empezar la temporada lluviosa.

El plan debe reconocer el riesgo de otro año de poca lluvia y su impacto en la capacidad de México de pagar su deuda.

Los planes administrativos a corto y largo plazos deben desarrollarse para establecer cómo deben utilizarse de manera más eficiente los limitados recursos hidráulicos para cubrir las necesidades en el valle, siempre manteniendo un sistema fluvial saludable. Ahora que sabemos que no tenemos toda el agua que necesitamos ?o que queremos?, los gobiernos deben financiar planes intensivos encaminados al ahorro de agua en cada sector. México ha dado pasos hacia la administración del agua, a corto y largo plazos, en situación de sequía, y Estados Unidos ha aceptado cooperar con México en un plan de contingencia conjunto en el que se partirá de la enmienda 307 del Tratado de 1944, y que se firmó en marzo de 2001.

Texas y México deben aprender a vivir juntos con el histórico, bello, pero frágil sistema fluvial fronterizo del río Bravo. Se trata del medio de salvación en una región que se vuelve árida rápidamente. La forma en que este río sea administrado y protegido podría determinar si en el futuro estaremos más unidos o más alejados.

Ť Centro de Estudios Políticos de Texas.

Traducción: Gabriela Fonseca