VIERNES Ť 2 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť Digna Ochoa, entre Flaubert, Heidegger y Octavio Paz

En la explanada de CU, un panteón en donde no hay clases sociales

Ť Sólo ahí, los niños de la calle tuvieron espacio para ser honrados

KARINA AVILES

En el primer cuadro de una ciudad, cuyo nombre se detallará más adelante, se abrió un cementerio temporal. Aquí, a diferencia de otros panteones, no hay distinción de clases y los problemas sociales del país y del mundo, más que muertos están bien vivos.

Ubicado en un terreno pedregoso, en este camposanto lo mismo descansan famosos maestros que grandes miserables sin nombre, y también aquellos que han luchado por que se acabe la injusticia y predomine la dignidad como la de Digna.

Ahora, la luchadora y defensora de los derechos humanos Digna Ochoa vive al lado de aquellos a quienes tampoco podrá desaparecer la flaca. Junto a ella están Dostoievski, el ruso que escudriñó el alma y el sufrimiento; el novelista francés Gustave Flaubert, de cuya pluma nació Madame Bovary; el autor de El ser y el tiempo, Martín Heidegger; el literato mexicano Octavio Paz y su Laberinto de la Soledad. También la acompañan Sor Juana Inés de la Cruz y Julio Cortázar.

No hay visitante que no la reconozca: "Miren, ahí está Digna", dicen las madres que llevan a sus hijos para que nunca pierdan la memoria. Y es que uno de los objetivos de estudiantes y profesores de la Facultad de Filosofía -quienes se encargaron de poner la ofrenda y escribir con granos de frijol el nombre de la defensora de derechos humanos- era ese: no olvidar a quienes han marcado sociedades, vidas, presentes y futuros.

No muy lejos de ahí, a unos cuantos pasos, una paloma herida recuerda estos tiempos de guerra en un mundo que, como dijo el escritor Carlos Fuentes, "tiene todas las trazas de que se lo lleve la chingada".

Por esa razón, ahí reposa el premio Nobel de la Paz 1982, Alfonso García Robles, quien en su momento expuso: "las armas nucleares no tienen objeto militar alguno, ya que sólo un loco podría pensar en su utilización, que implicaría el suicidio universal".

Los aromas de cempasúchil, nardos e incienso conducen a la tumba de los sin nombre, de quienes son llevados a la fosa común por no haber una voz que los reclame, de quienes siempre gritan en silencio: los niños de la calle.

Aquí ellos sí tienen un espacio para ser honrados. Una calaverita de cartón juega con unas pelotas: es el niño malabarista. Del cuello de otra cuelga una caja de Adams: es el niño chiclero. Una más limpia con la estopa el parabrisas de un carro: es el limpiaparabrisas. Y al fondo, en un rincón, un pequeño esqueleto va bajando al fondo de una coladera: es el mundo subterráneo en donde viven y mueren muchos niños mexicanos.

"Ya la flaca va corriendo, tras los niños de esperanza, y tan linda va gritando, ay mis hijos, nos alcanza", reza una de las lápidas que alumnos del Colegio Michelet de México colocaron en su memoria.

En el singular cementerio también se alude a quienes se pensaba que ya habían colgado los tenis. En el bufete jurídico de la muerte, cuatro flacas, muy pasadas de copas, están tristes porque dentro de una tumba está el PRI. El recorrido por el panteón ha terminado, pero aún puede ser visitado en la explanada principal de Ciudad Universitaria, UNAM.