VIERNES Ť2 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Vicenç FisasŤ
Las incertidumbres de la paz y la guerra
Como en la guerra del Golfo, hace ahora una década, por todo el mundo se ha extendido una amarga sensación de fracaso, de incertidumbre y de miedo. A diferencia de aquel entonces, sin embargo, estas comprensibles sensaciones derivadas de la brutalidad de cuanto ocurrió el 11 de septiembre, de las operaciones militares que le han seguido y de las reacciones que pueda ocasionar, van acompañadas ahora de un intenso debate en el que al menos se ha tenido la valentía de dar cabida a la autocrítica y al pensamiento contrastado. Es ahora más posible disentir y matizar que hace diez años, y de ese debate pueden surgir planteamientos que nos ayuden a encarar con mayor fortuna un futuro que de momento es incierto y preocupante.
Y de las numerosísimas consideraciones que pueden y deben hacerse ahora, quisiera poner el énfasis en una que está en el ánimo de mucha gente: Ƒcómo reaccionar ante lo que está sucediendo? ƑQué hacer, qué apoyar y qué vindicar? Antes, unas precisiones sobre algunos aspectos ampliamente debatidos, que no cerrados, en estos momentos, y que parece oportuno recordar.
La primera cuestión sería afirmar que no estamos ante un choque de civilizaciones, sino de fundamentalismos, que hay más de uno, y como ha recordado Johan Galtung, de colectivos que creen tener una "misión" trascendente. Lo que ocurre puede ser interpretado como un choque entre determinado fundamentalismo religioso y el fundamentalismo del dinero y de la arrogancia del poder político y militar. Y cabe preguntarse lo que ocurre cuando los pueblos que se creen escogidos por Dios se enfrentan a grupos fanáticos que también se creen escogidos. Evidentemente, nada bueno, pues el choque es profundo y está inmerso en elementos sobrenaturales que escapan a la mínima racionalidad y a la moderación. No hay choque de civilizaciones, pero sí un verdadero choque entre un sistema mundial hegemónico y radicalidades desesperadas.
Rigoberta Menchú, muy pocos días después de la tragedia del 11 de septiembre, nos recordaba que hay sectores que no han encontrado una disposición pluralista para el reconocimiento y respeto a sus expresiones identitarias en los marcos institucionales actuales, y que un día u otro, de una manera u otra, eso se acaba pagando.
En la crisis actual, pero también en las futuras, creo que nos ayudaría mucho conocer mejor lo que nos piden los demás o los argumentos que hacen servir para intentar legitimarse, incluido Bin Laden. Como ha dicho la profesora Gema Martín Muñoz: una exigencia o una petición no deja de tener sentido y significado porque lo pida o exija el enemigo, el adversario o el terrorista. Y es que hemos acumulado muchos temas pendientes, arrogancias insoportables, demasiadas injusticias, dobles raseros, fanatismos de todo tipo y falsas verdades, y Oriente Medio es un espacio donde se han concentrado demasiadas de esas cosas.
Y para tratar lo pendiente se necesitan requisitos, y son muchas las personas que están convencidas de que Estados Unidos no tiene la legitimidad necesaria para reconducir los asuntos pendientes de este mundo. Su creencia de ser únicos, diferentes a los demás, los más fuertes y la mano derecha de Dios, les impide entender muchas dinámicas del planeta y concertar estrategias cooperativas y universales. Y a los ojos de gran parte del mundo, especialmente del musulmán, Estados Unidos no tiene la altura moral para conducir determinados asuntos, y menos para querer imponer su criterio particular. Y de la larga lista de motivos que se han esgrimido estos días, me quedo con la más que significativa actitud de rechazar y despreciar el Tribunal Penal Internacional, por su profunda convicción de que un soldado estadunidense jamás debería ser encausado por un tribunal internacional.
Y esa actitud insolidaria y arrogante se produce nada menos que en un momento en el que todos los analistas coinciden en que lo que sucede ahora debería obligar a Estados Unidos a replantearse su aislacionismo y darse cuenta de la oportunidad que significa para avanzar en el universalismo, para entender que el mundo tiene problemas que afectan a todos, y que todos habrán de poner su parte para encontrar soluciones, porque como nos ha dicho Leonardo Boff: "esta vez no vendrá un arca de Noé que salve a algunos y deje perecer a los demás".
Una tercera consideración previa es entender cómo operan los mecanismos y procesos de construcción de imágenes de enemigo, el maniqueísmo de pensar que nosotros siempre somos los buenos y los malos siempre son los demás, la tendencia a reducir, simplificar o generalizar las cosas (el Islam, Occidente, Oriente, los árabes, los cristianos...), sin matizar, personalizar o concretar las diferencias y los tonos. Todo eso tiene que ver con el fatalismo y la transmisión de padres a hijos del odio y la venganza, para deshumanizar a colectivos o países enteros bajo el paraguas de que son demonios, herejes, proscritos, malvados o perversos.Todo esto dificulta comprender el contexto de las cosas y la historia que la precede.
