VIERNES 2 DE NOVIEMBRE DE 2001

Milanés, un prisionero en el Zócalo

Miles de personas acuden al concierto que el artista cubano ofreció en el corazón de la ciudad, como parte de los festejos de Días de Muertos

JAIME WHALEY

Entre el aroma del copal la voz de Pablo Milanés se oyó por todo el habilitado camposanto del Zócalo, para solaz de los vivos que ahí, en buena cantidad, se congregaron al continuar los musicales festejos del Día de Muertos en la plaza capitalina.

"ƑDónde andarán?", empezó preguntándose Milanés, mientras la gente que antes vagaba como alma en pena se atropellaba para encontrar acomodo delante de la gran tarima instalada en la esquina surponiente y adornada con flores de cempasúchil.

"En su camino al Mictlán", podría ser quizás la respuesta parafraseada de los que ya llegan, algunos, los que suerte y paciencia tuvieron, con su canilludo pan de muerto y empiezan a luchar por aprovechar el poco espacio libre que queda entre la florida exposición y el escenario.

Y un recuerdo brota al entonar Pablo esa canción que refiere los lindos paisajes que ya no están y que plasmó Tomás, el pintor.

Ya los aplausos suben de tono para esta tercera presentación del cantautor cubano en la ciudad de México y Milanés se ve al frente de un coro de Ƒ5 mil?, Ƒ8 mil?, Ƒ10 mil personas? Vaya usted a saber cuántas, pero eso sí, muchas voces.

Con donaire, diríase que hasta gustoso -lo que delata su sonrisa-, Milanés le cede al público, su público, milanes_pablo_lhlla oportunidad de dejarse oír cuando le llega su turno al musicalizado poema de Nicolás Guillén De qué callada manera y entonces dirige el coro más grande del mundo, "y de qué modo sutil me derramó en la camisa todas las flores de abril". Hay eco, y Pablo y los versátiles músicos que lo acompañan se llevan un sonoro agradecimiento por este tema, digamos que de la primera época de la entonces nueva trova cubana. Pero antes también hubo aplausos a granel para creaciones de reciente factura como A dos manos, dedicada a la compañera Sandra, que poco después le hace el coro a otra cancioncita que, explica Pablo, la interpreta a dúo con Iván, un cantor brasileño y que está grabada en el disco más reciente.

Y tocan también, sin que esto sea alusión a las festividades, una tonada que en un verso dice que le aguarda un espacio al final del cementerio. Ya había expresado el cantor que para él la aparición de la huesuda no es motivo trágico, sino que es meramente una coincidencia.

Y vienen ahora los temas que hace unos cuantos días interpretó en el repleto Auditorio Nacional, entre ellos La Soledad, canción dedicada a la hermana espiritual Mercedes Sosa, en tanto que ha poco una introducción de violín magistralmente pulsado por González anuncia otra del ayer: El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos, y el amor no lo reflejo como ayer. Canción intensa que hace que Milanés se torne pensativo: pasan los años y cómo cambia lo que yo siento.

Y el gigantesco coro de nuevo entra a escena con los arreglos del productor-pianista Núñez y su voz no se acalla sino para exigirle al antillano esas que llegan. Y el Zócalo se inunda con un estruendoso "šYolanda! šYolanda! šYolanda!"

Milanés es prisionero, no se puede ir así nada más y ya retorna a su sitial tras una hora con 15 minutos de estar ahí sentado y por todos es sabido que la que sigue es, ni falta hace anunciarla, Para vivir... y a disfrutarla ahí, en el amplio espacio dedicado a los muertos.