Ť A través de un ritual le dieron un balazo, relata su hija Apolonia
''María Sabina no murió; los sabios la dañaron por envidia''
Ť Con mi madre viví cosas bellas, como hablar con la Virgen de Guadalupe, afirma
JUAN JOSE OLIVARES ENVIADO
Huautla de Jimenez, Oax., 1º de noviembre. Alucinante sería una palabra mundana y corta para describir las atmósferas percibidas rumbo a la casa de la hija de María Sabina. El camino es abrupto colina arriba. La neblina apenas deja ver y el grupo que nos acompaña duda en cuál de las chozas, ya en plena sierra, se encuentra María Apolonia, hija de la sabia huenteca (chotá-a Y chi-neé), quien realizará el próximo sábado el bautizo a la banda de rock Santa Sabina, en un evento organizado por el DIF local y el colectivo Los de Acá, de Tehuacán, Puebla.
Con la ayuda de la traductora, la profesora de educación indígena Teresa de Jesús Ríos, el acercamiento se concreta. Pregunta si en ese humilde hogar vive Apolonia. Una suave voz mazateca responde y abre su puerta.
Es Apolonia ataviada con un desgarrado huipil y con cara de cansancio y pies enlodados responde: "Me siento lastimada y enferma porque hace tiempo quisieron raptarme y llevarme". No se supo si fue en sentido figurado, como suele suceder en los rituales, o en la realidad.
Apolonia acierta a decir que su madre no murió (un 22 de noviembre de 1985), sino que sólo sufrió daños por parte de los otros sabios. "Esos mismos sabios fueron los que le hicieron daño. A través de su ritual, le metieron un balazo, no en vivo, sino en una ceremonia porque había muchas envidias entre ellos. Yo conocí muchos lugares porque a mi madre la invitaban a diferentes lugares de fuera, de ahí vino la envidia. Sé poco, el que sabe más de mi mamá es mi hermano que falleció hace dos meses."
El diálogo entre traductora y entrevistada se da como una linda música por lo tonal de esta lengua. Pero entre toda la charla que nos perdemos, Apolonia dice que su mamá todo el tiempo está con ella: "Si no invocara a mi mamá y si no le pidiera a Dios, ella ya no existiría, ya se habría perdido desde cuándo. Ella es la fuerza, al ánimo para vivir el hecho que esté conmigo; mis oraciones la invocan. Hace 20 años estuve en una situación difícil, no podíamos construir en este lugar (donde se encuentra la humilde choza) porque el dueño de la tierra no nos quería dejar vivir en su lugar''.
Se dice entre la cultura mazateca (desarrollada en la parte septentrional de Oaxaca y cuyos orígenes datan del siglo XII) que los dueños de la tierra o las montañas son los chicones. Chicon-nindó es el hombre de la montaña, el ser supremo, y algunos lo relacionan con Quetzalcóatl.
Apolonia ya no cura por su enfermedad y porque "el dueño me echó tierra en el oído, por lo que ya no oigo; ahora siento que me sale pus, y no puedo escuchar los problemas que me platican".
Afirma que ahora hay muchos curanderos en la región, que se han multiplicado, pero sin un sentido. "Mi mamá no fue la principal sabia, pero lo que ella sabía ya lo traía adentro. Los pacientes de mi madre fueron aprendiendo con ella. Aunque para ser no se va a aprender, porque eso lo trae uno en la sangre. Ahora cualquier chamaco cree ser sabio, pero antes no era así. Yo desde adentro lo traía, desde el vientre de mi madre, que ahora está en el cielo purificándose."
Algo de lo que más recuerda Apolonia o de las experiencias que le quedan fueron todos los rituales en que la acompañó desde jovencita.
"Lo más bello -platica, luego de fumarse dos cigarros fuertes- es haber estado con algunas de las vírgenes, muy alegre, en algunos de los rituales con mi mamá; de ahí aprendí y al estar cerca de la Virgen de Guadalupe platicando con ella, y la cual veíamos convertida en forma de una flor muy hermosa. Ahora es muy difícil lograr esto. Lo hice cuando era joven."
La anciana, que sin duda requiere la ayuda de los que fueron ayudados por su mamá al menos por retribución, no recuerda su edad, vive en la extrema pobreza y no por eso deja de agradecer: "su visita ya la esperaba, algo presentí de que vendrían; por eso, que Dios los bendiga siempre".
Y todo el grupo (entre los que estaban Valente, Manuel, el cura José Luis y la profesora), se regresó con aires de reflexión y saneamiento por la misma vereda nebulosa que había llegado, cerca del cerro de la adoración.