Varios arabistas se han preguntado por qué en las sociedades dominadas por la corrupción, el crimen organizado o las diferencias sociales, el extremismo islámico es visto como una salvación por parte de un segmento importante de la población. Y es una buena pregunta a la que habrá que darle muchas vueltas. En este sentido, Bin Laden es como un concentrado operativo, en su versión más perversa y destructiva, de una acumulación de errores y agravios que son objetivos, reales, existentes y no resueltos.
No entenderemos lo que ha pasado sin ver también cómo se han acumulado una serie de cosas, de vivencias personales y colectivas sumamente dolorosas de exclusión que afectan la identidad y la percepción de seguridad de las comunidades de donde surgen los terroristas.
Si no hacemos este ejercicio de análisis autocrítico a la vez, y actuamos en cambio con reacciones primarias de venganza y brutalidad, es casi seguro que en el futuro volverán a brotar nuevos candidatos al martirio que harán servir al terrorismo para hacer visibles sus causas y reclamos.
Esto nos obliga a mirar en primera instancia a Oriente Medio, tanto por ser una de las canteras de mártires como por constituir la primera y principal justificación que dan algunos grupos terroristas, incluido el de Bin Laden, para buscar legitimidad y aplausos.
Y volvemos a la pregunta inicial: Ƒcómo responder a lo que ocurre, y hacerlo de manera justa? En los estudios sobre paz, utilizamos la metáfora de las cuatro gafas para explicar cómo intervenir positivamente en los conflictos, y que puede ser oportuno mencionar aquí. Hablamos de que hay que llevar a la vez cuatro lentes: las que sirven para ver de lejos (la historia, los orígenes, las raíces), las de ver cerca, para entender los detonantes y las crisis; las gafas oscuras para ver de lejos (la cultura profunda de las sociedades implicadas), y las gafas oscuras para ver de cerca los espejismos y las modas perecederas, sean intelectuales o de otro tipo. Esta metáfora sirve para no olvidar también que cada cual mira con sus gafas, y que tenemos visiones diferentes de la misma realidad. Y la moraleja es sencilla: o contrastamos más a menudo las percepciones, o nunca conseguiremos entendernos mínimamente.
En estos momentos, por tanto, sería útil que la Liga Arabe, las Iglesias ecuménicas, intelectuales y movimientos sociales de todas las culturas y especialmente muchos organismos con gran presencia islámica, explicasen al mundo lo que ha quedado en el tintero, los agravios y las propuestas, para concertar después una agenda de paz compartida, de diálogo y de trabajo para el próximo futuro.
John Paul Lederach, una de las personas que más han trabajado en la transformación de conflictos, ha sugerido que para afrontar la crisis hemos de cambiar las reglas del juego y hacer que el adversario se descoloque con una respuesta de nuestra parte que no espere. Y esta respuesta no puede ser la fuerza militar, sino una aspiración y un programa a medio plazo de democracia y reconciliación a nivel global, muy diferente a la respuesta inmediata de venganza y destrucción.
En otras palabras, no enfocaremos correctamente esta crisis si no somos capaces de ir a las raíces del odio, la cólera y el resentimiento, máxime cuando lo que se plantea es hacer frente a un fenómeno como el del terrorismo, al que no podremos hacerle frente con medios militares, entre otras cosas por tratarse de un enemigo difuso, no focalizado o centrado en un territorio específico, y que puede estar entre nosotros mismos. Al terrorismo sólo se le puede hacer frente de manera indirecta, actuando sobre sus circunstancias, sus formas de reclutamiento y finanzas, influyendo sobre sus bases de apoyo, sobre los acontecimientos que lo legitiman ante los ojos de algunas sociedades, y actuando sobre las dinámicas que favorecen su desarrollo. Y no se puede hacer frente al terrorista si no se comprende por qué hace lo que hace y no hace las cosas de otra manera.
La estrategia del bombardeo, con cero bajas propias y rearme integral, no servirá más que para volver a épocas pasadas de triste militarización y absoluta incapacidad para enfrentarse a los problemas. Los conflictos de hoy son de otra naturaleza y para hacerles frente hay que entender que la construcción de paz tiene un precio, porque la paz no viene nunca sola: necesita infraestructuras, gentes preparadas, diplomacias activas y complicidades desde la diversidad del mundo, no de visiones unilaterales que quieren imponerse.
Y en ese plan de ataque por la paz y la justicia, todo el mundo ha coincidido en que hay que empezar por Palestina, intensamente, para luego ir al Kurdistán, al Sáhara y a tantos sitios donde se necesita diplomacia de paz, no cazas o misiles.
Pongamos por tanto todas las energías en formar coaliciones inteligentes en favor de la resolución de los conflictos pendientes y el desarrollo de las sociedades abandonadas, y no habrá quién aplauda después a los grupos terroristas, porque aunque puedan utilizar todavía el terror, sólo serán locos condenados a desaparecer.
Ť Titular de la cátedra UNESCO sobre Paz y Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Barcelona. El presente artícu lo se publica con su autorización