Ť Acusa Dushanbé a uzbekos de haber inspirado la guerra civil en los años 90
Insiste Washington en que Tashkent preste apoyo a la Alianza del Norte contra Kabul
Ť Busca Donald Rumsfeld luz verde para coordinar asistencia aérea a la oposición afgana
Ť Se deterioran vínculos de Uzbekistán con sus vecinos Tadjikistán, Kazajstán y Kirguistán
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Tashkent, 2 de noviembre. La hasta ahora invariable posición del gobierno de Islam Karimov de que pese al amplio apoyo logístico que presta a Estados Unidos no se asocie a Uzbekistán, directamente y desde su territorio, con acciones militares contra Afganistán, tendrá que resistir este sábado nuevas presiones del más alto nivel.
Por segunda vez en menos de un mes se espera aquí la visita del secretario estadunidense de Defensa, Donald Rumsfeld, apenas unos días después de que el máximo responsable del ataque contra Afganistán, general Tommy R. Franks, vino para coordinar el apoyo aéreo -sin faltar las bombas de racimo y de fragmentación- que se está dando a la opositora Alianza del Norte en el frente de Mazar-e-Sharif.
Franks, sin embargo, no logró convencer a Karimov de que permita utilizar dos o tres bases militares, adicionales a la que Estados Unidos ya tiene en Hanabad y desplegar en suelo uzbeko el grueso de la infantería que sería empleado en operaciones te-rrestres en el noroeste del vecino país.
Este es el propósito de la visita de Rumsfeld, que traerá en cartera el sólido argumento de que los bombardeos han sido insuficientes y que como resultado de la contraofensiva talibán las tropas del general de origen uzbeko Rashid Dostum están cada vez más lejos de Mazar-e-Sharif.
Rumsfeld seguramente acompañará su petición de nuevas promesas de inversiones y otros beneficios para Uzbekistán, pero en realidad la negativa del gobierno de Karimov no parece una táctica deliberada para sacar mayores ventajas.
Mientras no obtenga garantías de seguridad en su flanco sur, y ello se dará sólo cuando las tropas de Dostum ocupen toda la región colindante con Afganistán, separada tan sólo por el río Amudaria, Uzbekistán no quiere verse arrastrado a un enfrentamiento armado directo con las milicias del talibán, que serviría de detonante para que los radicales islámicos del valle de Ferganá, a escasas dos semanas del comienzo del Ramadán, se alcen en armas contra el régimen de Karimov.
Tampoco quiere Tashkent que las garan-tías de seguridad que ofreció el propio Rumsfeld en su anterior visita, el 5 de octubre pasado, sean a costa de su soberanía, por lo cual tiene motivos extra para no au-torizar un número excesivo de soldados es-tadunidenses en su territorio.
Posibles entendimientos encubiertos
Lo más probable es que Karimov y Rumsfeld alcancen entendimientos encubiertos que satisfagan a las partes. Si la impresión es cierta, Uzbekistán negará públicamente la ampliación de su cooperación con el gobierno de Estados Unidos, y éste en la práctica conseguirá mayores facilidades militares para intentar sacar del atolladero a las tropas de Dostum e instalarse finalmente en el noroeste de Afganistán.
Tras dos semanas de estancia de Franks en Uzbekistán se percibe claramente que el gobierno de Karimov trata de evitar un conflicto armado con la milicia talibán, agobiado ya de por sí por la tensión que mantiene con el resto de sus vecinos.
Por razones distintas, y que casi siempre adquieren rasgos particulares con cada uno de ellos, van de mal en peor las relaciones de Uzbekistán con Tadjikistán, Turkmenistán, Kazajstán y, sobre todo, Kirguistán.
El trasfondo de las disputas es la abierta aspiración de Uzbekistán, el país más po-blado de la zona, con 25 millones de habitantes y potencialmente favorecido con enormes reservas estimadas de gas natural, de afianzar su liderazgo a nivel regional.
Como testimonio del deterioro general de la convivencia con sus vecinos, Uzbekistán abandonó el Tratado de Seguridad Colectiva, que imponía ciertos compromisos militares a los estados de la región, y fue el primer país en introducir un régimen de visas en territorios que tradicionalmente eran cruzados sin el menor obstáculo, medida que se reforzó con la decisión unilateral de minar las respectivas franjas fronterizas.
Con cada uno de sus vecinos Uzbekistán tiene cuentas pendientes y sobran los motivos de fricción.
Con Tadjikistán, además de controversias territoriales en la zona del valle de Ferganá, son recurrentes las acusaciones de Tashkent a Dushanbé de que tolera la presencia en su territorio de combatientes del proscrito Mo-vimiento Islámico de Uzbekistán (MIU) y de grupos de radicales uzbekos, mientras Dushanbé acusa a Tashkent de haber inspirado la guerra civil que desangró a ese país a comienzos de los 90.
Con Turkmenistán, país también con grandes reservas de gas natural, se mantiene una seria controversia por las vías para exportar el energético. Ashgabat adoptó una posición de neutralidad frente a la guerra en Afganistán, su frontera con este país es virtualmente transparente para el tráfico de drogas (opio y heroína), y por ahí también pueden penetrar en suelo uzbeko los combatientes del MIU.
Además, tiene firmes acuerdos con Rusia para modernizar los gasoductos y exportar su gas, que afectan los intereses de Tashkent, que ahora ve en el acercamiento con Estados Unidos una alternativa hacia el sur, a mediano y quizás largo plazos, para incrementar sus propias exportaciones.
Con Kazajstán el drama del mar de Aral, la mayor catástrofe ecológica del mundo, es causa permanente de choque. Ambos se achacan la responsabilidad de haber reducido en más de la mitad la principal reserva de agua dulce que comparten y que durante decenios y a instancia de Moscú en los tiempos soviéticos fue utilizada irracionalmente, con el único criterio de impulsar el cultivo de algodón en Uzbekistán, y de arroz en Kazajstán.
Además, existe una marcada animadversión personal entre los presidentes Islam Karimov y Nursultán Nazarbayev, desde que el segundo quiso atribuirse el liderazgo regional en el Politburó del Partido Comunista soviético, en las postrimerías de la gestión de Mijail Gorbachov.
Con Kirguistán la tensión va en aumento y puede hacer crisis este invierno, en caso de que Uzbekistán mantenga su amenaza de cortar los suministros de gas, como respuesta a la reciente decisión de Kirguistán de modificar los términos del intercambio.
El conflicto entre Tashkent y Bishkek de-muestra que en la geopolítica de la región hay un factor no menos determinante que el petróleo y el gas: el agua. Es éste un tema que, por sus implicaciones, amerita ser tratado por separado, y en un próximo envío La Jornada recogerá información de primera acerca del grave problema, proporcionada por funcionarios y expertos uzbekos.
En medio de este tenso panorama con todos sus vecinos, es comprensible que el gobierno de Uzbekistán procure evitar una guerra abierta con la milicia talibán y, al mismo tiempo, que no esté tranquilo hasta que la región afgana colindante pase a control de las tropas de Dostum.
Para intentar conseguir las dos cosas, el presidente Karimov no tiene más remedio que decir una cosa y, de manera soterrada, hacer otra. Todo parece indicar que la visita del secretario Rumsfeld confirmará lo que ha sido hasta ahora la política de Uzbekistán frente a los ataques de Estados Unidos contra Afganistán.