Espejo en Estados Unidos México, D.F. viernes 2 de noviembre de 2001
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Editorial
 
ARGENTINA: LA CRISIS QUE NO CESA

SOLMás aislado y debilitado que nunca, en un discurso con acentos de desesperación, el presidente argentino Fernando de la Rúa anunció ayer una nebulosa restructuración de la deuda externa de su país, que permitiría ahorros al erario entre 3 mil y 4 mil millones de dólares anuales, aunque como todo mundo sabe, no resolverá la recesión de fondo en la que se encuentra sumida esa nación sudamericana desde hace dos años ni atenuará la crisis política que agobia al ocupante de la Casa Rosada casi desde el inicio de su mandato.

En realidad, el anuncio presidencial pareció más una plegaria, orientada a concitar la clemencia de los acreedores externos y de los multiplicados rivales políticos internos, que un anuncio de acciones en materia de política económica. A los primeros, De la Rúa pidió "comprensión sobre nuestra problemática" y a los segundos rogó disposición para alcanzar un consenso, luego de que fracasaran las negociaciones con los gobernadores peronistas para redistribuir y recortar las asignaciones de los menguados recursos públicos.

Varias de las frases del discurso televisado de ayer --"honraremos nuestras obligaciones", "no tenemos más opción que el déficit cero"-- dan la impresión de un retorno a la década de los ochenta, cuando el grueso de las economías latinoamericanas se desfondó bajo el peso de las deudas externas, y evoca la rigidez ideológica de los ajustes ortodoxos en los que se ha debatido la región desde entonces, traducidos en una multiplicación de la miseria y las desigualdades pero que no han generado un crecimiento económico sólido y sostenido.

"Hoy, la Argentina es un país sin crédito", reconoció De la Rúa. En efecto, el país ha perdido la confianza de los organismos financieros internacionales y de los especuladores extranjeros, pero no ha ganado, a cambio, nada más que una caída en picada de los niveles de vida de la población; he ahí una constatación, por si hiciera falta, de que las orientaciones neoliberales --a las cuales obedece el actual ministro de Economía, Domingo Cavallo-- no sólo se traducen en panoramas sociales exasperantes, sino que suelen resultar, además, un pésimo negocio para los gobiernos que las aplican.

Ante este saldo desolador, lo anunciado ayer por De la Rúa parece demasiado poco y demasiado tarde, tanto para reactivar la economía como en la perspectiva de dar una mínima viabilidad política a su gobierno. Todo indica, por el contrario, que al actual mandatario argentino el tiempo que le queda en el poder se le irá en apagar los incendios sociales generados por su indecisión en materia económica y por el fundamentalismo de su ministro Cavallo, el cual, por cierto, ve su propio beneficio en la ruina de su jefe.

Salvo para el propio Cavallo, quien no oculta sus aspiraciones presidenciales, y para los sectores autoritarios interesados en conducir la precaria democracia argentina a un callejón sin salida, la angustiosa circunstancia de De la Rúa no es una buena noticia para nadie. Los otros gobiernos latinoamericanos --incluido, por supuesto, el de México-- harían bien en contemplarse en el espejo argentino, dejar atrás de una vez por todas las recetas monetaristas y neoliberales y centrarse en una reactivación profunda de los mercados internos y las economías nacionales.
 

 

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