ARGENTINA: LA CRISIS QUE NO CESA
Más
aislado y debilitado que nunca, en un discurso con acentos de desesperación,
el presidente argentino Fernando de la Rúa anunció ayer una
nebulosa restructuración de la deuda externa de su país,
que permitiría ahorros al erario entre 3 mil y 4 mil millones de
dólares anuales, aunque como todo mundo sabe, no resolverá
la recesión de fondo en la que se encuentra sumida esa nación
sudamericana desde hace dos años ni atenuará la crisis política
que agobia al ocupante de la Casa Rosada casi desde el inicio de su mandato.
En realidad, el anuncio presidencial pareció más
una plegaria, orientada a concitar la clemencia de los acreedores externos
y de los multiplicados rivales políticos internos, que un anuncio
de acciones en materia de política económica. A los primeros,
De la Rúa pidió "comprensión sobre nuestra problemática"
y a los segundos rogó disposición para alcanzar un consenso,
luego de que fracasaran las negociaciones con los gobernadores peronistas
para redistribuir y recortar las asignaciones de los menguados recursos
públicos.
Varias de las frases del discurso televisado de ayer --"honraremos
nuestras obligaciones", "no tenemos más opción que el déficit
cero"-- dan la impresión de un retorno a la década de los
ochenta, cuando el grueso de las economías latinoamericanas se desfondó
bajo el peso de las deudas externas, y evoca la rigidez ideológica
de los ajustes ortodoxos en los que se ha debatido la región desde
entonces, traducidos en una multiplicación de la miseria y las desigualdades
pero que no han generado un crecimiento económico sólido
y sostenido.
"Hoy, la Argentina es un país sin crédito",
reconoció De la Rúa. En efecto, el país ha perdido
la confianza de los organismos financieros internacionales y de los especuladores
extranjeros, pero no ha ganado, a cambio, nada más que una caída
en picada de los niveles de vida de la población; he ahí
una constatación, por si hiciera falta, de que las orientaciones
neoliberales --a las cuales obedece el actual ministro de Economía,
Domingo Cavallo-- no sólo se traducen en panoramas sociales exasperantes,
sino que suelen resultar, además, un pésimo negocio para
los gobiernos que las aplican.
Ante este saldo desolador, lo anunciado ayer por De la
Rúa parece demasiado poco y demasiado tarde, tanto para reactivar
la economía como en la perspectiva de dar una mínima viabilidad
política a su gobierno. Todo indica, por el contrario, que al actual
mandatario argentino el tiempo que le queda en el poder se le irá
en apagar los incendios sociales generados por su indecisión en
materia económica y por el fundamentalismo de su ministro Cavallo,
el cual, por cierto, ve su propio beneficio en la ruina de su jefe.
Salvo para el propio Cavallo, quien no oculta sus aspiraciones
presidenciales, y para los sectores autoritarios interesados en conducir
la precaria democracia argentina a un callejón sin salida, la angustiosa
circunstancia de De la Rúa no es una buena noticia para nadie. Los
otros gobiernos latinoamericanos --incluido, por supuesto, el de México--
harían bien en contemplarse en el espejo argentino, dejar atrás
de una vez por todas las recetas monetaristas y neoliberales y centrarse
en una reactivación profunda de los mercados internos y las economías
nacionales.
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